Últimos momentos del beato huilense, Padre Pedro María Ramírez

Últimos momentos del beato huilense, Padre Pedro María Ramírez

"El cuerpo desnudo del Padre fue dejado toda la noche en la plaza. A la media noche los asesinos lo llevaron a las afueras del cementerio donde lo dejaron abandonado"

Por: Jose Alfredo Trujillo Cerquera
mayo 18, 2017
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Últimos momentos del beato huilense, Padre Pedro María Ramírez

El padre Pedro María Ramírez, hijo de Ramón Ramírez Flores y Isabel Ramos de Ramirez, nació en la Plata (Huila) el 23 de octubre de 1899 a las seis de la tarde; el mismo mes y año en que inició la guerra de los mil días. El segundo día de su nacimiento, el pequeño fue bautizado en la parroquia de San Sebastián de la Plata, y en esta misma iglesia hizo la primera comunión.

A los 12 años fue enviado a estudiar  al seminario de Elías. El 4 de octubre de 1915, ingresó al seminario mayor de Garzón donde se retiró en 1928. Posteriormente, entró al seminario en Ibagué, en 1928, donde se ordenó como sacerdote en 1931. La primera misa la celebró en la parroquia de San Sebastián, la misma donde fue bautizado e hizo la primera comunión.

Murió a los 49 años, el 10 de abril de 1948, en Armero (Tolima). Esto fue a  manos de la  "Chusma", que acusaban a la iglesia católica de ser cómplices de la muerte del caudillo Liberal Jorge Eliécer Gaitán. Así como nació, murió, en medio de la violencia bipartidista.

El mártir de Armero fue presentado como candidato para beato, proceso que duró 25 años. El Obispo de Garzón, Fray Fabio Duque Jaramillo, obtuvo respuesta del Vaticano por medio de una carta el 28 de mayo de 2016, esta decía: " por unanimidad de los teólogos de la Santa Sede se aprueba la Beatificación del Siervo de Dios Pedro María Ramírez (Mártir de Armero)". Así pues, se espera que con la visita del papa Francisco a Colombia este año se le proclame oficialmente como beato.

Este es el testimonio de la Madre Miguelina de Jesús, Superiora de las religiosas eucarísticas residentes en Armero, quien fue testigo de la muerte del Padre Pedro María Ramírez.

El 9 de abril, empezó nuestra amargura. A la 1:30 de la tarde entramos a clase como de costumbre, las niñas asustadas por los carros que pasaban llenos de hombres que gritaban, nos decían: "Madre, Madre, mataron a Gaitán". Como a media hora de haber comenzado la clase, empezaron a llegar los padres de familia por sus hijas. A las 2 y media sentí la campana del santísimo, cuando el padre lo pasaba de la iglesia a la capilla de la comunidad.

A poco llegó una hermana con la llave del sagrario, diciéndome: "dice el padre que guarde usted la llave, y que en caso de peligro puede defender al santísimo". Me fui a la capilla y en el corredor encontré al reverendo Padre, muy pálido; lo saludé y él me dijo: "para mejor previsión pase al santísimo".
—"Padre, ¿cree su reverencia grave la cosa"?
—"Siempre, Madre".
Lo mandé seguir a la capilla, y le pedí permiso para reunirme con las niñas.
Rezábamos con el padre el salterio, y antes de terminar el rosario, empezó un ruido de golpes de peinillas, que indicaban que estaban tumbando la puerta de la casa cural. El señor cura, la comunidad y las niñas, llenos de pavor seguíamos rezando en la capilla. Una vez rota la puerta entraron unos quince hombres que destruyeron todo o casi todo lo que pertenecía a la casa cural. Estando arrodillados junto a Jesús Sacramentado, preparándonos a morir como mártires, me dijo el reverendo padre : "Salgan ustedes, Madre, a ver si los detienen". Me levanté, cogí el santo cristo del altar y dije a mis hermanas: " La que quiera , sígame". Todas salieron detrás de mí impulsadas por el deseo de defender al santísimo y al padre. No discurrí en pedir a este su bendición, ellas sí se acercaron, se la pidieron y besaron su mano.

Paradas en el corredor orábamos frente al cancel que divide el apartamento nuestro de la casa Cural; de allí oíamos el destrozo de muebles, vajillas, cristales, etc., de la casa Cural. El primero que pasó por encima de la división fue el señor alcalde, muy amigo nuestro, el cual, una vez que estuvo junto a nosotras, se colocó por delante, pidiendo respeto a la "Chusma", que a golpes tiraron abajo el cancel. El señor alcalde les pidió que no destruyeran nada, pero no les hicieron caso. Llegaron todos con unos machetes, foetes, varillas de hierro. Un hombre de color blanco con un revolver en la mano, grito diciéndome: "Quíteme de delante esa imagen (se refería a cristo); ábrame esta puerta, pronto".

