“Las historias importan, muchas historias importan”, mencionaba la famosa escritora nigeriana Adichie Chimamanda, creadora de un texto llamado “El peligro de una sola historia”, donde advierte que si solo escuchamos una historia sobre una persona, un país, o un lugar, corremos el riesgo de caer en una incomprensión grave, y eso fue precisamente lo que descubrí al viajar desde Bucaramanga hasta San Andrés de Tumaco en el departamento de Nariño, pues me encontré con la increíble resistencia de un pueblo que a pesar de las vicisitudes de la guerra y de su inestabilidad política, social, económica y hasta ambiental, a parte del abandono estatal, se mostraba dispuesto a seguir luchando por cumplir sus sueños y poder habitar su territorio en paz.
Sin embargo, lastimosamente para los colombianos ha sido habitual escuchar y leer noticias lamentables sobre la realidad que vive y ha vivido Tumaco. Recordemos que el municipio de Tumaco con sus aproximados 199 mil habitantes según datos de la alcaldía, en la coyuntura del conflicto armado ha sido golpeado de la manera más brutal que le puede pasar a un territorio apartado y abandonado. Solo basta con referenciar aquel atentado en junio de 2015 al Oleoducto Transandino que dejó sin agua a un gran porcentaje de su población, causando graves afectaciones económicas, sociales y ambientales.
Precisamente, El Diario del Sur, en su versión electrónica, nos señala en un artículo, la inestabilidad política en la que se encuentra sumida este municipio costero desde el mes de septiembre de 2016, pues según la noticia, el Consejo de Estado se pronunció nuevamente y rechazó de plano la solicitud de nulidad de la sentencia formulada por la alcaldesa de Tumaco Emilsen Angulo Guevara para continuar en su cargo. Recordemos que el Tribunal Administrativo de Nariño, mediante sentencia del 7 de septiembre de 2016, declaró la nulidad de la elección de la señora Angulo Guevara como alcaldesa del municipio de Tumaco, Nariño, la misma que fue confirmada por el Consejo de Estado, Sala de lo Contencioso Administrativo, Sección Quinta, mediante sentencia del 7 de diciembre de 2016.
A pesar de todas estas noticias que malgastan la identidad de este municipio que clama a gritos cambios estructurales en política y economía, Tumaco es un lugar mágico para enamorarse, para volver a empezar, para creer que necesitamos una Colombia nueva, en la que confiemos en ella y nos motive a caminarla. Tumaco es la perla del pacifico, aquella región donde la herencia de la marimba resalta el valor del sentimiento musical que los caracteriza, exaltando los sentidos y tatuando el alma, gentes alegres, y donde los niños son alimentados de lo salado y de lo dulce; de lo salado de su realidad, y de lo dulce de la esperanza, de los sueños, de las sonrisas y del amor a la vida.
No puedo dejar de recordar cuando emprendí el viaje desde Bucaramanga hasta la ciudad de Pasto y posteriormente hasta Tumaco, en diciembre del año pasado (2016), motivado por aquella famosa obra musical del maestro Cheo Arizala que le dedica a este hermoso lugar, y donde dice que, “aquel que pisa sus orillas refleja en ellas el amor”, y durante las cerca de cuarenta horas que duró el recorrido por carretera, y en donde solo me preguntaba cuál iba a ser mi impresión al llegar a dicho municipio tan golpeado por la violencia, la cocaína, la subversión, los paramilitares y el crimen organizado, pues hacía énfasis en las palabras que un compañero de Universidad me había dicho: -“¿Y Usted Jerson, para qué va a ir a ese sitio tan peligroso?” A lo que yo esa vez le respondía cariñosamente, que me motivaba el hecho de saber que ahí en Tumaco a pesar de la guerra y del dolor, tal vez habitaban personas, como él y como yo, con anhelos, que ríen, que lloran, y que llevan historias en sus espaldas, dignas de ser contadas y escuchadas, y son esos relatos los que valen cualquier cantidad de esfuerzo para poder referenciarlos en la memoria viva, en la memoria que construye, y en la memoria que alimenta.
Y efectivamente fue así, en Tumaco descubrí ese lugar abandonado y apartado de las grandes ciudades, pero mágico gracias a su gente, comida, formas de arquitectura como ese Puente del Morro junto con sus leyendas de enamorados y adornado de bellas mujeres de día y de noche. Descubrí ese algo inexplicable que te transforma cada minuto que te encuentras ahí sentado en la Playa del Morro, y finalmente el único peligro del que me acuerdo, fue comprender así como dice una de las estrofas de su Himno, que Tumaco, es una tierra querida, y su futuro es de esplendor, si la población se inspira en el bien que es creador. Ese bien que hizo que nunca me sintiera solo, y que nunca tuviera miedo, pues me recibieron con los brazos abiertos. Al finalizar mi viaje, partí con la nostalgia de querer volver algún día, pues ahí quedo un pedacito de esas historias, de mi historia, que importan, y que es necesario contarlas como dice Chimamanda.
Hace unos días ese compañero, al sorbo de un buen café, me dijo que quería visitar Tumaco. Definitivamente, una región más allá del dolor que vale la alegría caminarla.