Trump, el profeta
Opinión

Trump, el profeta

La personalidad de Trump es desagradable, chocante, básica, arrogante, manipuladora, autosuficiente ¿Cuál es entonces la razón de su éxito innegable frente al electorado estadounidense?

Por:
octubre 20, 2020
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Donald Trump ganó la Presidencia de Estados Unidos y corre el serio peligro de ser reelegido, contra sí mismo: su personalidad es desagradable, chocante, básica, arrogante, manipuladora, autosuficiente y todos los calificativos que psiquiatras y psicólogos quieran añadirle. ¿Cuál es entonces la razón de su éxito innegable frente al electorado norteamericano?

Quizás, a pesar de todo ello, encarnó en su momento la angustia de muchos norteamericanos por la pérdida de su nivel de vida, sus empleos, sus creencias, el ver trastocada su estabilidad doméstica y local por un poderoso enemigo: la globalización. Cuando Trump enarboló su lema “América Primero”, estaba interpretando a todos aquellos ciudadanos a quienes la revolución industrial que forjó el poderío norteamericano había catapultado al bienestar y ahora otra revolución, la de la era del conocimiento, dejaba al margen.

Fueron los Estados del llamado Cinturón Oxidado (Rusty Belt) otrora próspero, con sus industrias manufactureras en la ruina debido a la competencia extranjera a menores costos, su tendencia republicana y su peso desproporcionado en el Colegio Electoral que elige al Presidente, los que le dieron el triunfo, contra el voto popular. Y esas razones no solo sobreviven todavía, sino que han sido agravadas por la pandemia.

Puede aventurarse que la pandemia es un fuerte golpe a la globalización, pues es el crecimiento económico y poblacional, la abolición de las fronteras y el incremento espectacular del intercambio de personas y bienes, lo que la volvió universal. Si faltaba un argumento para sustentar que la globalización es un fenómeno dañino que deja demasiados tendidos en el campo, destruye los derechos laborales, arruina empresas y concentra aún más el ingreso en las grandes multinacionales, el virus del covid-19 lo proporcionó.

Los efectos negativos de la globalización solo tuvieron importancia cuando los perjudicados fueron sus protagonistas. Potencias como Estados Unidos y el Reino Unido, cuyos líderes actuales están en el poder cabalgando sobre la idea de que solos lo podían hacer mejor, que el librecambio, sobre el que se basó su prosperidad, ya no era tan buena idea y que el mundo exterior había dejado de ser un socio complaciente para convertirse en un adversario a derrotar.

Puede que tengan razón. Hoy los países están cerrados y lamen sus heridas para salir de la encrucijada, sin importarles mucho lo que sucede en la vecindad. Las predicciones de los humanistas y los poetas de que la solución a la pandemia iba a ser el renacer de la solidaridad universal, el nacimiento de un ciudadano más consciente de su presencia en el mundo, no se han cumplido. Más bien vemos la sorda lucha de los países ricos por apropiarse cuando antes de las vacunas, las industrias farmacéuticas en feroz competencia por ese mercado, la necesidad de autoabastecerse de bienes y servicios.

Todos se encierran en sí mismos y en sus casas. Nadie quiere inmigrantes que lleguen con su carga de dioses, costumbres, virus y bacterias desconocidos, a nadie le gusta que su empresa la cierren por culpa del trabajo mal pagado de productores eficientes de países que ni siquiera puede localizar en el mapa, nadie quiere que la placidez de su vida cotidiana sea interrumpida por quejas de inequidad social, asuntos que nacen de la globalización.

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Todo está dispuesto para que Trump sea reelecto, porque los hechos le han dado la razón y el despegue económico de sus primeros caóticos tres años se lo tragó un virus que venía de China

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Así que todo está dispuesto para que Donald Trump sea reelecto Presidente, porque los hechos le han dado la razón y el despegue económico que logró en sus primeros tres años de caótico gobierno creando aranceles e impuestos a industrias extranjeras se lo tragó un virus que venía de China. Es pues una víctima, que en un acto de valor sin precedentes ha vencido al virus. ¿Cómo podría perder frente a un anciano sin carisma que aboga por la convivencia nacional y la responsabilidad norteamericana ante el mundo?

Cierto es que Trump ha cruzado todas las líneas rojas del ejercicio político, que es implacable, que divide para reinar, que rompe todos los patrones de los políticamente correcto, que es más que probable que pierda el voto popular porque Estados Unidos es ya un país demasiado multicultural y multiétnico como para imponer la ideología blanca, anglosajona y protestante (wasp) de los padres fundadores. Y sus prejuicios. Pero la política en Estados Unidos funciona de manera extraña pues no todos los votos valen lo mismo. Una señora muy aseñorada, blanca y de clase media, del profundo corazón norteamericano, le decía a un reportero que indagaba por su intención de voto: “debemos mantener el carácter cristiano y evangélico de este país”. Y como ella piensan muchos. El héroe más improbable de ese rescate, de esa cruzada por los valores originarios de la Nación, es Donald Trump.

Un amigo muy querido dice que no conoce a nadie que haga predicciones políticas más equivocadas que quien esto escribe, que se documenta en mis escritos para saber quién va a perder. Ojalá en este caso tenga razón.

¿Cómo podría perder frente a un anciano sin carisma que aboga por la convivencia nacional y la responsabilidad norteamericana ante el mundo?

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