—Señor, espere que me traigan la llave.

Con el rostro desencajado grito, y me puso cerca un revolver.

—Señor, reviente usted la puerta, porque del susto he perdido la llave.

El señor Alcalde suplicó no lo rompieran; pero otro hombre, levanto el pie, la abrió con toda fuerza. No cesaban de decir que a pesar de su furia: "No tengan miedo hermanitas, que no les vamos hacer nada; pero venimos en cumplimiento de un deber, que es el de buscar las armas que ustedes tienen aquí".

—Señores si armas buscan, tengo mucho gusto en acompañarlo a la requisa de la casa.

Unos entraron a los dormitorios nuestros con la madre Martha, en donde desordenaron, camas, mesitas de noche, etc. Llegamos a la capilla el Señor Alcalde, una hermana, parte de la "Chusma" y yo. El mismo hombre que me amenazó con el revolver me preguntó por qué estaba cerrada aquella puerta; y el señor Alcalde le dijo que ahí no entraran, porque ese era el oratorio de las madres.

Dándome un grito me dijo: ¿"Quién está aquí"?

Señor, le dije, aquí esta el santísimo. Están dentro el reverendo padre, que esta haciendo oración y algunas alumnas por las cuales no han venido de sus casas. Abriéndome los ojos me dijo : "¿Esta aquí el padre? Ábrame pero pronto". Con el valor que Dios me dio le dije: "No, hijo mío, si tu vas a matar al Padre, no te abro", y me puse por delante cogiendo la llave. El hombre insistía en que le abriera. Tú estás borracho le dije, y no sabes lo que haces, no cometas ese crimen, por amor a Cristo. Y diciendo esto le puse el crucifijo sobre el pecho, apretándolo con mis dos manos. El hombre volvió a gritarme: "Ábrame". Calzó el revolver, entreabrió la puerta que sostenía yo un poco haciéndole fuerza; miró el altar en donde estaba el padre, y de pronto me dijo: "hermanita, mejor no entro".

Otro le dijo: "yo soy tan liberal, como ustedes pero se respetar: yo entro". Y penetró en la capilla. El padre le dijo entonces, señalándole el sagrario: "ahí, respeta, arréglese todo conmigo". El padre le mostró todo lo que el hombre quiso requisar.

—Señor Alcalde, ¿usted por qué no le prohíbe que destrocen, ya que dicen que buscan armas?

—No he podido Madre, me contestó; mis compañeros me han dejado solo, y esta "Chusma" no hace caso a nadie.

En ese momento pasó un negro con un machete en la mano y me dijo: "A ustedes no le vamos hacer nada, hermanitas; pero eso sí, déjenos a nosotros proceder; entren a la capilla, y quédense ahí". Al entrar yo, salía el Padre, al cual le dije: "Por Dios, Padre, no salga". Me contestó: "Tranquilícese, yo voy con el señor Alcalde" y se dirigió a la Iglesia. Al otro instante, la "Chusma" me traía de la iglesia floreros, candeleros, etc, diciéndome: "Guarde esto, Hermanita, para que no se lo roben, que lo envía el Padre".

Después de mucho rato regreso el Padre, me preguntó por Pola y por María (las dos sirvientas del Padre).

—No sé de ellas, Padre, aquí en la capilla estaban cuando comenzó el asalto.

— Yo tampoco sé de la niña interna y de las tres muchachas de aquí.

Cuando estuvimos tranquilos, nos contó el Padre que les había dicho a los de la "Chusma": "hijos, esto que han hecho conmigo ha sido en un momento de tragos; pero estoy contento de la fe de ustedes, porque han respetado al santísimo, al sacerdote y a las Madres".

—Padre, ¿vio a ese hombre que lo amenazo con el revolver?, le dije.

—Sí, Madre.

Yo me aguardé parado, apoyado en el reclinatorio, porque vi cuando el hombre calzó el revolver. Al entreabrir la puerta me miró, y me dije para mí: "Ahora si me fui ..., pero no me di cuenta que el que había entrado, era otro. Al llegar a mí, le dije: "hijo, ahí respeto, (esto señalando el sagrario); entiéndase conmigo". El hombre le dijo: "No, Padre, esté tranquilo".

— Acompáñeme a hacer una requisa y yo mismo le mostraré todo lo de la capilla.

