Gústele a quien le guste hay una realidad y es que los electores de Donald Trump tenían razones poderosas para votar por él. La fanfarronería, la misoginia, la homofobia, la arrogancia, la intolerancia, fueron poco contrapeso frente el carácter de sus ofertas y la forma implacable como las defendió. Un sociópata si, pero capaz de transmitir esperanzas.
Para no llover sobre la tinta derramada en estos días, mencionemos solamente tres aspectos que fueron cruciales en el programa del magnate: rescatar los puestos de trabajo perdidos por cuenta de los tratados de libre comercio y las fronteras porosas; fortalecer la seguridad nacional haciendo pagar por su defensa a los países aliados, y derrotar la politiquería corrupta encarnada a su juicio, por el clan de los Clinton.
El asunto de la apertura merece análisis. Como resultado de esta la unión norteamericana perdió más de seis millones de empleos en el sector manufacturero, dejando una estela de pobreza en los estados industriales. Son oportunidades que se habrían trasladado a otros países entre los que se cuentan China, Corea y México, mientras el déficit comercial estadounidense alcanzaba niveles astronómicos.
La apertura en teoría permite un intercambio de eficiencias y trae beneficios para los consumidores quienes tendrían acceso a productos más baratos. Pero ¿para que sirven los productos diversificados y baratos si desaparecen los empleos y fuentes de ingreso que permitirían comprarlos?
El hecho de que la apertura pueda destruir puestos de trabajo demanda la intervención del Estado. Este debe respaldar el reacomodo, la reconversión del aparato productivo, de manera que las oportunidades desaparecidas se sustituyan por otras. Se trata de un proceso que exige el desarrollo de nuevos conocimientos y destrezas. Pero allá como aquí, no se procedió en la forma debida a fin de atender tal exigencia.
En ese caldo de cultivo solo se necesitaba la cerilla de un discurso emocional y melodramático para encender la hoguera de las reivindicaciones y el nacionalismo. Y esto fue lo que Trump proporcionó, mientras la señora Clinton se apoltronaba en la zona de confort representando lo racional, lo convencional, lo políticamente correcto.
Lo acontecido en Estados Unidos con el inesperado resultado electoral puede arrojar luces sobre la suerte que le espera a esta Colombia del posconflicto y de las perturbaciones sociales profundas.
Tenemos un país inequitativo y excluyente en el cual los aumentos de impuestos no se traducen en una mejor distribución del ingreso si no en mayor burocracia y gasto público ineficiente. Tenemos una nación agobiada por la corrupción, donde el peor ejemplo viene del mismo Estado; este permite por ejemplo, que el 65 % de la contratación de los entes territoriales se haga a dedo. Tenemos una República sin justicia, donde se roban los desayunos escolares, los recursos de la salud, del saneamiento básico y todo queda impune.
La naciónte ya experimentó en su capital
los embates del estilo Trump.
Tal fue lo que sucedió con la elección como alcalde de Gustavo Petro
Esa nación ya experimentó en su ciudad capital los embates del estilo Trump. Tal fue lo que sucedió con la elección como alcalde de Gustavo Petro. El personaje ensayó un discurso apasionado, casi incendiario, que repitió a lo largo del mandato y que le dio buenos resultados. Petro demostró desprecio por la legalidad como quedó claro en el caso de los contratos de aseo y de las actuaciones en su contra adelantadas por la Procuraduría. Sin embargo su actitud desafiante; los visos de nepotismo en ciertas decisiones; la contratación desbordada; las determinaciones financieras inadecuadas, no lo perturbaron. Para eso estaban el verbo fácil y la carreta populista de la “Bogotá Humana” capaces de seducir, engrupir y movilizar a Juan Pueblo.
Como el personaje mencionado hay otras opciones en la izquierda. Son exponentes que manejan el mismo lenguaje y el mismo estilo. Para decirlo en una palabra, son otros “trumpetros”, quienes habrán de enfrentarse a los representantes de la política tradicional o de las fuerzas emergentes.
Para contrarrestar esta avalancha quienes provienen del centro o la derecha y aspiran a la presidencia como son Sergio Fajardo, Humberto de la Calle, Germán Vargas Lleras, Marta Lucía Ramírez, Iván Duque y otros tantos, deben ofrecer discursos y programas ambiciosos e innovadores, verdaderamente disruptivos. Y tienen que saber impulsarlos con emoción y sentimiento, tocando el corazón de la gente.
En este orden de ideas sería bueno ver cual de estos candidatos tiene arrestos para proponerse eliminar de una vez por todas la “mermelada”; cual es el que buscará la muerte civil de los corruptos; cual es el que pondrá a tributar a los congresistas y controlará el crecimiento abusivo de sus dietas; cual es el que perseguirá devolverle transparencia y eficacia a la justicia; cual tomará distancia del podrido establecimiento político y de los medios de comunicación amaestrados por las pautas publicitarias que fluyen del fisco.
El próximo presidente de Colombia tiene que plantear un verdadero revolcón, apostándole al replanteamiento de esta institucionalidad inoperante e inequitativa. Si el establecimiento no da candidatos de ese talante, vámonos preparando para que la manipulación de las necesidades y las pasiones populares depositen nuestro destino nacional en las manos de cualquier “Trumpetro”.