Lo ocurrido esta semana merece ser el guión de una gran película, paradójicamente a cargo de alguien apellidado Guerra para que esta vez sí se lleve un merecido Óscar.
La obra se centra en un país que todos reconocemos en los primeros minutos y en un principio vemos una gran manifestación en contra del gobierno central y en donde todos los convocantes portan un cartelito que en términos de redes sociales dice: “# blablabá renuncie ya!”
Y en ese momento, cuando la cámara ha hecho un zoom y vemos el gran espacio, el público se da cuenta de su error de percepción. No son millones los manifestantes, siguiera cientos de miles y muchísimo menos miles o cientos. La cámara se detiene y el espectador podrá contar los asistentes. Son treinta y dos, contados, uno, dos, tres, …, treinta y uno y ese del fondo con cara de malo da treinta y dos, y pronto se reconocerá de entre ellos a seis ruidosos senadores y unos diez asesores jurídicos. El resto son fornidos guardaespaldas que obviamente no llevan el consabido cartel, sino como pronto corroborará el público lo que portan en la mano izquierda es una tímida AK-47, cuando en la derecha, por si acaso, cargan una Mini Uzi. Al fondo, sobre los andenes, se ven veintitrés narcotoyotas de vidrios negros.
No son millones los manifestantes, siguiera cientos de miles
y muchísimo menos miles o cientos.
Son treinta y dos, contados, uno, dos, tres, …
Se corta la escena y la película aplica un flashback que nos lleva a los momentos del arresto del hermano de quien fuera presidente en inquietos años pasados y hoy es flamante líder del movimiento opositor. Lo acusan de paramilitar, al parecer con fuertes pruebas cuando en otro flashback sabremos rápidamente que el paramilitarismo demente y loco nace en el gobierno del hermano con auspicio de las mismas fuerzas militares. Y oh sorpresa, sabremos que el ministro de Defensa en aquellas épocas es el hoy presidente.
Y acto seguido pasamos a asistir a unos monótonos momentos en los que vemos frente a monitores a todos los ministros metidos cada uno en su cuenta de Twitter burlándose de la poca asistencia de aquella gran marcha, para proceder a un corte y ver ahora a los miembros del partido opositor en la misma actitud, jorobados y tuiteando sobre los bien sabidos males del país y la lógica responsabilidad que al gobierno le asiste y hablando de persecución política al estilo chavista.
Y ahí, cuando la prensa radial aborda a los miembros del gobierno sobre lo que está ocurriendo y piden les diga por qué el gobierno no se dedica más bien a atajar decenas de temas dramáticos como la corrupción y la inequidad o la violencia galopante, la respuesta oficial producirá risas en todas las salas de cine cuando el funcionario de turno ofrezca públicamente su correo personal para que todo aquel que quiera algo le envíe una solicitud para solucionar el asunto en un plis plas.
Y así, sin hacer colas innecesarias o reclamos sin oyentes, todos los habitantes de aquel país feliz (el más feliz del planeta) envían sus quejas por los males que sufren y cada ministro soluciona cada tema por separado y en forma inmediata y efectiva y el propio presidente atiende con sigilo y delicadeza los asuntos más apremiantes desde su cuenta tunosabesquiensoyyo @ gov.locombia.com
En la última toma aparece una bandera nacional meciéndose con el viento mientras se oye desafinado el himno nacional que habla de glorias inmarcesibles.
Y hablando de…
Y hablando de himnos…, ¿por qué será que el colombiano no le dedica una pequeña estrofa a la corrupción y nos dejamos de júbilos inmortales?