Mafalda no es solamente un personaje de historieta más; es, sin duda, el personaje de los años setenta. Si para definirla se utilizó el adjetivo “contestataria”, no es sólo para alinearla en la moda del anticonformismo. Mafalda es una verdadera heroína “rebelde”, que rechaza el mundo tal cual es. Para entender a Mafalda es necesario establecer un paralelo con ese otro gran personaje cuya influencia, evidentemente, no le es ajena: Charlie Brown.
Charlie Brown es norteamericano; Mafalda es sudamericana. Charlie Brown pertenece a un país próspero, a una sociedad opulenta a la que busca desesperadamente integrarse mendigando bienestar y solidaridad. Mafalda pertenece a un país lleno de contrastes sociales que, sin embargo, quiere integrarla y hacerla feliz. Pero Mafalda resiste y rechaza todas las tentativas. Charlie Brown vive en un universo infantil del que, en sentido estricto, los adultos están excluidos (aunque los chicos aspiren a comportarse como adultos).
Mafalda vive en una relación dialéctica continúa con el mundo adulto que ella no estima ni respeta, al cual se opone, ridiculiza y repudia, reivindicando su derecho de continuar siendo una nena que no se quiere incorporar al universo adulto de los padres. Charlie Brown seguramente leyó a los “revisionistas” de Freud y busca una armonía perdida; Mafalda probablemente leyó al Che. En verdad, Mafalda tiene ideas confusas en materia política. No consigue entender lo que sucede en Vietnam, no sabe por qué existen pobres, desconfía del Estado pero tiene recelo de los chinos. Mafalda tiene, en cambio, una única certeza: no está satisfecha.
A su alrededor, una pequeña corte de personajes más “unidimensionales”: Manolito, el chico plenamente integrado a un capitalismo de barrio, absolutamente convencido de que el valor esencial el mundo es el dinero; Felipe, el soñador tranquilo; Susanita que se desespera por ser mamá, perdida en sueños pequeño burgueses. Y después, los padres de Mafalda, resignados, que aceptan una rutina diaria (recurriendo a su paliativo “Nervocalm”) vencidos por el tremendo destino que hizo de ellos los guardianes de la Contestataria.
El universo de Mafalda no es sólo el de una América latina urbana y desarrollada: es también, de modo general y en muchos aspectos, un universo latino, y eso la vuelve más comprensible que muchos personajes de las historietas norteamericanas. En fin, Mafalda, en todas las situaciones, es una “heroína de nuestro tiempo”, algo que no parece una calificación exagerada para el pequeño de personaje de papel y tinta que Quino propone.
Nadie niega que las historietas (cuando alcanzan cierto nivel de calidad) asumen una función cuestionadora de las costumbres. Y Mafalda refleja las tendencia de una juventud inquieta que asume aquí la forma paradojal de disidencia infantil, de esquemas psicológicos de reacción a los medios de comunicación de masas, de urticaria moral provocada por la lógica de la Guerra Fría, de asma intelectual causada por el Hongo atómico.
Ya que nuestros hijos van a convertirse -por mérito nuestro- en otras tantas Mafaldas, será prudente que la tratemos con el respeto que merece un personaje real.