—Padre, ¿cómo no le dio miedo a su reverencia salirles a esos hombre armados, borrachos y tan miedosos?

—Porque ellos venían a buscar armas, y como han visto que yo no tengo ni una aguja, se fueron tranquilos.

—Padre, ¿qué hubiéramos hecho nosotras si nos lo hubieran matado?

—Ay, Madre, esta misma noche, cara a cara con Jesús.

—Padre, ¿en estos tiempos, después de tantas misiones e introducciones religiosas, habrá que decir lo mismo que Jesucristo: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen"?

—Sí, Madre, hay que decir lo mismo.

Y añadió "No es la primera vez que atentan contra mi vida, Madre, es la segunda". Eran poco más o menos las ocho de la noche. En esto llegaron dos niñas Castro, alumnas y vecinas nuestras. Al verme me abrazaron a mí llorando, las llevé al refectorio, en donde estaba el Reverendo Padre. Él salió, las consoló y les preguntó si había heridos graves a lo que contestaron que no sabían.

Después nos subimos, y en la escalera le dije yo: "Padre, otro sustos igual no vuelvo a pasar".

— Madre, quién sabe si le espera otro mas grande.

Luego, sentado en el corredor, nos contó que un negro al subir la escalera había hecho la cruz con los dedos y besandola le dijo: "Por esta que lo mato". De ahí se fue el padre a a la capilla, en donde permaneció como hasta las nueve y media. El sábado nos dijo misa entre cinco y media y seis de la mañana. En la sagrada comunión nos dios varias hostias. Rezó en la capilla como hasta las siete, luego llegó Pola a saludarlo y le dijo: "Padre, mejor que yo me vaya a mi casa".

Yo le pregunté: ¿Cuándo se va polita?

—Seré mañana, Madre.

— ¿Y no sería mejor hoy mismo? Vaya recoja y llévese lo que es suyo, aunque poco le dejaron.

Eran como las ocho de la mañana cuando llegó una de nuestras alumnas, y al sentirla hablando con una de nuestras Hermanas la llamócon mucho interés y le preguntó:¿Hay heridos graves?, ¿qué se dice?

—Está herido en la cárcel don Manuel Coronado, y dicen que en el barrio Santander hay dos heridos.

—¿Conoce usted al señor...? (no recuerdo su nombre).

—Sí, Padre.

—Vaya dígale que si el ve facilidad para decir mañana las tres Misas; pero no le diga dónde estoy yo, sino únicamente que yo le mando a decir.

Yo le pregunté: Padre, ¿quién es ese señor?

—Es un liberal que parece consciente, por eso creo prudente consultarle a él.

Eran como las nueve de la mañana cuando empezó la radio a dar noticias. Él salió al patio poner cuidado, y la Hermana Martha y yo nos fuimos por la iglesia que da a la casa cural. Se dirigió al bautisterio. Padre, le dije, si va a salir, por Dios no se vaya solo. Y con la voz temblorosa me dijo: No hija, no me voy solo. Voy a pedir dos policías que me acompañen a administrar un enfermo (o un herido) y tampoco me demoro.

A poco regresó, le preguntamos cómo le había ido y nos contestó: gritaban que me metieran a la cárcel. De ahí se fue a la capilla.
Como a las diez y media me mandó a llamar, y llegando hasta la escalera muy afanado me dijo: Reúname pronto la comunidad en la capilla, preparen pronto el altar, porque voy a darles la sagrada Comunión.

Suponiendo algo grave y temblando de pavor nos arrodillamos en el comulgatorio y consumimos con el padre copón y medio de hostias, fuera de las de los relicarios. Él, al darnos la sagrada comunión, lloraba en silencio. Me pidió una copa de vino para purificar los vasos sagrados. Luego nos dijo: Hay una hostia consagrada en el relicario, la llave la dejo prendida del Sagrario, para que el primero que vea el peligro la comulgue, pero grabénse bien eso, el primero que llegue, habiendo peligro, puede comerla.

Se sentó en una silla a rezar su breviario. Después de un rato de oración la comunidad salió. Ya no teníamos miedo de morir, la sagrada comunión nos había dado valor para el martirio. Después salió un momento y nos dijo: hice consumir el santísimo por prevención, pero no es nada grave. Explicó algo de la revolución y procuró alentarnos. A poco rato me llamó y me dijo: ese paquete que le mandé con la hermana Juana, llévelo a donde usted vaya, y de sus manos a las del señor Obispo.

—Padre, ¿si yo por cualquier circunstancia no pudiera hacerlo personalmente, puedo confiarlo a una persona de confianza para que lo haga?

