El hijo de Pablo Escobar quien tomó el nombre de Juan Pablo Marroquin ocupa nuevamente las primeras líneas por cuenta de la traducción al inglés de su libro "Escobar, mi padre".
A este lanzamiento anglosajón se une el éxito de la serie "Narcos" de Netflix, que ha logrado una gran acogida entre el público europeo y últimamente en Francia, donde la publicidad está presente en el metro y en los lugares de mayor afluencia.
Juan Pablo ha dado entrevistas en los medios más reconocidos, como esta que le concedió al Huffington Post. Habla con un desparpajo que nunca ha tenido en Colombia, donde mide sus palabras, y de allí el valor periodístico de ésta que fue tomada del portal.
Esta es la entrevista publicada en el Huffington Post:
Sebastián Marroquín (Medellín, Colombia; 1977) es conocido por ser el hijo mayor del narcotraficante más famoso de la historia de Colombia y puede que del mundo, Pablo Emilio Escobar Gaviria. Asegura que, con 16 años, tras la muerte de su padre en 1993, podría haber sido su sucesor. No son pocos los testimonios que afirman que se estaba preparando para ello.
Escobar cayó en diciembre de 1993 tras una persecución por la calles de Medellín. Oficialmente lo mató la policía, aunque otros dicen que lo liquidaron miembros de un cartel rival conchabados a los agentes. Su hijo está convencido de que, antes de que lo atraparan, se suicidó. Lo que es seguro es que Marroquín se enteró de la muerte de su padre por una periodista. En ese momento, en directo para todo el país, juró vengar la muerte del también conocido como El Patrón del Mal: “Voy a matar a todos esos hijosdeputa. Yo solo los mato”.
Por eso, afirma, terminó tomando otro camino. Ahora vive en Argentina, es arquitecto e imparte conferencias sobre su padre por todo el mundo, “no para hacer defender de su figura, sino para que se aprenda de sus errores”, aclara. Esta es una de las razones por las que ha criticado series como Narcos, de Netflix.
23 años después de la muerte de Escobar, Marroquín está rentabilizando la figura del narco: ha protagonizado un documental, Los pecados de mi padre (2009); ha escrito un libro, Pablo Escobar. Mi Padre (Ed. Península; 2015); y ha puesto en marcha una marca de ropa llamada Escobar Henao, sus apellidos originales, y cuyo lema es In peace we trust (Creemos en la paz). “Mi padre se ha convertido en un personaje de mucha trascendencia a nivel mediático en todo el mundo”, explica.
Pregunta: Todo el mundo le conoce como el hijo de Pablo Escobar, pero ¿quién es Sebastián Marroquín?
Sebastián Marroquín: Es un colombiano como los más de 5 millones de desplazados por la violencia en Colombia que tuvo que cambiar de identidad para recuperar su derecho a la vida y a la educación. Soy arquitecto, empresario, un hombre de paz y padre de familia. Ese es Sebastián Marroquín.
P: ¿Cuánto de Juan Pablo Escobar hay en Sebastián?
SM: El cien por cien. En realidad no ha cambiado nada, simplemente cambió un nombre. Un documento. Un trámite. Mi cambio en el carnet de identidad no supuso una renuncia al parentesco ni al amor que siento por mi padre. Simplemente fue una herramienta que nos permitió salvar la vida.
El mejor consejo que me dio mi padre fue cuando me habló de la droga y me avisó: 'Valiente es el que no la prueba'.
P: Su madre y su hermana casi no aparecen en los medios de comunicación, se ha erigido usted en el portavoz de la familia ¿por qué?
SM: Es algo que yo elegí. Pude elegir otros caminos, como el del silencio absoluto o, peor aún, convertirme en Pablo Escobar 2.0. Me decidí por el de la arquitectura, el de la paz, el de buscar la reconciliación y el perdón de todas aquellas personas con las que mi padre tuvo conflictos. A eso he dedicado mi vida estos últimos años.
SM: "Valiente es el que no la prueba", cuando me habló de las drogas. Era muy consciente del veneno que vendía y no quería que yo, siendo su hijo, lo probara.
P: ¿Cómo le ha afectado crecer en un ambiente de narcotráfico?
SM: Me críe entre bandidos. Los peores criminales de Colombia fueron todos mis niñeras. Ahora soy un hombre de paz, creo que al estar tan cerca de eso me hizo más consciente de las consecuencias de sus acciones y del dolor que provocaban, a sí mismos, a nosotros y a muchos otros colombianos. Eso sirvió para tener, muy cerca, un espejo en el que veía justamente a las personas en las que yo no debía convertirme.
P: ¿Qué relación tiene con las drogas?
SM: De mucho respeto. Han hecho mucho daño a Colombia y a Latinoamérica en general. La prohibición de las drogas y no las sustancias es lo que nos ha traído guerras, corrupción y violación a los derechos humanos. Todo ello también impulsado por el mercado y por el poder. Esto no ha cambiado ni aún más de 20 años después de la muerte de mi padre. Todo está intacto, todo está idéntico y el negocio sigue funcionando a la perfección muy a pesar de los traficantes que van matando o que van capturando.
