Néstor Castro es el director de Migración para el Caribe. Hace unos días, su oficina amonestó a un grupo de turistas chilenos, argentinos, uruguayos y de otras nacionalidades sureñas, por no tener permiso para realizar prácticas circenses en los semáforos de Cartagena.
La prensa, esto sí que es inédito, los ha calificado de forma muy creativa: “turistas malabaristas”. De inmediato uno se pregunta, ¿cuál es el turista en Cartagena que no hace malabares para comprender las dinámicas de la ciudad? O ¿Qué habitante, nativo o visitante, no hace malabares para sobreponerse a una ciudad que se explaya como pista de circo? ¿Acaso desde la administración local no se hacen trucos y malabares para intentar engañar a su gente?
Hace apenas unos días, el primer gran malabarista de la ciudad, conocido en el mundo de saltimbanquis y payasos Dioni, el Barbita Vélez, presentó el truco que dejó a todos babeando de sorpresa. Su gran habilidad (que se sepa) es desaparecer y aparecer escudos.
Así lo hizo durante la presentación del programa de fiestas de la ciudad. ¿Cómo lo hizo? El pueblo no sale del asombro. Al detallar el afiche 2014, desapareció el escudo republicano, que nos muestra libres, orgullosos de nuestra tradición indígena, y apareció el escudo colonial, que pone a rasparnos las rodillas ante el apuesto Felipe VI de España. ¡Qué virtud, qué habilidad!, de este Barbita Vélez.
¡Increíble! Dicen desde el historiador Moisés Álvarez, hasta líderes comunitarios como Reinaldo Manjarrés. El pueblo pide que revierta el truco. Al parecer, a lo contrario es más difícil, o el Barbita no está preparado.
Los malabares de estos días lluviosos han demostrado la habilidad de los ciudadanos para diseñar y construir puentes de piedra, palos, y cajas de cartón (legado del gran arquitecto Bautista Antonelli), saltar a lo Caterine Ibargüen, mantener el equilibrio mientras se cruza en carretilla Bazurto All Stars por el cuerpo cenagoso transitorio de la plaza de Los Coches, mientras se disfruta de un cromatismo de olores húmedos cuya salinidad se pega en los labios.
La lluvia puso a prueba cualquier habilidad circense. Salir del Centro Subacuático Amurallado, exige habilidades de ilusionista, mentalista o escapista (un cursito rápido con Criss Angel, ofrecido por el Sena para los taxistas, ayudaría a mejorar la movilidad). Igual sucede en lugares más al suroriente, como Isla de León, Pantano de Vargas, Villas de Belén. ¡Qué bellos nombres!, atrapados por las lluvias y la Ciénaga.
En el barrio El Socorro, un carro de bomberos quedó sumergido en un arroyo. Los bomberos hoy se entrenan con los cruzarroyos de Bazurto para superar la emergencia en una próxima ocasión. El truco es sencillo dicen los de Bazurto. “De laito (de lado), de laito, mi hermano, si te metes de frente te lleva”.
En cercanías de la Universidad de San Buenaventura, que ofrece servicio de mototaxi institucionalizados, con chalecos de “San Pacho” en el pecho, conocí a dos malabaristas de la pavimentación poslluvia. Tienen su truco. Usan dos dinosaurios Barney a lado y lado del hueco recién pavimentado. Los Barney, como es obvio, tienen los brazos abiertos y piden monedas por el trabajo realizado: “Con un fuerte palazo, y un beso te diré, mi pavimento es para ti”.
El Muelas, malabarista del “tapahuequismo” local, con pala en mano, explica que hay que ingeniársela (de ingeniero), tener una estrategia para atraer a la gente y que suelte su moneda. Como no tienen trabajo, hacen lo que sea.
Según los funcionarios de migración, muchos turistas no tienen permiso para realizar malabares en la ciudad, lo que resulta paradójico, porque está claro que para habitar en la ciudad o pasar unos días de turista, hay que tener habilidades de malabarista, trapecista, mago o equilibrista.
Un día después de la amonestación de migración, los “turistas malabaristas” desaparecieron de los semáforos. Qué eficiencia. Sabrá uno qué le pasará al Barbita por estar haciendo actos de magia que regresan, más allá de lo simbólico, a la urbe renacentista y colonial.
Ya se rumora (rumor puro), que la reina de la independencia o (¿dependencia?), será coronada por el apuesto Felipe VI de Borbón, mientras Carlos Vives (ese sí que nos jodió) repite, una y otra vez: “Y que viva Cartagena la fantástica, ¡viva España!, ¡viva España!”. El truco funciona compa.