En Granada Antioquia, el pueblo donde nació, a Raul Giraldo Gómez le decían La Vaca. Se paraba en el centro de la cancha polvorienta y estorbaba al equipo rival. No driblaba ni hacía goles pero era un verdadero incordio para sus rivales. En esa época de finales de los sesenta, cuando apenas era un niño, soñaba con que algún día iba a ser jugador del DIM. Vivía con su familia a dos kilómetros del pueblo, en la vereda Calderas. Aprendió a leer en la escuela de El Chocó de San Carlos, un pueblo aledaño. De niño le gustaban las matemáticas. Le servía para hacer cuentas.
Lo primero que vendió en su vida fue unos plátanos murrapos. Tenía 9 años y la labia fácil de los grandes vendedores. A los 12 años, cuando empezaba a estudiar el bachillerato, se cansó de andar sin platica, como el mismo dice y se fue a vivir a Cali. Allá lo recibieron en la casa de su tía Rosario. No quería estudiar, quería vender. Se consiguió un toldo en el Mercado La Floresta y, en una sola tarde, se encontró con diez amigos de Granada. De entrada se sintió como en casa. En 1971, a los seis meses de llegar a Cali conocería a Tulio Gómez, su primer socio, el muchacho con el que compraría El Bolivariano, su primera tienda de víveres.
Tulio Gómez nació en Manizales pero desde los 8 años iba de visita a Cali a la casa de sus tíos. Hijo de tenderos nacidos también en Granada, Tulio no tenía ningún interés en el estudio. Lo que si le interesaban eran los negocios. Su primera socia fue su mamá quien fritaba unas empanadas de carne a las que la gente les hacía fila. Se iban para el Teatro y allí vendían dos ollas que habían salido de la casa repletas. Tulio, después del trabajo, se quedaba frente a la pantalla viendo las comedias de Capulina que tanto le gustan.
A los 12 años se quedó a vivir en la casa de sus tíos en Cali. Trabajó en supermercados y en las galerías de Santa Helena y el mercado de la Floresta. El haber conocido a Raúl le torció la vida. Fueron tan cercanos que terminaron siendo familia: se casó con Gloria, su hermana. Los negocios no le resultaron. Llegó a vender tintos aderezados con ron para hacer algo de plata. Terminó el bachillerato en la nocturna y siguió vendiendo comida a los grandes supermercados en Cali. Sabía que no iba a pasar mucho tiempo en el que él seguiría siendo un empleado. Tenía la certeza de que algo iba a estallar.
En una de sus correrías con la pequeña motico en la que andaba por la ciudad vio, a principios de 1991 un local derruido en Siloé, uno de los barrios más populares de Cali. El espacio era pequeño, 400 metros cuadrados. Pedían 14 millones por él. Ambos se rebuscaron la plata: Siete puso Tulio, Siete Raúl. Compraron el negocio. Fue el primer Super Inter que nació en el Valle.
Al principio todo era un caos. Ambos trabajaban 15 horas diarias pero de nada valió: en los primeros seis meses casi quiebran. Por la inseguridad que vivía el barrio les robaban kilos de carne, de víveres. En un año sufrieron dos atracos a mano armada. Todo cambió cuando en el negocio apareció un señor con 130 bultos de papa. Tulio se arriesgó y compró todo el viaje al costo. La vendió barata, ganándole cinco pesos por unidad. No se hizo rico pero le quedó claro cuál sería el secreto: Vender sin intermediarios, hablar directamente con el campesino. La estrategia funcionó.
En 1993 compraron cinco supermercados quebrados, azotados por el sol vallecaucano. Esa fue el camino que lo llevó lejos: adquirir ruinas que transformaba en palacios donde vendía a los mejores precios alimentos, solo alimentos sin mezclarle ni electrodomésticos ni ropa.
Consolidó una cadena de 45 supermercados de primera calidad en el Valle del Cauca y en el eje cafetero. Su oferta de productos y precios lo llevó a competir con los grandes, al punto que en el 2014 el grupo Éxito-Carulla le compró 19 establecimientos por un valor de 200.000 millones de pesos para convertirlas en puntos de venta Carulla. Ahora, después de tanto sacrificio, ambos tenían la plata para hacer lo que siempre habían soñado.