Los norteamericanos en algunos casos piensan que todo se puede resolver a punta de pistola, pero, el narcotráfico, es un drama de la humanidad que de ninguna manera se solucionará con armas ni con agencias antidroga superpoderosas. Eso, lo único que garantiza es el empeoramiento del problema.
SM: La verdad es que teníamos un buen callo ya, pero fue un momento duro porque ya llevábamos cinco años alejados de Colombia. Yo había terminado mis estudios, era profesional, tenía una vida absolutamente diferente y distante, no se parecía en nada a la vida del hijo de Pablo Escobar y, de repente, verte rodeado de policía, de la atención mediática pues te hace daño. En ese momento te preguntas: "¿Vale la pena portarme bien si de todas formas terminan metiéndote en la cárcel?". Parece que el premio por portarse bien es la cárcel. Te cuestionas muchas cosas.
P: Su padre amasó una inmensa fortuna y un gran patrimonio que tras su muerte pasó a manos del Estado. Muchas propiedades están en ruinas, aunque algunas como la famosa Hacienda Nápoles han sido cedidas a empresas para ser explotadas como un parque temático ¿Qué cree que debería hacerse con el patrimonio de su padre?
Soy un hombre de paz, y eso se puede verificar. Si no, estaría muerto.
SM: Debería estar en manos de las víctimas y no de los políticos. Debería revisarse que ocurrió con esas propiedades que le quitaron a mi padre, porque te garantizo que ni una sola víctima de Pablo Escobar ha sido reparada con el dinero que confiscó el Estado colombiano y se quedó en manos de los políticos.
Eso terminó deslegitimando la acción del Estado, porque terminó pareciendo una rapiña entre mafiosos. En esa guerra el bando ganador se quedó con todo el dinero del bando perdedor y no lo usó para reparar a las víctimas.
SM: Me parece justo porque, cuando muere mi padre, cometí el gravísimo error de amenazar al país para vengar su muerte. Por eso las personas me recuerdan por ese acto de desesperación ante la noticia de la muerte de mi padre y no recuerdan la segunda promesa que hice 10 minutos después: que me iba a educar y que contribuiría a la educación de mi familia y a la paz de mi país. Esto es lo que vengo haciendo desde hace años, pero hay quien sólo recuerda mis amenazas de hace dos décadas, pero no valora todo este tiempo de buen comportamiento.
SM: No tenga ninguna duda que sí. Por eso creo que, con el tiempo, las personas han comprendido que, al igual que mi hermana, respondo por mis actos y no por los de mi padre.
Más allá de los sentimientos encontrados yo no hablo con promesas, sino con hechos consolidados. Cuando he salido a responder por los actos de mi padre ha sido en el marco de la búsqueda de la reconciliación. Me hago cargo de la responsabilidad moral de sus crímenes porque no hay nadie más que lo haga y creo que me corresponde a mí. Soy un hombre de paz y eso se puede verificar. Si no, estaría muerto.
La reconciliación no forma parte del vocabulario colombiano, no es parte de nuestra cultura.
P: Usted ha llegado a decir que la reconciliación no suele entrar dentro del vocabulario colombiano y asegura en el libro que consiguió salvar la vida gracias a que su madre y usted firmaron la paz con los otros carteles. Ahora Colombia afronta lo que parece el final de otra gran guerra interna, la firma del tratado de paz con las FARC. ¿Desde su experiencia cómo ve el proceso?
SM: De esta paz en concreto no puedo hablar porque no la conozco tan a fondo, pero de la que sí puedo hablar es de la que nosotros hicimos con todos los carteles de la droga de Colombia. Basándome en esa experiencia, creo que los colombianos somos capaces de hacer la paz. Hasta las personas más sanguinarias se cansan de la violencia y la guerra.
Nosotros negociamos la paz en condiciones totalmente desiguales, totalmente desfavorables para nosotros, y aun así, en unas circunstancias tan adversas valoramos mucho la paz conseguida y llegamos a una conclusión que podría parecer un disparate, pero no lo es: la paz a cualquier precio, es barata.
Eso es lo que los colombianos no han logrado entender. El enorme significado, la dimensión y lo que implica para un país poder crecer vivir y desarrollarse en paz. Llevamos 50 años o más matándonos los unos a los otros. La reconciliación no forma parte del vocabulario colombiano, no es parte de nuestra cultura. Habrá miles de críticas, pero hacer la paz no es fácil. De cobardes es la guerra, de valientes es la paz.
He escuchado de todo acerca de él. Las acusaciones más inverosímiles, las más dramáticas y ciertas también. Pero la que más me gusta es la de que está vivo. Debe estar con Elvis y seguro que le está diciendo: “Tócame una cancioncilla. Cántame una”.