Uno se pregunta, cómo es posible que Tunja, toda una capital de departamento (Boyacá), no tenga un aeropuerto ni siquiera nacional, y su curaduría urbana tampoco exista, con casi 200.000 habitantes y estando a la cabeza de varios de los destinos turísticos más importantes del país.
Villa de Leyva, el pueblo más turístico de Colombia por su arquitectura española, preservada gracias a que los alcaldes no permiten que se construya con otros cánones diferentes a los de la época virreinal, con un desierto, los pozos azules y los fósiles de dinosaurios además del mirífico Museo Luis Alberto Acuña; el valle de Saravita, con sus colinas de flancos ondulosos; el Parque Zoológico de Guatika; la Laguna Careperro, en Cerinza; la mitológica laguna de Tota; Moniquirá: La Ciudad Dulce de Colombia; Paipa y su gastronomía de quesos que llevan su nombre, su arquitectura, sus termales; Pozo de Donato o Hunzahua; el Puente de Boyacá, y la ruta libertadora; el río Teatinos; Chiquinquirá y sus artesanías; Sáchica; Sierra Nevada del Cocuy; Sogamoso y Muzo con las esmeraldas más puras y por ello famosas del mundo. Tres premios nobel de literatura han inmortalizado a Boyacá en sus obras:
Gabriel García Márquez expresó en El Amor en los Tiempos del Cólera:
“Florentino Ariza se había informado de cuanto era posible sobre los hábitos de los galeones. Aprendió que el San José no estaba solo en el fondo de corales. En efecto, era la nave insignia de la Flota de Tierra Firme, y había llegado aquí después de mayo de 1708, procedente de la feria legendaria de Portobello, en Panamá, donde había cargado parte de su fortuna: trescientos baúles con plata del Perú y Veracruz, y ciento diez baúles de perlas reunidas y contadas en la isla de Contadora. Durante el mes largo que permaneció aquí, cuyos días y noches habían sido de fiestas populares, cargaron el resto del tesoro destinado a sacar de pobreza al reino de España: ciento dieciséis baúles de esmeraldas de Muzo y Somondoco, y treinta millones de monedas de oro”.
Gabriela Mistral, dijo en un poema dedicado al presidente boyacense Eduardo Santos -sin haber visitado Colombia-:
“Al Valle que llaman de Muzo,
que lo llamen Valle de Bodas.
Mariposas anchas y azules
vuelan, hijo, la tierra toda.
Azulea tendido el Valle,
en una siesta que está loca
de colinas y de palmeras
que van huyendo luminosas”.
Pablo Neruda escribió en su Canto General:
“Los monos trenzaban un hilo
interminablemente erótico
en las riberas de la aurora,
derribando muros de polen
y esperando el vuelo violeta
de las mariposas de Muzo”.
Tunja tiene una plaza central, con un espantoso edificio de la lotería de Boyacá contiguo a otro de la Alcaldía
Pero Tunja, la capital de estos destinos, no tiene aeropuerto, ni siquiera en cercanías (si la excusa es la situación topográfica o geológica); y su cuidado arquitectónico, así como su trazado de calles y carreras, deja mucho que desear. Tunja tiene una plaza central, con un espantoso edificio de la lotería de Boyacá contiguo a otro de una alcaldía que generan una profunda disonancia en el paisaje urbanístico con respecto al resto de hermosas construcciones virreinales que la componen. ¿Edificios? Más bien adefesios. Y comercios alrededor de esa plaza que soslayan el nombre de Bolívar, y que también rompen con todo ideal estético o incluso poético, que pudiera tener la capital de semejantes destinos. No entendemos cómo para entrar a Tunja o salir de ella, deba el visitante zigzaguear por calles que no tienen ninguna universalidad, sino más bien, un trazo aleatorio, como huellas perennes de la ausencia de criterios de curaduría urbana en numerosas administraciones locales.
Esto nos recuerda, cómo destinos como San Agustín, Huila, que tenían más turismo que Machu Pichu en 1982, se vinieron a menos por la falta de visión de sus gobernantes, sin un aeropuerto ni vías pavimentadas que lo conecten con el Cauca. Machu Pichu se posicionó con un tren, aeropuerto en cercanías y vuelos internacionales al Cuzco; mientras Tunja cada vez luce peor. También sorprende ver, cómo destinos como Santa Marta y Cartagena, no tienen vuelos que las conecten entre sí, y deba el turista viajar en flota para llegar de uno a otro estando a 4 horas y media, lo que amerita un vuelo comercial que las conecte. No se entiende tampoco, cómo Cartagena de Indias, la perla del Caribe, tiene una de las terminales terrestres más feas y abandonadas del país.
A Tunja se llega a través de un zigzag de vías sin ninguna curaduría urbana
Pero no todo es malo. En Tunja el comercio de vestido y de zapatos es magnífico, se encuentran en ella una amplia variedad de almacenes y precios muy bajos, que son otro atractivo para visitarla. La cultura religiosa y la magnificencia del arte contenido en las custodias de sus iglesias, sus pinturas, es otro de sus grandes patrimonios. Muzo aún conserva precios muy bajos en comparación a Estados Unidos y Europa en materia de esmeraldas. Se demostró que en las ruinas de Zipán, al norte de Lima, se hallaron esmeraldas colombianas. Villa de Leyva, con museos como el Acuña que universaliza la mitología indígena al que se ingresa por muy bajo precio, sorprende como pocos destinos turísticos en el mundo. Por lo demás, Tunja es un hueco al que se llega a través de un zigzag de vías sin ninguna curaduría urbana sobre lo cual los tunjanos, que componen una ciudad que nunca aparece en las noticias desde que Calibán despareció de la prensa y se acabó El Papel Periódico Ilustrado, aún no se quejan.