Con Tumaco y la Costa Pacífica se puede hacer de todo, pero hay que empezar por hacer política y convertirla en un instrumento para visibilizarlos de una buena vez. Hace falta salir de la miopía parroquiana y apostarle a líderes de mirada universal y cosmopolita; estructurados y sin arrogancia, que no miren por encima del hombro a sus paisanos por iletrados o no estudiados; sin temores ni complejos, que expongan nuestra realidad, intereses y propuestas, en los escenarios de poder y participación nacional.
Esto último porque en los escenarios regionales hemos visto el desdén con el que desde tiempos inmemorables nos mira la dirigencia política y gremial de la entidad serrana, que son los que por antonomasia han detentado, con contadísimas excepciones, el poder de representarnos en el concierto nacional y que solo se acuerdan de nuestra existencia, con nuestra vergonzosa complacencia por supuesto, para pedirnos el eterno favor del voto, esto para el particular caso tumaqueño.
No quiero excusar ni condenar a mis coterráneos que lo han intentado y que, más que seguro estoy, han hecho su mayor esfuerzo por hacerlo bien. Tampoco, pretendo echarle la culpa a nuestros hermanos pastusos, pero sí crudamente quiero hacer ver que el mundo moderno obliga a quienes optan por hacer que sus decisiones redunden en hacer de la política un noble oficio y que su ejercicio se traduzca en buscar para su comunidad mejorar su bienestar optimizando los índices en salud, educación, seguridad, servicios públicos, etc, a dejar sus principios de lado.
Necesitamos gente que sume su liderazgo, que debe ser auténtico; que entiendan la enjundia, la mística y el tesón, por lo que se dice y por lo que se hace, para que sin titubeos y miedos atávicos, de clase y de raza, logren concitar sus aspiraciones; que no contribuyan a atomizarlas y que salten las talanqueras con las que el centralismo de los gobiernos, indolente y retrógrado, miran de soslayo nuestra gran tragedia social.
