En un alocado viaje hacia un hacia ninguna parte, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha arremetido contra los medios de comunicación pero también contra los periodistas. Desde el primer día en que se instaló en su despacho de la Casa Blanca, Trump arremetió contra los que considera “los seres más deshonestos del mundo”, por supuestamente haber mentido en cuanto a la gente que participó en su toma de posesión, y después siguió atacando sin piedad a aquellos que le ofrecían una visión diferente acerca del alcance de su actual administración. Trump asegura que la sociedad norteamericana no se merece estos medios y que lo realmente necesita son “medios alternativos” de comunicación, aunque realmente cada vez son más los que piensan que sí no será que los norteamericanos no se merecían un presidente así y que quizá fueron muchos los que erraron en su voto a la hora de elegir.
Pero, en su carrera por atacar a la libertad de expresión y con ello vaciar de contenidos a lo que debe ser un sistema democrático donde el poder debe someterse al escrutinio de los medios y la sociedad y no viceversa, Trump ataca a determinados medios directamente, los margina en las ruedas de prensa que organiza la Casa Blanca, tal como hizo en estos días, y mantiene sin ruborizarse que los periodistas mienten e inventan noticias que están fuera de la realidad.
Siguiendo una estela de ataques a diestro y siniestro, sin dejar a ninguna institución fuera del alcance de sus ataques, el camino emprendido por Trump es muy arriesgado y está plagado de incertidumbres, riesgos y peligros. En muy pocos días, y desafiando abiertamente a todos, se ha enfrentado con los medios de comunicación que disienten de su discurso xenófobo y racista, sus aliados de toda la vida, como Francia y Alemania, los servicios secretos de su país, su antaño socio comercial y vecino -México- e incluso a algunos estamentos hasta ahora sagrados en una de las democracias más antiguas del mundo: la Justicia.
Aparte de la inestabilidad y la tensión que está sembrando en la sociedad internacional, que incluso está preocupando a la Rusia de Vladimir Putin, potencia que inicialmente se perfilaba como afín a sus intereses estratégicos, el “juego” en que se ha embarcado Trump está repleto de nubarrones y puede suponer en un corto periodo de tiempo graves daños colaterales para su administración. Trump puede haber comenzado a socavar la base social y electoral que le había aupado a la presidencia, generando muy pronto un clima político que puede caracterizarse en los próximos meses por un notable desgaste y la desafección de una buena parte de la sociedad norteamericana, incluido su partido, el Republicano, en un coyuntura que podría llevar al bloqueo político de las instituciones de los Estados Unidos. ¿Acabará siendo destituido un día Trump? Cualquier escenario es posible en las actuales circunstancias.
Trump jaleado y apoyado por la extrema derecha europea y otros lunáticos
El problema no es que Trump aparezca como una persona de escasas convicciones democráticas, que seguramente lo es, sino que es el presidente de los Estados Unidos. Resulta chocante que tan sólo los líderes de la extrema derecha europea, junto con otros lunáticos del planeta, sean los únicos que apoyan hasta ahora las decisiones adoptadas por Trump y las que pretende tomar de cara al futuro. Estamos ante una espiral muy peligrosa y el mandato del nuevo presidente no ha hecho más que comenzar. Incluso se ha mofado en público de los casi tres millones de votos que le sacó en las urnas su rival, Hillary Clinton, y ha tratado de deslegitimar el resultado de las elecciones.
Con estos elementos sobre la mesa, y en una situación que no sólo debería preocupar a todos los periodistas de todo el mundo, sino a todos los demócratas en general sin distinciones ideológicas, es un momento para la preocupación y la movilización. Estamos ante una verdadera amenaza a la democracia, ante un ataque sin precedentes contra la libertad de prensa e información en el mundo. Minusvalorar estos hechos, incluso pretender presentarlos como minucias propias de alguien tan peculiar como Trump, no le quita gravedad al asunto.
Resulta escandaloso que algunos medios pretendan minimizar los graves ataques a la libertad de expresión por parte de Trump y algunos miembros de su equipo de gobierno, e incluso presentarlos como parte de una campaña de la izquierda mundial contra el mandatario en un léxico que a veces recuerda mucho a la conspiración “judeomasónica” que denunciaba un conocido personaje para justificar algunas tropelías, pero eso no le resta gravedad al asunto. Negar la verdad, intentar ocultarla, minimizar los hechos referidos, justificar todo tipo de agresiones verbales y la censura misma, en un estrategia perversa que no tiene que ver con la democracia y la defensa de nuestros principios, no aporta nada al necesario debate que tiene que abrir la sociedad en estos momentos en que un verdadero peligro se cierne sobre nuestras vidas.
En los años treinta el fascismo más brutal se abrió camino en el mundo, triunfando sobre las titubeantes democracias y la libertad, porque los demócratas fuimos débiles a la hora de defender nuestras ideas y dar la batalla por las mismas hasta el final. Están demasiadas cosas importantes en juego, como la esencia misma de una democracia regulada por una cierta moral política y no por intereses malvados, como para quedarnos con los brazos cruzados y dejar que otros, en apenas unas semanas, destruyan toda una civilización basada en el respeto al diferente, la libre circulación de las ideas, el combate político a través de la palabra y no las armas y la libertad de prensa e información. No podemos permanecer neutrales porque de hacerlo las más abyectas expresiones políticas se impondrán sobre las ruinas de una democracia que se construyó a merced del esfuerzo de generaciones enteras.