Cuando llega al Coliseo del barrio Policarpa, cuna de los movimientos sindicales y de izquierda, referente del microfútbol y la lucha libre en Bogotá, Francisco, el hombre con quien había hablado por teléfono para contar esta historia, ya no es Francisco.
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Nunca deja ver su rostro durante un espectáculo, incluida esta entrevista. Lleva una máscara negra y me pide que lo llame Terry Golden, el nombre con el que lo conocen los otros peleadores de lucha libre y el cada vez más reducido público emocionado con sus golpes, saltos y llaves con las que domina a sus contrincantes.
En el Coliseo, ubicado en el parque central del barrio, sobre la Carrera décima, entre Calles tercera y cuarta, hay dos luchadores más: Wang Kung y Afrikano. Al igual que Terry tienen puestas máscaras negras para entrenar.
A la cita de las 7:00 de la noche llegan Wang Kung, Afrikano, Toro y Serket y tres más. Sin falta, entrenan los lunes y jueves de todas las semanas. Aunque parecen amigos como lo afirman ellos mismos, en el cuadrilátero desconocen esa amistad y los golpes, que vienen y van son de verdad, mezclados con acrobacias para evitar más daño de lo ‘normal’.
Todos, menos uno, están enmascarados. El que no tiene la máscara es Doctor X. La perdió con Terry Golden en un encuentro en el que apostaron sus identidades secretas. Tener máscara es uno de los rituales de este deporte que se está extinguiendo poco a poco y que no es apoyado ni por el Estado ni por la empresa privada.
Los ocho luchadores que llegaron al Coliseo esta noche de martes de finales de febrero son parte de no más de 15 profesionales de este deporte que hay en el país. Solo quedan dos grupos que quieren mantener viva la lucha libre. Uno es liderado por Terry Golden, se llama Equipos de lucha libre y otro es WGA, un equipo con otra decena de peleadores que entrenan en el barrio San Fernando, más al norte de la ciudad. En Colombia no hay más.
Los que están en la lucha, lo hacen por pasión a este deporte y otros, siguen por no dejarlo morir porque son la segunda generación que lo practica a nivel profesional, son hijos de peleadores de los años 80, época dorada con Rayo de Plata y El Santo como los más grandes exponentes de la lucha libre colombiana.
Terry, Wang Kung y Afrikano son hijos de grandes luchadores del pasado. Peleaban en el Palacio Deportivo en la Avenida Primero de Mayo con Caracas, donde actualmente se levanta la Iglesia cristiana al Espíritu Santo conocida como Paren de sufrir.
Los peleadores de hoy, recuerdan cómo sus padres sí pudieron vivir de este deporte. A pesos de hoy, ganaban unos 10 millones de pesos mensuales. Cada ocho días, el Palacio se llenaba con un público ávido de ver las peleas de Espartaco, Rayo de Plata, Tiger Mask, Chino Kung Lee y Afrikano, estos tres últimos, eran los padres de los entrevistados hoy.
La lucha libre entró en decadencia cuando Rayo de Plata, el más famoso peleador de Colombia se retiró. Su conversión al cristianismo lo obligó a abandonar el ring. Su salida debilitó el deporte de los golpes, las patadas y los saltos mortales y se fue perdiendo audiencia.
Aunque este deporte no les da para vivir de ella, Terry y el equipo de luchadores que él dirige, algo le arrancan al espectáculo. Las programadoras de televisión los contratan para participar en novelas, series, reality y comerciales. Otros empresarios los llaman para presentaciones en pueblos, pero ya no es como antes, no llenan coliseos.
Hoy es impensable colmar lugares como la Plaza de Toros La Santamaría como lo hacían sus papás en los 80 y 90, quienes iniciaron con el espectáculo inspirados en México, donde la lucha libre sigue siendo fuerte.
Terry está empeñado en rescatar la lucha libre, vive en el barrio Policarpa y tiene un local de confección de ropa deportiva. También diseña y confecciona los trajes con los que sus luchadores salen al cuadrilátero. Wang Kung, por su parte, trabaja en el área administrativa de una universidad.
La única mujer del grupo es Serket. Lleva puesto un antifaz azul dorado. Esta morena de cabello ensortijado es profesora de primaria. La lucha libre es su pasatiempo. Es la forma de mitigar el estrés después de un día enseñando a leer y escribir a niños inquietos.
Todos los deportistas tienen trabajos ‘normales’, muy alejados del cuadrilátero, donde nadie sabe que son peleadores de lucha libre. Cuando se lesionan, inventan excusas para presentar incapacidades. Las lesiones son pan de cada día. Wang Kung tiene seis operaciones y una decena de lesiones. Terry cuenta un número similar de entradas al quirófano.
En el ring, ubicado en una de las esquinas del Coliseo, practican acrobacias para encantar al público, caídas, amarres y cómo soltarse. Aunque entrenan para que su espectáculo se vea más bonito, recalcan que arriba, en plena pelea, la cosa es otro cuento. Con las acrobacias ensayadas vienen los golpes y las llaves para ganar los encuentros.
Todos quieren vivir de la lucha, pero hoy, la felicidad de esta veintena de deportistas, es hacer parte de un pequeño grupo de incógnitos súper héroes criollos de niños y adultos que les piden fotos y autógrafos cuando se bajan del cuadrilátero, alguna de las pocas veces que los contratan.
También están felices y orgullosos de ser quienes son por gusto, pasión y herencia. En el viejo Coliseo de un barrio popular siguen y están dando la batalla para mantener viva una tradición y un deporte que ya parece olvidado.