—No, Madre. En mi voluntad que de sus manos pase a las del Señor Obispo. Dígale también que mis bienes de la Plata de mil o dos mil pesos a Pola; que lo demás lo dejo para el seminario y los padres jesuitas, pero apunte eso, para que no se le olvide.

—Padre, yo no tengo aliento para escribir.

—Entonces tráigame papel y un sobre, yo escribo.

Escribió su ultima voluntad y se volvió a la capilla. Este escrito conocido más tarde y dado a la publicidad, dice en su parte final:

Santísima Trinidad:De mi parte deseo morir por cristo y su fe.Al Excelentísimo señor Obispo, mi inmensa gratitud, porque sin merecerlo, me hizo ministro del Altísimo, sacerdote de Dios, y párroco, hoy del pueblo de armero, por quien quiero derramar mi sangre.Especiales memorias para mi orientador el santo Padre Dávila. A mis familiares, que voy a la cabeza para que me sigan el ejemplo de morir por Cristo. Con especial cariño los mirare desde el Cielo.Profundamente agradecido con las Madres Eucarísticas, desde el cielo volare por ellas, sobre todo por la Madre Miguelina. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. 
Amén.

Pedro Maria Ramirez Ramos Pbro.
Armero, 10 de Abril de 1948.

Sobre la cubierta de la carta escribió: "Voluntad del Pbro. Pedro M. Ramirez. A la curia de Ibague y a mis familiares de la Plata Huila".

Como a las doce estuvo oyendo el radio un comento y me dijo: ¿Buenas Noticias?

, Padre.

—Sí, pero vayan a almorzar, y después vengan todas para que les comentemos.

Le servimos el almuerzo en una mesita, junto a la Capilla. Padre, le dije, almuerce en este lugar con el fin de que su Reverencia cuide al Santísimo mientras nosotras bajamos al refectorio. Una sonrisa fue su respuesta y se fue a almorzar. Cuando subimos nuevamente nos esperaba sentado en la mesa todavía, nos dio unas noticias que sí eran consoladoras, pero no recuerdo sobre qué. Después nos dijo: ahora vamos a la capilla a rezar el Rosario en acción de gracias porque ya no hay peligro. Alguna hermana le dijo: Padre, pues yo hice la cuenta que íbamos a ser siete los mártires.

—Nos salvamos, le dije.

—Se salvó el pastor y sus ovejas, le dijo otra hermana.

—Yo, el pastor, y ustedes las pastoras, dijo él.

Luego nos fuimos a rezar Salterio en acción de gracias. Después que rezamos, al salir de la Capilla le dije: Padre, acuéstese un rato y cuando su Reverencia se levante nos acostamos nosotras, para que así cuidemos al Santísimo. A esto me contestó: no es necesario, todos nos acostamos. Estoy segura de que él no se acostó porque lo sentí dándole ordenes a Juan de que pusiera tablas por el tejado en caso de tener que huir. Cuando nos levantamos, estaba en la capilla. En estos momentos, en que yo sentía una angustia mortal, le dije:

—Padre, huya, que una vez que su Reverencia este seguro, yo puedo repartir las Hermanas de dos en dos en distintas casas.

—¿A dónde me voy?

Váyase a la casa de Rafael Yalber, que es un liberal respetuoso y lo estima a su Reverencia.

—¿En dónde queda?

—Padre, subiendo una cuadra de la "Agencia Motor Caldas" y volteando a mano izquierda cuadra y media.

Llamó a Juan y le dijo: vaya a ver si no hay mucha gente. Aquí el Padre expresó este pensamiento: la palma del martirio es una gran gracia de Dios, pero el hombre no puede lanzarse a cogerla temerariamente. A poco llegó Juan y me dijo:

—Madre, el Padre puede huir.
, Juan, pero anímelo usted.
—Padre, le dijo Juan,  hay gente, pero vayámonos.

Se quedó pensativo y yo que casi lloraba porque se nos iba, esperaba con amargura su determinación. Madre, me dijo: yo no huyo, porque cuántas veces le consulto al Amito lo que debo hacer, me dice que permanezca en mi lugar. Y después con cierto chiste dice: si no huyen las Madres, tampoco huirá el Padre.

—Padre, y lo que me ha recomendado Su reverencia que entregue, ¿cómo voy hacerlo?"

—Hija, eso es en caso de que yo desaparezca. ( Pensé que esto me lo decía porque iba a huir).

