Estoy mamado de que a todo el mundo le este dando por montarse a la bicicleta. Si continúa creciendo esta moda sinvergüenza, ahora podríamos perder la cabalgata más importante de Colombia. En vez de tener la posibilidad de degustarnos apreciando decentes demostraciones de poder, desfilando por las calles de Medellín, cabe la desgracia de que nos toque resignarnos a ver un desfile de exactamente eso que ustedes también temen: ¡ciclistas!
Todo parece indicar que los ciclistas urbanos de Colombia se están fortaleciendo gracias a la política nacional. Desde que el presidente Santos se cayó de esa bicicleta urbana, todos los otros candidatos quieren demostrar que ellos son los verdaderos candidatos ‘de la cicla’. Además, cada vez son más los alcaldes que sucumben ante las mieles de la bicicleta como símbolo de transformación urbana. Desde Bogotá hasta Sabaneta, los gobiernos municipales se sienten obligados a escuchar a los ciclistas, y ya han empezado a quitarnos espacios —que nos habíamos ganado los conductores de carro con mucho esfuerzo— para entregárselos a las bicis.
Ahora llegan algunos ridículos a proponer que esos ‘caballitos de acero’ reemplacen a nuestros verdaderos caballos, en la que ha sido —por 27 años— la cabalgata más grande del mundo. No me hagan reír. Atención amigos del pedal: nosotros, los caballistas terratenientes hemos ganados dos (¡2!) récords Guinness gracias a la cantidad de binomios que hemos desplazado por las calles de Medellín.
En 2006, con 8.233 caballos transitando por las vías de la ciudad, logramos nuestro último gran récord. Un logro que solo se compara con el récord Guinness otorgado a Juan Pablo Montoya, cuando se bajó de la Formula 1 para montarse a la Nascar. Un logro que evidentemente supera cualquier récord del ciclismo colombiano. ¿O ustedes se imaginarían que algún colombiano (por ejemplo Javier Zapata) haya sido capaz de lograr seis (¡6¡) récords Guinness, con una bicicleta? Lo dudo.
El tema de la supuesta crueldad hacia los animales no es más que una publicidad negativa de nuestros opositores. De repente se muere uno que otro caballo durante estas cabalgatas, pero eso es normal. Muchos de ellos ya llegan enfermos, y a veces la acción de las ‘burrotecas’ les dificulta un poco su recuperación. La realidad es que este tipo de eventos no exhiben ningún culto a la prepotencia, al maltrato animal, a la opulencia. Para nada. Por el contrario, este ha sido siempre un ejercicio netamente cultural.
Por otro lado, el ciclismo no le ha dado tantas glorias mundiales a este país.
Pregunto: ¿cuántas medallas olímpicas nos hemos ganado gracias a las bicicletas? ¿Cuándo hemos figurado en un Tour de Francia, en una Vuelta a España, en un mundial de ciclismo?¿O me van a decir que podría ser posible que en la actualidad —esta semana por ejemplo— tengamos catorce ciclistas nacionales compitiendo en el Giro de Italia? No, que yo sepa, nada de eso puede ser posible.
Y ni hablar de la belleza de los jinetes. Hombres fornidos, siempre bien comportados y en excelente uso de su sobriedad. Mujeres elegantemente voluptuosas, exhibiendo ropas frescas que reflejan nuestra disociativa tradición cultural. Todo esto es dolorosamente distinto a lo que vemos con los usuarios de la bicicleta. Señoritas escuálidas, sin joyas exuberantes, con trenzas sobrias y piernas musculosas. Muchachitos ligeros, con luces en sus cascos y botas de sus pantalones dobladas hacia arriba.
Por favor, no se les ocurra permitir que se cambie esta histórica bacanal caballista por una fiesta ciclista. Lo acepto, nosotros no tenemos forma de proveer registros de vacunación, exámenes de anemia vigentes y constancias de médicos veterinarios sobre la salud de todos los animales, pero además es ridículo que también nos pidan establecer zonas para realizar controles de alcoholemia a los caballistas; ¡inaudito! ¡Como si fuéramos criminales! Lo único que estamos haciendo es manteniendo viva una tradición cultural de un pueblo que siempre ha sido absoluta y enteramente respetuoso de algunos animales (en algunas condiciones, en algunas ocasiones).
¿Cambiar todo este rico patrimonio intangible y atractivamente bárbaro por salud, deporte, y promoción de calidad de vida urbana? Eso de verdad no tiene ningún sentido; ¿o sí?