Es claro que este año será llamado “El mundo según Trump” (me perdonarán los seguidores de Irving). De la victoria del republicano estoy casi seguro que se ha dicho todo en todo lado. Lo que en mi ignorancia no he podido encontrar, es un análisis lúcido de dos grandes derrotados de esa jornada electoral estadounidense. Por un lado, perdió Hollywood. Los famosos del séptimo arte gringo, en su gran mayoría, se movieron por el lado demócrata, no solo de palabra sino también de acción, participando en mítines y donando dinero a la Clinton. Eso no es nada nuevo, Castells habló y analizó esa situación en su concepto de política insurgente publicado en el libro Comunicación y Poder. Sin embargo, esa profunda influencia de las estrellas en distintas causas sociales y políticas que narraba el sociólogo español, pareció desvanecerse. De nada sirvieron las trinos de Madonna o los canticos de Katy Perry, el pueblo estadounidense al parecer ya no se deja deslumbrar por la luz que irradian sus celebridades. La sociedad del espectáculo descrita por Guy Debord ya no pasa solamente por el cine o la televisión. Aunque la carrera electoral tuvo una cobertura digna de un reality (no es fortuito que Trump y su familia hayan sido moldeados en los oscuros melandros de la caja tonta) de internet, con toda esa representación que trae consigo, puso en la Casa Blanca al primer presidente meme de la historia.
Los segundos grandes derrotados fueron los medios tradicionales de comunicación. En Estados Unidos, exceptuando al siempre conservador Fox News, los medios apoyaron en sus editoriales y en la forma de presentar las noticias a la candidata demócrata. Pero no solo en ese país. Diarios como El País de España o nuestra revista Semana siempre estuvieron con Clinton. Volveré más tarde a este punto. Por ahora diré que la cobertura a Trump fue de un doble sentido. Por un lado los medios construyeron a Trump. Según un estudio publicado por fortune.com, los grandes conglomerados de comunicación le dieron tanta publicidad gratuita al magnate en las primarias republicanas que tanta exposición equivale a 55 millones de dolares en publicidad. Por otro lado cada mención a Trump eran más ediciones vendidas o puntos en el rating. En ese juego de consolidación de la marca Trump, pero a su vez de querer ver destruida su aspiración, pusieron en juego su influencia. Los resultados demostraron que si algunas vez fueron “un cuarto poder” ahora son otro simple nodo en la red de comunicación global.
En la cúspide de su reinado, y aun hoy, la prensa y su equivalente televisiva encumbran en lo más alto no solo el capitalismo, sino su versión más salvaje: el neoliberalismo. Aquel que ose en criticar los desmanes cometidos en nombre de ese dios secular son llamados extremistas, agitadores, y en el mejor de los casos socialistas mentirosos. Sin olvidar claro está, como el Star System estadounidense se aprovecha de aquella coyuntura (desigualdad de salarios entre actores y el resto de miembros de la industria, paraísos fiscales de los estudios y de las mismas estrellas, apoyo propagandístico en tiempos de guerra, etc).
Si la izquierda global cojea y se ve melancólica, la derecha que siempre vivió de las apariencias se ve peor. Su hija la ultraderecha no solo toma el cetro, sino que destruye en sus andadas toda aquella parafernalia de “centro” y de buena educación con la que siempre se quisieron vender.
Un diario de derechas como El País y una revista siempre arrodillada a los vaivenes gubernamentales como Semana, se relamen las heridas de derrota y se embelesan en su propia confusión. Trump es un producto de la ideología que ellos tanto alaban, y no es muy diferente a sus predecesores inmediatos (veamos: Obama fue el presidente que más deportó inmigrantes indocumentados y desestabilizó medio oriente; Clinton construyó la mitad del polémico muro y fue un machista de primera; y Bush, pues no necesita ningún recordatorio) La diferencia es que el presidente actual no desea venderse como un personaje educado y morrongo, por el contrario, su victoria radica a que dice lo que piensa, sin adornos. Es un honesto en sus propias mentiras. Por eso no puedo entender porque la derecha de siempre se rasga las vestiduras. El señor Donald Trump no es un monstruo, es simplemente el hizo avezado de la escuela global del capitalismo moderno. Con cada rabieta de Hollywood y con cada noticia publicada, mis oídos solo logran escuchar un lamento masoquista: “¡Derecha sí…. pero no tanto!”.