Se fue a la Capilla. Eran como las tres de la tarde. Mucho antes nos había dicho que le ayudáramos a pasar el archivo parroquial, que era lo único que no había tocado la "Chusma". Lo pasamos a la casa de las niñas Castro, subiéndose por el techo de la casa una de las niñas, y de una de las ventanas lo pasábamos nosotras, y el padre inmediatamente volvió a su oración.

A las cuatro y media tocamos la campana de la capilla para rezar la parte del Oficio Parvo que nos faltaba y cuando comenzamos el himno oímos que en la iglesia reventaban algo. Salimos y sentimos carreras de hombres dentro de esta, mientras otros subían por la escalera de la casa Cural, armados de machetes. Yo corrí a la capilla, pero cuando llegué al altar vi al Padre que llegaba. Hice la genuflexión y dejé que el consumiera el Santísimo. Salí corriendo a buscar las religiosas y huímos, una por una ventana y otras por un tejado que facilitaba la salida. Por este salí yo con la hermana Martha.

La chusma nos amenazaba diciéndonos: entreguen al cura o mueran todas. Haciéndome la fuerte salí al patio a ver qué fin había tenido el Reverendo Padre, y lo vi de roquete todavía, parado sobre el techo al pie de la escalera por donde habíamos bajado. Después me paré junto al mostrador de la tienda de la señora Castro, casa en donde nos hallábamos y de allí podíamos mirar hacia el parque en donde aterradas esperamos la hora en que entraran y nos sacaran para asesinarnos. De allí pude mirar a mucha gente armada con machete, un policía que me vio, arrodillado disparaba hacia la iglesia, y muchas balas y piedras se sentían caer contra la iglesia, pero a todos no los veía. El Templo, la Casa Cural y la casita donde estábamos temblaban por el estampido de la bombas o dinamita que reventaban en la Iglesia.

Minutos mas tarde vi un tumulto de gente como de unos treinta hombre que corrían en pelotón, la Hermana Juana me dijo: ahí lo llevan. Yo no lo veía. Al llegar el cambulloón a la esquina frente al almacén "El Chino" se dividió el tumulto en dos partes y vi acostado como boca abajo al padre. Sus manos se movían girando las palmas, su cabeza medio se movía, no le veía ninguna herida, aunque siempre lo divisaba algo ensangrentado en el cuello o la cabeza. Luego, vi a a un hombre que le puso una vara de hierro como en actitud de mofa, no sé si por torturarlo. Otros daban unos sonidos guturales irrisorios y un hombre de sombrero alón y de vestido gris le dio un machetazo en el cuello por detrás. Vi que la cabeza del Padre hizo un movimiento y quedó boca arriba.

Cuando ya nos sentimos definitivamente huérfanas corrimos a escondernos en el ultimo cuarto, las bombas y ruidos seguían, la gente gritaba: salgan, salgan porque va a caer esa casa. Hermanas, les dije: si hemos de morir debajo de las ruinas vamos a morir en la plaza como el Santo mártir, en manos de la "Chusma".

—Sí, Madre, me dijeron cogiéndose de mí, pero muramos todas.

Salimos al parque y la "Chusma" dirigiéndose a nosotros con piedras, y machetes. La mayoría nos rodearon defendiéndonos con sus armas. Unos decían: Pobres Hermanitas ellas no son culpables, son mujeres indefensas que nosotros debemos defender, no tengan miedo que a ustedes no les haremos nada. En cambio otros nos gritaban: que mueran también ellas, llevenselas a la cárcel. Otros decían: al cuartel. Y muchos gritaban: déjenlas solas, apártense.

En esto estuvimos dos cuadras y media poco mas o menos. Al llegar al cuartel salió el señor Alcalde y con mucha atención me dio la mano.

—Señor Alcalde, le dije, llevenos a una parte en donde estemos seguras.

—¿Cómo no, Madre? La vamos a llevar a una casa de familia.

Por fin nos llevaron a la casa de Don Pedro Giraldo, en donde al entrar me dijo un hombre amenazándome con un machete: si salen de ahí les bajamos la cabeza.

(Madre Miguelina de Jesus, julio de 1948)

El cuerpo desnudo del Padre fue dejado toda la noche en la plaza. A la media noche los asesinos lo llevaron a las afueras del cementerio donde lo dejaron abandonado. Hasta el día siguiente permitieron que fuera enterrado, pero sin misa, sin ataúd  y desnudo. Una semana después cuando las autoridades tomaron el orden del pueblo, lograron darle la cristiana sepultura. Su familia lo reclamó y lo llevó desde Armero hasta la Plata (Huila), donde hoy están sus restos en el mausoleo familiar. En la Plata existe un museo con pertenencias del padre recolectadas por su familia.

 

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