Uber-ciudad

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Vale la pena repensar el tono del país del sagrado corazón.

Por: Jaime Romero
julio 29, 2014
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Uber-ciudad
enriquedans.com

En los últimos meses hemos presenciado en medios de comunicación y redes sociales una pelea encarnizada entre el bogotanísimo gremio de los taxistas y una "app" californiana con nombre latino: Uber (= fértil, abundante, rico).

Para los que no la conocen, esta es una plataforma que permite a sus suscriptores contar con un servicio de transporte puerta a puerta que promete mejorar, por un pequeño sobrecosto y pago con tarjeta de crédito, todos los inconvenientes de viajar en los taxis amarillos tradicionales (excepto, claro, el peor de todos: el tráfico), utilizando para ello unos vehículos conocidos en la ciudad como taxis de turismo, de color blanco. Es la colombianización de un servicio que en otros países utiliza limosinas y vehículos de alta gama, y de una disputa que se está librando en medio mundo -como se dice de las grandes guerras- ciudad por ciudad.

¿Qué molesta tanto a los amarillos? Pues que los blancos no se ven afectados por los altos precios de los “cupos” (matricular un taxi en Bogotá cuesta cerca de $80 millones) y el pico y placa (cada cinco días), por lo que Uber sería una clara competencia desleal. Los argumentos han ido y venido: Los amarillos sostienen que Uber está operando un sistema de taxis, para el que los blancos no están autorizados; los blancos, que están haciendo algo que la ley les autoriza (transporte para hoteles y empresas); los suscriptores, que el servicio de los amarillos es pésimo y se merecen algo mejor; los funcionarios, que la app “no es ilegal pero no está regulada” y por consiguiente no puede operar; Uber, que ellos sólo cubren una porción ínfima de la demanda y por tanto los amarillos no tienen de qué preocuparse.

Todo esto en medio de operativos policiales (unos días sí, otros no), amenazas de paro por parte de los taxistas, insultos.
De tanta crispación, nada se ha hablado de los aspectos constructivos de la disputa. Por ejemplo, de la utilidad de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) para el desarrollo, no sólo económico sino social y político. Una de las cosas que más rápidamente queda obsoleta con las TIC es la legislación de un país: recordemos cómo, en los 90, las empresas de telefonía fija pretendieron impedir las llamadas de larga distancia vía internet, por ilegales. ¿Se comportarán las autoridades de hoy con la misma torpeza de las de hace quince años, que prohibieron los Skype y Viber de la época hasta que la realidad los hizo recular? Ojalá que no.

Es más, el tráfico y la economía de Bogotá se beneficiarían muchísimo de nuevos emprendimientos en materia de movilidad, si el caso Uber es abordado con algo más en mente que defender unos intereses particulares o evitar un paro. Desde el punto de vista político (o mejor, de las actitudes y costumbres políticas), estamos frente a un ejemplo de concertación obligatoria que puede resultar muy valioso.

El de Uber es un tema que va a tener definiciones más temprano que tarde: ni los taxistas van a tolerar que se permita continuar con la situación actual, ni los suscriptores (que, como se ha visto, tienen bastante influencia sobre los medios de comunicación) van a aceptar que desaparezca el servicio. Este tema puede ser una oportunidad para que intereses legítimos pero contrapuestos pongan sus cartas sobre la mesa y lleguen a acuerdos sostenibles en el tiempo, algo que casi nunca hemos visto en una ciudad acostumbrada al lobby de club social y a “mermeladas” de diferentes sabores y proveniencias.

Pero dejemos el optimismo y volvamos a la cruda realidad, porque el asunto también tiene riesgos. Por ejemplo, que la negociación se maneje como un simple intercambio de favores, en lugar de realmente resolver un conflicto de intereses de manera constructiva: digan lo que digan en la Alcaldía, es difícil no pensar que la ampliación de los horarios de bares y discotecas hasta las 5 AM es una contraprestación por la ley seca durante el Mundial de fútbol. No tendría sentido, por ejemplo, la eliminación del pico y placa para los amarillos o una “lucha frontal” contra los bicitaxis a cambio de permitir la continuidad de Uber en vehículos no autorizados hoy, aunque seguramente eso daría por acabada la pelea y dejaría fotos y titulares muy emotivos.

Sin embargo el mayor de los riesgos no proviene de los participantes en la (hipotética) negociación sino de nosotros mismos, la “opinión pública”, y la agresividad con que solemos tramitar nuestras diferencias. Si uno lee los comentarios sobre el caso en las redes sociales y en algunas columnas de periodistas muy prestigiosos, se entiende por qué tenemos el conflicto armado más antiguo del continente: “...conduciendo un Atos que yo pude haber partido en dos pedazos si hubiese puesto un pastorejo en el lugar adecuado, y cuya tapicería seguramente hiede por la cantidad de nalgas que ha transportado de mala gana...” (blog en El Tiempo de Carlos Felipe Pardo, experto en transporte sostenible); “...habrá sido que los de Uber le metieron suficiente dinero por detrás para redactar este esperpento de escrito con la sobradez, estupidez e impertinencia que sólo un filisteo caresimio como él pudiera imprimir sobre letra cualquiera?” (Diego Andrés Rojas, lector del blog de Pardo). Ese es el tono en el país del sagrado corazón cuando se alista para dialogar.

Aún si la cuestión se asume con buenas intenciones (sigo con el optimismo) la tarea que tienen ante sí las autoridades es bien complicada. En Bogotá hay más de 50.000 taxis amarillos: sea que multipliquemos por el valor de cada cupo o por el número de personas que dependen de cada vehículo, veremos la importancia social y económica del gremio.

Hay que actuar, entonces, de manera justa y responsable. Al ser el sector de los servicios el más importante para la economía de la ciudad, y –dentro de éste- ser las TIC el subsector de más rápido crecimiento, también hay que pensar estratégicamente. Como nuestro entendimiento de conceptos políticos claves (tales como ciudadanía o concertación) es tan limitado, habría que proceder también de forma pedagógica. Todo dentro del marco legal vigente, así sea para modificarlo, y rápido ¡porque se viene el paro!

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