Según el griego Aristófanes el cuerpo del hombre perfecto debe ser así: "Un pecho brillante, una piel clara, unos hombros anchos, una lengua diminuta, glúteos fuertes y un pene pequeño".
Trump se cree Apolo pero adolece de todos los conceptos, excepto por el flequillo. Tiene pecho opaco, piel de zapa, hombros desvalidos, lengua de reptil, nalgas culpables … pero un pene pequeño.
Esto iría bien para Hitler, a quien los griegos clásicos lo ponían arrozudo; y el Discóbolo, cachondo, como dirían en la Madre Patria. Tanto que por gentileza de su compadre Mussolini forzó la compra del Discóbolo Lancellotti, réplica romana del siglo II a. C. del original en bronce del escultor griego Mirón, que data del siglo V a.C. La extraordinaria cineasta alemana Leni Riefenstahl quien conoció muy de cerca al asexual führer tuvo la genialidad de presentar en su documental Olympia una composición del Discóbolo transformándose en el atleta ideal nazi. Se trataba de glorificar al nazismo a propósito de los Olímpicos de Berlín, 1936. De ñapa, el maligno Hitler les diría a sus alucinadas juventudes que el soldado alemán debía ser “ágil como un galgo, duro como el cuero y resistente como el acero…”.
O sea que Trump será misógino, racista y xenófobo; corrupto e inmoral; disruptivo, sociópata, mitómano compulsivo y narciso maligno; creepy y weirdo, como dicen por ahí, además de matón y abusivo, pero tiene un porcentaje pequeño de griego clásico. El que le gustaba a Hitler. Y es ágil (pero para las trapisondas); duro como el cuero (pero en cuanto a mollera), y resistente como el acero (pero a la ley y la justicia). Hitler lo acogería.