No hace mucho, un amigo se deshizo de algunas matrioskas; de su discoteca sacó a Chaikovski y Stravinski; de su biblioteca, a Dostoievski, Lenin y Tolstoi; y expulsó de sus recuerdos a una linda rusa que le hacía soportables las frías noches moscovitas de cuando disfrutaba como estudiante de la solidaridad soviética.
Semejante rechazo a sus más íntimas querencias obedecía a las “esclarecedoras” noticias que daban los grandes medios sobre Ucrania, las mismas que también han convertido en parias a pintores, escultores, bailarines, concertistas, en fin, a muchos exponentes de la cultura rusa, a quienes hoy rechaza el mundo entero por haber nacido en la antes florida patria de los zares, pero hoy convertida en despótico imperio, capaz de someter a otros pueblos a las atrocidades de la guerra.
Se trata, claro, de justificables reacciones ante el cúmulo de dolor y lágrimas y el desesperanzador éxodo que han presentado esos grandes medios como consecuencia de la supuesta agresión que desde hace un mes perpetra el oso ruso contra la despensa alimentaria de sus propios hijos.
De lo que no están informados tan razonables indignados es que esta guerra no comenzó por obra de Rusia ni hace un mes. Esta guerra nació en 1994, año en que el expresidente Victor Yanukóvich se negó a firmar un acuerdo con la Unión Europea que llevaba implícita la vinculación de Ucrania a la OTAN, como ya había sucedido con más de 10 naciones otrora socialistas, pese a los vigentes acuerdos que comprometían a no expandir la tal organización militar hacia esos países.
La negativa de Yanukóvich ocasionó su derrocamiento en 2014 y el ascenso al poder de Oleksandr Turchínov, un sujeto servil al imperio norteamericano, como lo es su sucesor, el ultraderechista y xenófobo actual presidente, Volodímir Zelenski.
Ucrania es un país con mucha población de origen ruso, especialmente en la región de Donbáss, de la que hacen parte las independizadas Lugansk y Donetsk. Contra esa población, por su origen mayoritariamente ruso, el gobierno de Turchínov, y luego el de Zelenski, desplegaron la más feroz política de guerra, que ha obligado a parte de sus hijos a emigrar hacia Rusia y, al resto, a formar sus propios ejércitos de resistencia.
Lo que hay en Ucrania es, entonces, tres cosas: guerra de resistencia popular contra el gobierno progringo de Zelenski, intervención solidaria del gobierno ruso ante la solicitud de Lugansk y Donetsk y acción defensiva del gobierno de Putin ante el peligro que representa la presencia de la OTAN en sus fronteras. Esto obliga a que replanteemos los rechazos y las solidaridades a que nos han empujado los medios oligárquicos.