Orlando cuida carros en las cuatro esquinas de la calle 33 con carrera 16. Su mal vestir con ropa sucia y un poco desaliñada no es impedimento para ser uno de los que más le lleva clientas a una mujer que dice ser doctora y que tiene un consultorio frío y tenebroso justo al lado del Profamilia más importante de Bogotá, el de Teusaquillo de la calle 34 con Caracas. Orlando debe tener menos de los 65 años que aparenta. Las marcas de un mal trasegar de calle, drogas y alcohol es notorio en él.
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El cuidador de carros hace una rápida lectura de los rostros de quienes parecen estar buscando algo perdido entre las casas de la zona. Mientras da indicaciones para acomodar los autos se acerca a la ventana y lanza siempre lanza las mismas preguntas: “¿Qué necesita?”, “¿Una interrupción?”.
Ahí, en plena calle, Orlando, quien busca dejarse ver como muy conocedor de procedimientos médicos respecto al aborto, explica en voz baja que él conoce todos los sitios del lugar.
Orlando le asegura a quienes buscan un aborto en aquella esquina de Teusaquillo que el consultorio al que los va a llevar al mejor lugar en cuanto a calidad y precio. Después de preguntar cuánto tiempo tiene la embarazada lanza el precio. Un aborto negociado en la calle y en lugares clandestinos en la zona cuesta entre 600 y 700 mil pesos. Entre más grande sea el “problema” el precio sube. Orlando no es el único que a los fetos que serán abortados llama ‘problemas’. La mujer que se hace llamar doctora —pero que no lo parece— dice que en media hora solucionará el ‘problema’.
En Colombia, según el ministerio de Salud, anualmente mueren unas 70 mujeres por complicaciones derivadas de la práctica de abortos en clínicas de garajes como las de Teusaquillo, que están escondidas entre la bonita arquitectura colonial del barrio. Teusaquillo es cuna desde hace muchos años del aborto clandestino en la ciudad, tiempo después de que Profamilia instalara allí la más importante y reconocida de sus sedes, en 1965.
En la fría sala de espera mientras se aguardan el turno de atención se abre una puerta que da paso a los consultorios de donde sale una mujer de unos 30 años. La ropa que lleva puesta expone su baja condición económica. Acaba de practicarse un aborto. Acompaña su caminar despacioso con gestos de dolor. Se limpia un par de lágrimas. Un hombre de también humilde condición, que rodea su misma edad, camina detrás de ella. Salen y justo al frente de la clínica, sobre la Avenida Caracas, paran un taxi que toma dirección al sur.
El lugar tiene colgada en la fachada un aviso que ofrece realizar ecografías y pruebas de embarazo. La edificación es vieja. Parece más una casa deshabitada. Adentro tiene paredes blancas recién pintadas. El lugar es frío. Hay varias habitaciones todas con puertas de color verde que están cerradas. Solo está abierta la del consultorio de la ‘doctora’, quien viste una sencilla sudadera azul sin la bata característica que usan los profesionales de la salud.
Ella explica que el procedimiento se demora media hora desde que la paciente pone un pie adentro del centro de abortos hasta el momento en que sale. La doctora explica toscamente que es una succión que absorbe por la vagina al feto en formación y que el trabajo lo deja en 500 mil pesos. También explica que si el feto tiene más de cuatro meses hay que hacer un legrado, el mismo procedimiento ya explicado, pero se hace con ayuda de unas pinzas para jalar al feto. Ese trabajo le vale un poco más.
En el precio de los procedimientos está incluida una ecografía, un par de pastillas para el dolor, la anestesia que se va a utilizar en el aborto y una cita de control que se programa ocho días después. El sacar el feto de la barriga dura 10 minutos, los 20 restantes se van en alistar a la paciente, anestesiarla y en que esta haga efecto y unos minutos más para que la paciente se recupere.
Según el Instituto Guttmacher, que apoya desde 1970 la interrupción del embarazo en el mundo, en Colombia se realizan unos 400 mil abortos al año. El 80% de estos se hacen en sitios clandestinos o sin la supervisión de un profesional.
Orlando cuenta, mientras se apura una gaseosa, que es muy escaso el día en el que no lleguen dos o tres mujeres buscando un aborto clandestino. La mayoría de ellas pacientes de la zona tienen entre 20 y 30 años, quienes abortan en la más desdichada y triste soledad, porque esta peligrosa clandestinidad es para muchas mujeres es la única opción de salir de un problema.