El problema de los taxistas con la plataforma UBER va más allá de una disputa legal o de competencia desleal. El asunto tal vez sea más de fondo, y es que en Colombia ya nos acostumbramos a que las cosas valen más que las personas.
Pero expliquemos el asunto por partes. En primer lugar, debemos decir que en este país el acceso a los servicios básicos pasó de ser un derecho a un privilegio. Como hay poca movilización social y tenemos una increíble incapacidad de resolver conflictos (o echamos un madrazo o bajamos la cabeza) terminamos por buscar de manera desesperada los recursos monetarios que sean necesarios para que los servicios sean prestados con servicio y calidad.
Pasa con la salud, si tenemos una dolencia acudimos a urgencias a una clínica donde el funcionario no mira el rostro del ser humano, sino la categoría económica que se registra en el carné. Entonces, empiezan los estratos y tenemos para los que viven en condiciones preciaras “Sisbén”, para los que trabajan “Plan Obligatorio”, para los que empiezan a tener éxito en la vida laboral “Plan Complementario” y en el último escalafón la palabra que anhelamos porque se ajusta a nuestro arribismo social “Plan elite”.
Pasa con la educación. El Estado poco o nada hace para que la educación pública sea una regla y no una excepción. Por esa razón es motivo de prestigio o drama familiar que un hijo asista a las Universidades estatales. Como la mayoría queda excluida, los padres de familia en vez de movilizarse, prefieres solicitar insólitos préstamos, todo con tal que su hijo logré los privilegios que solo se logran haciendo alarde de un título que lo acredite como profesional.
Entonces, tenemos universidades que no se escogen por su aporte a la solución de los problemas nacionales, sino que el parámetro es evaluar el poder adquisitivo vs costo de la matrícula: entonces tenemos instituciones bien de 10-15 millones, instituciones aceptables de 6-10 millones de pesos, instituciones consideradas de 3-5 millones y los mega descuentos de instituciones que por menos de dos millones regatean los ahorros de miles de personas que no les interesa educarse, sino participar en lo que denominaría Gabriel Zaid: la canasta costosa de la educación.
Y pasa con la movilidad en el transporte urbano. Resulta cómico y absurdo que el debate de los taxistas por la competencia de UBER, no pase por una reflexión sobre los precarios servicios de todas las modalidades de transporte masivo, por lo menos en el caso de Bogotá: Transmilenio soporta problemas logísticos, las empresas de transporte se niegan a modernizarse y el sistema integrado de transporte SITP es interesante, pero tienen en la pésima gestión de sus promotores, los responsables de primera mano.
Si este fuera un país serio y una ciudad seria, tendríamos un sistema articulado con rutas que analicen el flujo de las personas en distintos horarios, precios justos y diferenciados y una campaña agresiva y constante de cultura ciudadana. Pero sucede todo lo contrario, nadie habla del transporte y lo que tenemos son unos gremios de distintos tipos de transporte que se enfurecen solo cuando sus intereses están en peligro de ceder a nuevas ideas.
Con el crecimiento de una clase media consumidora, los taxistas vieron elevados sus ingresos, sumando a este hecho que la mayoría de esa clase media se acostumbró al carro y se resiste al servicio de transporte masivo, así esto signifique añadir a sus cuentas una gruesa suma de dinero y asumir una actitud sumisa al recital de condiciones que impone el taxista – Todo con tal de llegar al trabajo o la casa-.
Como lo dice el adagio popular “quien muestra el hambre no come”. Por esa razón, a diferencia de nuestras paquidérmicas instituciones democráticas, el gremio de los taxistas creó un auténtico sistema de normas, pasando por encima de todo criterio legal y de sentido ciudadano. Por es ya es costumbre que abusen de las tarifas, alteren los taxímetros, entreguen billetes falsos, decidan las rutas y el acto más parecido a Macondo: escondan la tabla y a ojo prospectivo definan cuál es el precio que se debe pagar por el favor de llevarnos en medio de una ciudad caótica e intolerante a la diferencia.
Los ciudadanos nos quejamos, pero no asumimos la problemáticas, sino que preferimos solucionarla a nuestra manera, pues si acudimos a las autoridades seremos castigados por traer problemas a los funcionarios que están más preocupado por marcar la tarjeta de 8 a.m. a 5 p.m. que por orientar y asesorar al ciudadanos en la búsqueda de soluciones que redunden en calidad de vida.
Ante la ausencia del actor estatal y su falta de dientes para poner en cintura a los taxistas, sale otro actor privado a aprovecharse de la papaya puesta. En una sociedad de emociones hipócritas y afectos ausentes, nos termina pareciendo conmovedor que UBER arrope a sus usuarios –en el sentido literal y figurado de la palabra-, nos abra la puerta, pregunten cómo estamos, que tal el día y nos brinden una botella de agua.
Los gremios taxistas, torpes en sus procedimientos salen a quejarse en vez de hacer un alto en el camino y reflexionar sobre los errores y abusos cometidos. En vez de hacer un plan para recuperar la confianza del usuario, se manifiestan con amenazas y peleas legales, en las que dichosos aparecen para pescar en río revuelto, ex fiscales, ex procuradores y toda suerte de abogados faranduleros.
Aún peor los periodistas, entre los que destacamos a los periodistas de Caracol Radio, quienes en la emisión del jueves 11 de marzo en horas de la mañana, propusieron una perla que desafía toda la lógica y el sentido común: proponerle a los taxistas crear un servicio “elite” para competir con UBER., como si el servicio de los taxi ya no fuera un privilegio.
Triste sociedad en la que vivimos, con la amenaza de recibir los servicios de acuerdo al número de ceros que tengamos en la cuenta bancaria. Sociedad del billete, sociedad del individuo, sociedad esquizofrénica, enfrentada a diario por los recursos disponibles para alcanzar las preferencias que los privados ofrecen ante la mirada cómplice del Estado.
La pelea va de largo y al final se resolverá lo urgente y no lo necesario. Los taxistas seguirán siendo un gremio que protestaran cuando alguien amenace sus intereses. UBER seguirá funcionando, así sea declarado ilegal (alguien se inventara una nueva aplicación) y los usuarios seguiremos asistiendo a la elitización paulatina de los servicios públicos., lo que nos obligará a ser más astutos y vivos en el mundo de los negocios.
¿Y el Ministro de Transporte, la Secretario de Movilidad, las instituciones en defensa de la cultura ciudadana…?….Bien, gracias.