A veces un acto de reprensión física sin herir lleva implícito un acto de amor. Me aparto de algunos psicólogos que dicen lo contrario.
Lo sucedido en días pasados en la ciudad de Armenia con ocasión de las protestas ciudadanas en contra del abuso policial, en las que un padre reprendió a correazos en la calle a su joven hija por desobedecer la orden de salir a la calle por los riesgos que implicaba (cuyas escenas se hicieron virales por las redes), nos deja el más bello ejemplo de amor.
Padre e hija días después aceptaron mutuamente sus errores y se perdonaron. El padre admitió que los correazos fueron por temor a ver su hija herida o quizás muerta, especialmente por los riesgos que implicaban las protestas ciudadanas en ese momento. La hija reconoció su error al desobedecer a su padre y al no medir las consecuencias de sus actos.
Ese acto de amor del padre a su hija aceptando el error del castigo físico por el temor del momento y el de la hija hacia su padre por desobedecer una orden, en ambos con las mejores intenciones (el padre queriendo evitar el daño a su hija y la hija pretendiendo quizás solidarizarse con lo que pasa en el país), es el más bello ejemplo de amor: la aceptación del error y el diálogo como solución a los problemas.
Duque haría bien, en lugar de macatizar y reprimir, al aceptar sus errores, dialogar y cambiar concertadamente lo que haya que transformar. Sin embargo, para eso se necesita grandeza de estadista y de humano, que es lo que no tiene.