No importa que el bárbaro diga que México es un país de violadores, que los haitianos tienen sida, que Estados Unidos Unidos no tiene por qué recibir migrantes del subdesarrollo, que rompa en pedazos la posibilidad de paz entre Israel y Palestina, que Colombia no hace esfuerzos en la política antidrogas y que a las mujeres haya que agarrarla de una, por la vagina.
Somos perritos fieles y asustadizos que en la asamblea de las Naciones Unidas en la que se buscaba condenar la decisión arbitraria de Trump de trasladar la embajada de los EE. UU. de Tel Aviv a Jerusalén, rechazo que, efectiva y abrumadoramente ocurrió, nos abstuvimos de repudiar el esperpento (129 países en contra, 9 apoyaron y 35, incluyendo mi patria querida, se abstuvieron). Ay, servilismo.
El diputado antioqueño que alguna vez comparó la transferencia de recursos al departamento del Chocó con el acto de perfumar un bollo es un verdadero caballero y poeta lírico al lado del presidente actual de los Estados Unidos con su boca de alcantarilla. Aunque el viernes pasado lo negó, congresistas de los dos partidos ratificaron haberlo escuchado en vivo: “¿Por qué recibimos a gente de países de mierda”? Se refería a inmigrantes de El Salvador, Haití y de países africanos. Por qué no preferir a los noruegos, preguntó
Claro, las Naciones Unidas, los gobiernos de los países aludidos, académicos y políticos gringos, incluidos descendientes de migrantes de los supuestos cacales, se le vinieron encima por bárbaro y racista, indigno del cargo. Empata el show de la semana pasada con el libro de Michael Wolff, Fuego y furia, recopilación de chismografía en el horno pestilente de la Casa Blanca, que converge, finalmente, en la duda de si es inepto, de si Trump está mentalmente sano. Pero por ahí no va la cosa. Poco ayudaría trasladar el debate hacia el estado de salud mental de Trump
No está loco. La cadena Fox da en el clavo: la mayoría de los ciudadanos de a pie gringos está de acuerdo con él. Por supuesto, habría que añadir que se refiere, en realidad, a un buen número de ciudadanos blancos, de origen anglosajón y protestantes, especialmente aquellos que han sido desplazados por la tecnología y la globalización, como los de los cinturones del óxido y el acero. Representan, con otros republicanos radicales, cerca del 40 % de la opinión pública, una proporción inmensa, de una fidelidad a prueba de la misoginia y el racismo del líder. Y, para qué negarlo, en Europa tiene aliados de sobra, de Francia a Alemania, de Polonia a Italia, comenzando por los políticos que señalan a los migrantes como los causantes de las desgracias de los locales.
Cerca del 40 % de la opinión pública de E.UU., está de acuerdo con Trump
una proporción inmensa,
de una fidelidad a prueba de la misoginia y el racismo del líder
Una de las claves del éxito del racismo y la xenofobia radica, precisamente, en que al comunicarle al más humilde de los ciudadanos nativos que hay otras personas que son inferiores a él por su raza, su credo, su cultura, se le da acceso a un sentimiento de superioridad patriótica y se le fabrica un enemigo artificial. Solo que en naciones como los Estados Unidos, construidas por migrantes, no encaja del todo el argumento, como sí podría ocurrir en Alemania u Holanda
Pensar en el lío mental en el que deben andar los votantes republicanos del estado de Florida de origen cubano, colombiano, caribe o centroamericano después de la semana pasada, debe tener preocupados a los interesados en que el PR conserve sus mayorías en el congreso de cara a las elecciones del 2018
Por fortuna no es un debate entre liberales y conservadores. Refresca escuchar a John McCain, el senador republicano de Arizona: “La gente ha llegado a los EE. UU. procedente de todas partes, y gente de todas partes ha hecho grande a los EE. UU. Nuestra política de inmigración debe reflejar tal realidad y nuestros funcionarios elegidos, incluyendo nuestro presidente, deben respetarla”
O al republicano Lindsey Graham, en rechazo al racismo proferido por el cafre: “La diversidad siempre ha sido nuestra fortaleza, no nuestra debilidad”
De ahí que, cuando la abrumadora mayoría de los líderes del planeta rechazaron la arbitrariedad de Trump en las Naciones Unidas alrededor del caso del traslado de la embajada a Jerusalén, así como la vulgar muestra de racismo de la semana pasada y que Colombia pase agachada, no da sino vergüenza. Con seguridad, para Trump somos también “un país de m…”.