Hace unos años, entre el espanto y la angustia, vi un video casero en el cual se lapidaba a una mujer acusada de adulterio en un país del Medio Oriente. Recuerdo bien cómo la primera piedra alcanzaba su menudo cuerpo -vestido con una oscura burka- y era seguida por docenas más, que magullaban su humanidad con golpes secos y contundentes. La víctima desesperada y estremecida, gritaba y se acurrucaba ante una encendida multitud. Varios niños presenciaban curiosos y perplejos el triste espectáculo. Algunas mujeres alentaban a los verdugos de mirada furiosa y barba espesa y sanguinaria. El cuerpo, luego de la pedrada fatal -aunque no la última- se desplomaba inerte. Todos celebraron. De inmediato, confirmé los alcances de la barbarie humana cuando se envilece y transforma en turba desbordada y enardecida. Por esos días, también supuse que este tipo de atropellos salvajes eran cuestiones de fanatismos desérticos y convulsivos, propios de sociedades lejanas y primitivas. Me equivocaba.
Tan peligrosa es la ausencia de la libertad como la deformación de la misma. Hoy por hoy, y a pesar del amplio desarrollo que por siglos han tenido las democracias occidentales -desde lo teórico hasta lo institucional-, el concepto básico de integridad humana -fundamental en el ejercicio de cualquier tipo de libertad- se encuentra en riesgo. Las redes sociales, promueven el ataque en masa amparado en el anonimato ofrecido por las personalidades virtuales, que son alentadas -en su bajo proceder- por la forma en que funcionan los mórbidos algoritmos que deciden qué contenido consumimos (premiando lo popular sobre lo justo o lo correcto). Comunidades como Twitter, Facebook e Instagram son el escenario perfecto para que, día tras día, presenciemos abusos indiscriminados que lapidan y mancillan (esta vez con el filo de la opinión irresponsable) a cientos de víctimas. Miles de usuarios que creyeron encontrar en la red social un espacio de interacción humana, pacífico y seguro, hoy se relamen sus heridas y miran con sospecha cualquier presencia o manifestación en la celebrada virtualidad. Muchos otros no aprendieron la lección.
Las redes sociales, en especial, aquellas en las que el derecho a la libertad de opinión se puede ejercer sin ninguna restricción real, como Twitter, son lugares peligrosos, específicamente por someter a sus usuarios a un estado permanente de “indefensión”. Así lo consideró la Corte Constitucional al resolver una acción de tutela que buscaba proteger la honra y buen nombre de una mujer acusada de ladrona por otra en una red social. “El aumento exponencial” del maltrato, establece la decisión T 145 de 2016, así como los efectos del mismo, son dados por los considerables públicos y extendidos alcances de la redes, que convierten a estos nuevos escenarios en los lugares predilectos de criminales profesionales -o rufianes en vísperas- que buscan destruir a los otros, haciendo comentarios o acusaciones infundadas, disfrazadas de libertad de expresión; estas acciones más allá de simplemente configurar delitos representan -casi siempre- ataques a la más básica humanidad.
Salvo uno que otro caso utilizado a título de ejemplo jurisprudencial
o los escándalos que involucran a una celebridad o un político,
los ataques quedan en su inmensa mayoría en la total impunidad
Leyendo entre líneas la sentencia, lo que resulta más alarmante es la resignación con la que el tribunal reconoce la facilidad con la que se pueden cometer crímenes en las redes sociales y admite -sin admitir- su incapacidad de perseguir a los delincuentes virtuales. Salvo uno que otro caso utilizado a título de ejemplo jurisprudencial o los escándalos que involucran a una celebridad o un político, los ataques quedan en su inmensa mayoría en la total impunidad. Valdría la pena seguir exigiendo de estas redes un tratamiento mucho más estricto para estas masas siniestras que camufladas detrás de un perfil, cometen delitos imposibles de perseguir por los organismos judiciales. Aún no se evidencian acciones concretas en este sentido. Esperemos que el morbo que despiertan estos atropellos no sea considerado parte del “negocio” o del “espectáculo”. No me extrañaría.
Aunque sería ingenuo y de alguna manera contraproducente, recomendar a las personas abandonar las redes sociales, es necesario llamar su atención sobre los peligros que se ciernen en la interacción pública en dichos espacios. Bastaría recordar que el sentido común nos indica que debemos proteger lo que valoramos y velar por quienes queremos, incluso en los universos virtuales. Aunque me temo que no será suficiente, la multitud ciega y vociferante alguna excusa encontrará para atacar por sorpresa a la víctima. Esa es la lógica de los lugares peligrosos y ese es el resultado irreversible de hacernos más vulnerables con la constante y compulsiva exposición de nuestras vidas privadas.
@CamiloFidel