Poco a poco, el imperio americano empieza a bajar el telón. Se acerca un circo de tres pistas que pone en peligro la vida del planeta... A propósito de la posesión del electo presidente de los Estados Unidos en medio de disturbios y protestas, se demuestra que en un imperio en decadencia puede caer en el oscurantismo y la desesperación. Un plutócrata, mitómano y agresivo con delirios de grandeza, juega con los miedos e ilusiones de sus votantes. Las consecuencias como siempre serán inesperadas pero sin duda muy importantes para el equilibrio del mundo.
El perfil narcisista y codicioso permite a Trump imaginar un futuro distinto, y posiblemente mejor apoyado en la creencia del destino manifiesto; idea que expresa la creencia en que Estados Unidos es una nación destinada a expandirse desde las costas del Atlántico hasta el Pacífico, idea que el común de los americanos cree que no solo es buena, sino también obvia (manifiesta) y certera (destino). Esta idea se construye sobre la base de la excepcionalidad de Estados Unidos, reflejada en el comentario del presidente Woodrow Wilson tras la Conferencia de Versalles: «¡Por fin reconoce el mundo en Estados Unidos a su salvador!». Trump ha heredado esa visión, y Samuel Huntington la ratifica. El autor del concepto «choque de civilizaciones», ha señalado: «Occidente no ha conquistado el mundo por la superioridad de sus ideas, valores o religión (a esa religión se han convertido muy pocos fieles de otros credos), sino porque practica como nadie la violencia organizada. Los ciudadanos de Occidente olvidan este hecho con demasiada facilidad. Los demás, no». Trump será el enemigo abiertamente declarado del mundo en tanto este no siga las premisas y lineamientos doctrinarios que le permitan a Estados Unidos ocupar un lugar preponderante en el concierto internacional.
Por más de doscientos años los Estados Unidos —la nación más rica y poderosa— ha marcado al mundo con acontecimientos asombrosamente maravillosos y terriblemente decepcionantes. Hechos todos que han modificado de alguna manera la sociedad del orbe en aspectos tan variados como ciencia, tecnología, economía, política y arte. Inquieta enormemente el rumbo de la política estadounidense en un momento en que el presidente número 45 toma posesión. El magnate querámoslo o no, dirigirá los destinos de una nación con más de mil bases militares en todo el mundo con tecnología militar que en el pasado reciente le permitió librar tres guerras contra países islámicos; y al menos otras seis con drones (aviones no tripulados). Trump en medio de su megalomanía y delirante espíritu redentor, enarbolará las banderas de un imperio más vital y agresivo que nunca. Los medios y los fines se justificarán gracias a la grandeza inveterada del pueblo americano y su espíritu de lucha por la libertad y el progreso.
Un país que gasta en sus fuerzas armadas tanto dinero como el resto del mundo combinado; que dispone de miles de armas nucleares, y con una brecha entre ricos y pobres mayor que en cualquier otra nación desarrollada; único país avanzado del mundo sin asistencia sanitaria universal, y con las mil personas más ricas con la riqueza de los tres mil millones de ciudadanos más pobres del mundo, será protagonista de un escenario político similar al desarrollado por los demás mandatarios estadounidenses, pero con una diferencia: esta vez este escenario será de rivalidad abiertamente declarada. Lo que antes se hacía de manera soterrada, en adelante se hará de manera abierta y frentera. La política de Trump será aun más peligrosa porque en una anarquía como la que vive el mundo, su lenguaje será motivo de discordias que pronto podrán escalar en retaliaciones de toda índole. El mundo hoy si bien es tan agresivo como antes, hoy tiene más medios -tecnológicos y económicos-, para hacer la guerra e imponer su voluntad. Nos enfrentamos a un líder enfermizo por exceso de confianza en su pueblo, que menosprecia el poder del enemigo. Lo grave aquí es que la pedantería y el autoritarismo en asuntos de guerra, son factores que ocasionan consecuencias graves e inesperadas.
Se unen los miedos y la paranoia de un pueblo que todo lo ignora, el romanticismo, la codicia y el amor parafílico por el dinero en un grotesco personaje de ideas delirantes con la convicción de ser el mesías llamado a resucitar un imperio enfermo y decadente. Con su protagonismo comprometido, y la amenaza de muerte por los cuatro costados, Trump será el redentor que dice ser, o el detonante de la macabra tercera guerra mundial. Al momento de escribir estas líneas, veo la televisión y escucho a un Trump vanidoso y bañado por un romanticismo patriótico diciendo: «Ha llegado el tiempo de la acción». Que Dios reparta suerte.