Desde finales del 2013, cuando el Deportivo Independiente Medellín pasaba por su peor momento financiero, Raúl Giraldo empezó a interesarse por las finanzas del equipo. La situación llegó a su momento más crítico cuando la cadena de supermercados Surtimax quiso retirarle el patrocinio al equipo: era el único que tenía. Giraldo era muy amigo del dueño de la empresa y le rogó que no lo hiciera. “Si estás muy interesado en el DIM porque no lo comprás. Yo no conozco al dueño”. Le dijo el mandamás de Surtimax. Aprovechó una reunión con Byron Gómez, constructor nacido en Marinilla Caldas quien entonces estaba al frente del equipo. En 12 minutos le bastaron para cerrar un negocio de millonario. Era la primera vez que invertía en un negocio que, de entrada, ya daba perdidas. En ese momento el Deportivo Independiente Medellín tenía un déficit de 6.000 millones de pesos. Se le debían, en primas y salarios atrasados, más de 250 millones. Igual no se arrepintió.
La primera estrategia que se le ocurrió a Giraldo fue hacer que el hincha volviera al estadio. La idea para volverlos a cautivar fue una locura: en ese segundo semestre del 2014 a los hinchas que compraran la boleta para el primer partido del torneo les regalarían las entradas para ver el resto de los partidos de local. El DIM volvió a llenar el Atanasio Girardot. En lo deportivo el equipo volvió a funcionar. Después de quedar subcampeón en dos torneos consecutivos en el primer semestre del 2016 el Deportivo Independiente Medellín conseguía su sexta estrella. Se rompía una sequía de siete años. Aunque el equipo está al borde de la eliminación de la Copa Libertadores la contratación del entrenador argentino Luis Zubeldía, uno de los más cotizados del continente, llena de ilusión a la fervorosa hinchada.
Tulio Gómez decidió seguirle los pasos a su cuñado un año después de que este comprara el DIM. Se había enamorado del América desde que vio jugar al Barbie Ortíz a principios de la década del 70. Una de las tristezas más grandes de su vida fue haberlo visto descender en el 2011. Dos años después compró el 15% de las acciones del equipo y desde la junta directiva empezó a dar unas peleas que resultaban estériles. Fue el propio Orestes San Giovanni, el italiano tostador de café arraigado en Cali, quien lo convenció de convertirse en socio mayoritario para volver acción los planes que lo trasnochaban. Y tenía con qué. A finales del 2015 se quedó con el 56% y comenzó a mandar.
La primera medida que tomó fue contratar al técnico Hernán Torres, el responsable de sacar a Millonarios de una sequía de más de dos décadas sin títulos. Luego sacaron del equipo a catorce de los 21 jugadores. Torres contó con todo el respaldo del nuevo dueño para tomar decisiones. Empezaron a llegar las figuras: Pablo Fuentes, Yessi Mena, Efraín Cortés, Javier Calle, Harold Martínez, Brayan Angulo y Arnol Palacios quienes fueron figuras descollantes en este segundo semestre. Seis meses bastaron para dejar atrás al Pereira, el Real Cartagena y el Quindío, sus rivales más fuertes. El ambiente con el aroma de triunfo empezó a cambiar. Ya pocos creían en la maldición del garabato
Desde finales de octubre del 2016 se notaba en el ambiente que el milagro por fin se iba a dar: América, después de ganarle 2 goles a 1 al Deportes Quindío, subía otra vez a la primera división del fútbol colombiano.
La vida de Tulio Gómez ha cambiado con los triunfos del América. Atrás quedó su discresión y su bajo perfil. Los hinchas lo detienen en la calle, quieren una selfie con él; lo buscan los periodistas de todo el país para entrevistarlo y su cuenta de Twitter cuenta con más de sesenta mil seguidores. Los negocios de bultos de papa y ganado le den paso a transacciones de jugadores. Asiste a seminarios de fútbol al rededor del mundo para mantenerse al día con la misma energía con la que hace treinta años empezó de la nada su cadena de super mercados que terminaron permitiéndole poner a su amado América en la ruta de los grandes nuevamente.
Y poco a poco lo está consiguiendo. Al menos ya tiene asegurado su paso a las finales del fútbol colombiano. Raúl Giraldo busca su segunda estrella y Tulio Gómez aspira, en un año, hacer realidad el sueño del hincha escarlata: sacarlo campeón de la esquiva Copa Libertadores de América.