El miércoles amanecimos con el anuncio de las Farc de un nuevo cese unilateral del fuego a partir del 20 de julio y por un mes. Una noticia buena, recortada pero buena y que le da un respiro a la crisis por la que venía atravesando el proceso de paz.
Estábamos a un atentado de romper el proceso. La cuerda se había estirado y estirado y de tan templada que estaba cualquier pequeño jalón la haría romperse. De haber llegado a ese punto las cosas se complicarían muchísimo y habría sido muy difícil y muy largo retomar el proceso, tanto por la resistencia interna en la opinión pública en Colombia, como por el desgaste político que eso implica para este presidente o para el que llegara en un futuro.
Afortunadamente un tris de sensatez parece haber iluminado a los negociadores de las Farc o a su dirigencia. Seguir tirando por la borda esfuerzos como el que se ha hecho en los últimos tres años es una barbaridad. Al fin y al cabo ellos también pierden vidas valiosas y recursos. La guerra se vive en ambos bandos y en el que tiene menor tamaño la proporción de las bajas se siente aún más.
Pensar que en las filas de las Farc no se reacciona a los golpes es una ceguera. Allá hay seres de carne y hueso, personas que sienten miedo, que en la soledad de la selva extrañan su familia, que sueñan con una tarde de domingo frente al televisor o con dar un paseo por un centro comercial o aún con algo más altruista porque debe haber algunos que suspiran por una gobernación, una alcaldía, una banda presidencial o aunque sea una curul en el Congreso o en la Asamblea Nacional Constituyente.
Tanto allá como acá hemos venido acariciando sueños en estos tres años, sueños de paz, que fueron creciendo con avances, lentos pero avances al fin y al cabo. Sueños que con el desescalamiento del conflicto se sintieron más cercanos. Y de pronto ¡pum! Atentados, bombas, ataques, muertes, derrames de petróleo. Llegó otra vez el infame conflicto y contaminó todo, los ríos, pero en especial los ánimos que se encendieron como gasolina llamando a más y más guerra.
En las últimas semanas veíamos que la paz se nos escapaba por entre los dedos como agua sucia, contaminada de petróleo y odio, llena de dolor por las nuevas muertes y de desesperanza por la expectativa de vivir cincuenta años más de guerra, que no nos la merecemos. Colombia no se merece ese destino porque con todo sus defectos es un país que hace enormes esfuerzos por la reconciliación, por la democracia, por dejar atrás sus peores épocas. Esto hay que reconocerlo, así haya que hacer todavía muchos y grandes cambios.
Y en este mar de desasosiego llega el anuncio de las Farc para darnos un respiro, una ligera esperanza de que no todo está perdido, de que todavía queda un pequeño espacio para reconstruir la confianza en ese moribundo, que es el proceso de paz.
Habrá que cuidarlo como eso, como a una persona en cuidados intensivos. Nada de declaraciones estridentes, nada de llamar a la venganza, solo a la sensatez. Que el gobierno retome con cuidado las posibilidades de acelerar el cese bilateral y definitivo, que Humberto de la Calle, con toda la seriedad que ha demostrado, aproveche el momento para acelerar, de la mano de los países garantes, la concreción de los acuerdos. Que se envainen los sables y se logre que este pequeño respiro se amplié para no regresar a esta etapa que estamos dejando atrás: la de las bombas y los atentados.
Hay que seguir apostándole a la paz, es la mejor posibilidad. Así como nos han enseñado debemos recordar siempre que la Paz es la victoria. Que nadie se sienta derrotado en la Paz, porque lo que verdaderamente significa derrota es la guerra: Si señores, la guerra es la derrota.
http://blogs.elespectador.com/sisifus/