Existe el debate en los Estados Unidos sobre en qué medida el juicio por el impeachment a Trump debilitó o fortaleció sus instituciones.
Una posición considera que si se atienen a los principios de los Founding Fathers la separación y autonomía de los poderes se debía interpretar reconociendo que las facultades otorgadas al presidente fueron las ejercidas en los casos sujeto de controversias. Bajo ese argumento fue que se ampararon, considerando, no que fuera inocente sino que no podía ser juzgado y menos alejado del cargo (aunque por supuesto lo que primó fue la alineación partidista o faccionalismo, que explica que varios reconocieran lo cuestionable del comportamiento del Jefe de Estado pero votarán en contra de la destitución).
La otra eventualmente también facción – los demócratas- acudió a darle más peso al sentido de pesos y contrapesos (check and balances) de la misma Carta de los Padres Fundadores para decir que fue justamente el propósito de acabar con la figura del poder soberano lo que dio nacimiento a esa Nación -y que eso era lo que obligaba a juzgarlo y a actuar en consecuencia.
En realidad, sobre los hechos y lo cierto de la acusación no hubo duda ni discusión.
Pero lo que el mundo contempla no es tanto el origen y el sentido de las instituciones americanas, y lo que no parece dejar duda es que el modelo de Democracia que representaba los Estados Unidos quedó maltratado con las acciones de Trump, pero aún más con lo tramitado en el Senado.
La realidad es que siempre se consideró que el Estado Liberal funcionaba alrededor de la democracia y el capitalismo como hermanos gemelos (la tesis de ‘el fin de la historia’). Pero una vez triunfante sobre la alternativa del socialismo-comunismo, lo que se ha visto en los últimos 30 años es que su desarrollo reveló sus contradicciones internas.
Con el nacimiento del neoliberalismo -considerado también ultracapitalismo- se manifestó la dificultad de buscar el crecimiento económico alrededor de la libre competencia, la cual, por su misma esencia, genera ganadores y perdedores, y al mismo tiempo mantener los propósitos de la democracia (igualdad de oportunidades, de riqueza, de ingreso, de respeto por la dignidad y de poder de los habitantes de una colectividad). La desigualdad de arranque se concreta inevitablemente en la concentración de los beneficios en quien más ventajas iniciales tiene, actuando en sentido contrario a lo que el ideal democrático propone.
Por eso lo que se protocolizó en ese proceso más que la decadencia del modelo democrático americano fue el agotamiento de la llave capitalismo democracia como la deseaba entender el resto de los países.
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Lo que se ha visto y probado desde que triunfaron las tesis de la Escuela de Chicago y se implantó el Consenso de Washington es la acumulación del poder y la riqueza en unos pocos
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Lo que se ha visto y probado desde que triunfaron las tesis de la Escuela de Chicago y se implantó el Consenso de Washington es la acumulación del poder y la riqueza en unos pocos y una mayor brecha de desigualdad de las mayorías respecto a ellos (además sin que se verificarán los supuestos crecimientos esperados).
El modelo de la libre competencia, del Mercado por encima del Estado como ordenador de la sociedad, de las privatizaciones, de la disminución de las cargas para los sectores pudientes y la ‘flexibilización’ de los vínculos laborales, etc., no muestra caso o ejemplo alguno que compruebe su bondad; en cambio tanto la realidad y la experiencia como los estudios de economistas como Krugman o Stiglitz o Pikkety comprueban que lo que sí aumenta es la desigualdad.
Lo que se vivió con el juicio a Trump fue lo que un gobierno radical de derecha en el poder puede hacer con la Democracia cuando el Congreso se alinea con el mandatario. ¿Nos da eso algo qué pensar aquí?