Bastaron cuatro años para que la cuna de la democracia occidental moderna, que inspiró a la revolución francesa, cayera casi al nivel de república bananera, con mayor certeza si reeligen a Trump, tal como lo escribió Andrés Openheimmer, en reciente columna publicada en el Miami Herald.
Con su consigna de “América primero”, el peor inquilino de la Casa Blanca, además de sembrar la desconfianza en la prensa libre, la justicia, el sistema electoral y las instituciones de su país, fomentando grupos paramilitares racistas y el odio racial contra comunidades negras, mexicanos e inmigrantes indocumentados, aisló a nivel global a la primera potencia mundial de los aliados europeos y de otros continentes con los que había forjado sólidas alianzas económicas, militares y políticas. Esto desde que los Estados Unidos intervino en la I y II Guerra Mundial, potenciando su desarrollo científico-tecnológico, y con su ejército y fabricación masiva de todo tipo de armas emergió como poder decisorio contra los totalitarismos y posteriormente durante la Guerra Fría —gracias a la creación de la Otan— lideró la barrera de contención militar a la expansión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) —que se desmoronaron a partir de la caída del muro de Berlín en 1989—.
Ahora bien, la guerra comercial desatada con la China —que encareció muchos productos para los consumidores estadounidenses y poco logró en la repatriación de fábricas—; el retiro del Pacto de París contra el cambio climático y de la Alianza del Pacífico concebida como el mayor tratado mundial de libre comercio; el debilitamiento de la Otan, creada como mayor alianza militar de las democracias occidentales; el abandono de la Organización Mundial de la Salud, en pleno auge de la pesimamente manejada pandemia al interior de los Estados Unidos; la simpatía con líderes dictatoriales como el presidente de Rusia Vladimir Putin —su aliado en la manipulación por internet de la campaña contra Hillary Clinton en las elecciones de 2016—; los coqueteos con el líder norcoreano que continuó fabricando armas atómicas; la simpatía con Duterte de Filipinas, el asesino de indigentes y drogadictos; y la unidad de acción para apoderarse del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), junto al promotor de dictaduras militares Bolsonaro del Brasil y el binomio guerrerista de ultraderecha conformado por Uribe-Duque —que le vendieron el fantasma del “peligro del socialismo castrochavista” en su campaña contra Biden—, son entre otras muestras de la errática política y diplomacia del gobierno del megalómano de Trump.
De ese modo, el mandatario cada vez más desprestigia y debilita el papel de los Estados Unidos como aliado seguro y facilita el ascenso de China al ocupar los espacios globales que abandonó “América First”. Además, con su nueva ruta de la seda, apunta a convertirse en primera potencia mundial en 2050 (“Es una ruta terrestre, marítima y transoceánica que afectaría a aproximadamente 4. 400 millones de personas y 65 países" y "El proyecto es tan ambicioso que pretende revolucionar desde las relaciones comerciales hasta las culturales de los países involucrados”), mientras Putin aprovecha para expandir la influencia rusa en los países que conformaron la Unión Soviética, en vecinos como Siria, y hasta en Latinoamérica, consolidándose en Venezuela, Cuba y Nicaragua.
La multitudinaria manifestación de mujeres en Washington rechazando la nominación de la ultraconservadora republicana a la Corte Suprema, más las nutridas filas de votantes anticipados y los millones que han enviado sus votos por correo, junto al liderazgo que en las encuestas marca Biden, serían la carta de salvación para que la actual primera potencia mundial no acelere su decadencia y en manos del neroniano y caligulesco Donald Trump coloque al resto de habitantes y seres vivos del planeta en peligro de extinción, en caso de que en una de sus pataletas de ignorante con poder, desencadene guerras: que se sabe cómo comienzan, pero no cuándo y cómo terminan.