Los Uitoto, llamados también witoto o huitoto, son un gran pueblo indígena disperso en poblados de la Amazonia colombiana y peruana. En Colombia viven alrededor de cinco mil integrantes de esta etnia conformada por tribus hablantes de cuatro dialectos hermanos.
La maloca, vivienda construida por ellos con pilares de madera y un techo amplio de paja, es el gran símbolo uitoto, el centro de su cultura. Ésta, si se mira su como casa, podría ser entendida simplemente como el lugar donde las personas se resguardan del clima y los embates de la naturaleza. Sin embargo, para los Uitoto es el universo; allí ocurre todo lo que los hace humanos: la relación con los otros, el aprendizaje del lenguaje, las creaciones estéticas, las celebraciones rituales, el retorno al origen después de la muerte.
“La maloca, además de ser una selva tejida —está presente el árbol-poste, la hoja-techo, el bejuco-amarre—, resulta un tejido de símbolos”, describe el investigador Fernando Urbina Rangel. Esta construcción uitoto es microcosmos, representación del universo, cuya aparición se repite como una metáfora cada vez que se construye una nueva maloca.
Para los uitotos, los animales salvajes son su principal enemigo. La maloca como edificación impide sus ataques, pero el espíritu de los animales siempre podrá encontrar una forma de ingresar. Por eso, la construcción, además de contar con precisiones técnicas, se hace a partir de símbolos que protegen a sus habitantes de los espíritus de los animales salvajes, usados también por los enemigos humanos para hacer daño.
El techo de la maloca se logra tejiendo la fibra de las hojas de la palma caraná. Para crear el símbolo de protección, las hojas se entretejen imitando la figura completa o una parte de un animal peligroso. Estas figuras, llamadas peines o criznejas, se ponen sobre la puerta de entrada a la maloca. Según el relato de Urbina, “se cree que si uno de estos animales pretende irrumpir para hacer daño, al verse hecho ‘cadáver’ en las tramas del techo, se asusta y desiste de penetrar y atacar, ‘no va a ser que le hagan lo mismo’”. Este investigador cuenta, además, que existen por lo menos 25 formas de confeccionar estos peines, “muestra expresa de creatividad, toda vez que bastaba una sola manera para lograr el propósito simplemente utilitario: techar”.
Entre los uitotos todo tiene un contenido simbólico. Las hamacas, por ejemplo, tienen dos anillos en los extremos para colgarlas, que son asimilados con los ojos del “Padre (o de la Madre) Primordial, quien vigila y ampara al durmiente”. O su fabricación, que puede ser producto de un tejido tan sencillo o tan complejo como el fabricante lo decida: “desde uno extremadamente elemental y provisional en que se traman sin anudar varias cuerdas, hasta los de tejido muy fino con remates complejos”, describe Urbina. Estos primeros reciben el nombre de yaiño (perezoso) kinai (hamaca) -hamaca de perezoso- haciendo alusión al oso perezoso, pero también a la condición del hombre que opta por hacer una labor manual con tan poca dedicación.
El investigador Urbina Rangel, quien convivió durante un tiempo con los uitotos, se refiere a la simbología que este pueblo asigna a cada una de sus acciones y de sus objetos. Cuenta que un día observaba cómo Álvaro Jichamón confeccionaba una hamaca y “en un determinado momento le hice caer en la cuenta que había dejado sin hacer un nudo en el tejido, cerca de uno de los extremos. El hueco era notorio. Sonrió y me dijo: —No, Fernando. Es algo intencional. Se hace así para que se escurran las pesadillas— ¡Hasta los defectos comportan simbolismos llenos de sentido!”
El banco ritual es el butaco donde el Sabedor se sienta, en el lugar más sagrado de la maloca, para contar la historia del origen uitoto, para sostener el mundo, para crear conocimiento sobre las buenas formas de vivir.
Este banco, pequeño y macizo, tiene también una estrecha relación con la cosmogonía uitoto, según la cual existieron mundos sucesivos antes de darse al actual. Esas creaciones que se dan una tras otra ocurren a partir de lo que ha quedado del mundo anterior, lo más resistente, como las maderas usadas para la fabricación de los bancos. La forma del banco también está relacionada con sus símbolos: son animales terrestres o acuáticos, que siempre van a lo más hondo, como armadillos, tortugas, caimanes o nutrias.
Para los uitotos, la elaboración de cada elemento puede llevar un tiempo prolongado. Cada paso es una labor cuidadosa. Sin embargo, para ellos es claro también que toda labor iniciada debe tener un fin. “El Padre creador nos enseñó que todo ha de tener un término, un límite”, cuenta Urbina que fueron las palabras de Tito Jichamón, integrante del pueblo Uitoto. “Ese límite ha de ser muy bien pensado pues, si no, la obra terminaría, por fuerza propia, extendiéndose y extendiéndose, invadiendo todo, atravesando todo, haciendo que los otros seres no pudieran ser lo que son”.
Investigación y textos: Fernando Urbina Rangel