La pérdida de Crimea en 2014 representó un duro golpe para Ucrania. Desde entonces vive en angustia permanente. Hoy la situación está aún peor: en su frontera del este con Rusia, hay apostados 100.000 soldados rusos, amenazantes con sus armas y dispuestos a esperar órdenes del Kremlin. Las maniobras diplomáticas se suceden para evitar lo peor.
Vladimir Putin no está muy de acuerdo con aquello de que es preferible la diplomacia a la guerra si no se le escucha su voz. Él quiere hablar de igual a igual con las potencias, Estados Unidos, China, Europa. Y en Ucrania no está dispuesto a ceder un milímetro. No estoy de acuerdo con quienes hablan de que Putin quiere recuperar el antiguo imperio de la URSS. Podría ser un anhelo, sí, pero más que eso, por ahora, su anhelo estriba en no perder su influencia en las antiguas repúblicas soviéticas.
Lo ha dejado nítido en sus intervenciones recientes, en Bielorrusia con su apoyo irrestricto al presidente Lukashenko, y a comienzos de este 2022 a Kazajistán el feudo intocable de Nursultán Nazarbayev. Precisamente, dos países en donde los derechos humanos son papel mojado y el ingrato recuerdo estaliniano del culto a la personalidad destaca por encima de todo en sus respectivos presidentes.
Putin ha enviado allí a su ejército a ojos vistas del todo el mundo, tanto de Occidente como del Lejano Oriente. Así, de esta manera, da rienda suelta a uno de sus sueños: hacer sentir su presencia en todo el mundo es parte de la megalomanía de cualquier líder político.
Pero en Putin es más ostensible por la impronta zarista que ha marcado la historia rusa; no en vano rinde pleitesía al zar Pedro I. De ahí su inflexibilidad con Ucrania, su hermano eslavo durante siglos. Y la primera condición que impone es que ni Estados Unidos y la OTAN le suministren armas a Ucrania, que en la mente del antiguo espía de la KGB está en la órbita rusa y rechaza cualquier actividad pro-occidental del régimen de Kiev.
A Putin lo envenenó que Ucrania hubiera establecido un Acuerdo de Asociación en 2014 con la Unión Europea, esto lo considera un acto de traición. Putin adora, protege, mima, supervisa “el extranjero cercano”, donde quiere seguridad física e ideológica, y anhela, por encima de todo, que allí todo ocurra según su sentir. Por eso no vacila en apoyar a los autócratas de Bielorrusia y Kazajistán, así se protege sus espaldas, al mismo tiempo que quiere evitar cualquier tipo de contagio de tintes europeos. La eterna lucha por europeizar a Rusia que tanto quería Pedro I, una Rusia europeizada a la moscovita.
Exactamente ¿a qué teme un hombre tan calculador y frío como Putin? Como dice el historiador británico Mark Galeotti, a la “contaminación ideológica”, la instalación de un contra-modelo en las puertas de la nación-madre sería un mal ejemplo para el pueblo ruso que lucha en vano por su libertad y bienestar desde hace tantos siglos.
Quiere asimismo como prioridad la incondicionalidad de la seguridad de Rusia, como se consignó en el acta de liquidación de URSS en 1991. Se niega a aceptar que
Estados Unidos instale misiles en Polonia, ni en ninguno de sus antiguos países satélites. Pero en las conversaciones de Ginebra entre el americano Blinken y el ruso Lavrov, ocurrida el viernes 21 de enero, los ucranianos echan de menos algo esencial: todos discuten su destino, pero a ellos mismos nadie los escucha.
Hay que partir de la pregunta, ¿qué quieren los ucranianos? En un artículo en el NYT, Alyona Getmanchuk, directora de New Europe Center, habla desde Kiev: “Solo pedimos a los aliados occidentales para tener una verdadera democracia libre del yugo ruso es ayuda para prepararnos para la guerra y tener una oportunidad de resistir, si Moscú invade”.
Putin mira para otro lado o hace que no oye cuando los pueblos hablan expresando su repulsa al antiguo régimen, que fue incapaz de administrar y multiplicar las enormes riquezas naturales de sus antiguos satélites. Y Putin no cederá.
Occidente debe saber que está dispuesto a todo, para él no hay líneas rojas. Si hay que acudir al ataque cibernético, bienvenido sea. Si hay que desplegar tropas, no importan los costos. Él impone su derecho.