Hace un año Tumaco respaldó la paz, dijo sí al plebiscito con el que se pretendía legitimar los acuerdos de paz entre el Gobierno Nacional y las FARC-EP. En el sur del país – tan golpeado por el conflicto armado en los últimos años— se veía con expectativa y esperanza dichos acuerdos, pero la realidad ha sido otra.
La gente en Tumaco se ha acostumbrado a vivir en medio de la violencia, hace parte de la cotidianidad escuchar de asesinatos, desplazamientos masivos, enfrentamientos entre grupos armados al margen de la ley y balaceras. Todo en medio de la inoperancia y corrupción del gobierno local y ante el olvido del gobierno nacional, que solo pone sus ojos sobre Tumaco para hablar de las estrategias para reducir las hectáreas de coca y quedar bien con los amigos-aliados del norte.
A los negros, mestizos, indígenas, campesinos y demás población que vive en Tumaco les metieron a la fuerza al conflicto y la violencia, pero no les buscan ni les tienen en cuenta para sacarles de esta, como si la vida de los de acá valiera diferente.
Al Estado, que supuestamente iba a llegar gracias al proceso de paz, se le sigue esperando tanto en la zona rural como en el casco urbano, porque la pobreza sigue siendo rampante, la educación paupérrima, el agua indigna y la salud deficiente; cuando llega, llega a medias e incumple lo que acuerda.
La masacre de campesinos el día 05 de octubre de 2017 fue la gota que volvió a rebosar la copa. Y sostengo que la volvió a rebosar, porque en marzo del 2017 ya se habían presentado graves enfrentamientos entre cocaleros y fuerza pública por la erradicación forzada, donde también hubo muertos, heridos y acusaciones de parte y parte.
El Gobierno Nacional debe comprender que la sustitución voluntaria es un proceso que requiere tiempo, que no responde a la inmediatez de las estadísticas que quieren presentar en el marco de la lucha contra el narcotráfico. También es momento de entender que el campesino que siembra coca es víctima, tanto del Estado que le lleva a este lugar porque sus productos no son económicamente viables, como de los grupos armados que se disputan este territorio y les amedrantan para sembrar.
Tumaco necesita presencia estatal pero de calidad, no la que representan los militares y policías, porque si algo tiene este municipio son efectivos de la fuerza pública y eso no se ha traducido en más seguridad e institucionalidad, sino en más caos y violencia. El Pacífico sur colombiano necesita una estrategia que vaya más allá de la bala y la fuerza, requiere una que le haga ver a la gente, sobre todo a los jóvenes, que hay alternativas a la ilegalidad y que permita sacar del letargo al que la sangre los ha llevado.