A pesar de haber liderado, firmado y ratificado el Acuerdo de París, Estados Unidos acaba de convertirse en el primer país que decide incumplirlo, y en una de las tres naciones que están por fuera del acuerdo, junto con Siria y Nicaragua. Este ambicioso acuerdo —firmado por 195 miembros y producto de 23 años de difíciles negociaciones— es un pacto global cuyo principal objetivo es el de reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero; las cuales son las principales responsables del cambio climático.
Las razones que Trump dio para abandonar el Acuerdo se basan en el dogma y no en la razón. Un personaje de la farándula americana —cuya experiencia incluye protagonizar realities y promocionar filetes de carne y campos de golf— decidió ir en contra del abrumador consenso científico producto de 200 años de investigación; negando la clara relación que existe entre las emisiones de gases de efecto invernadero y el cambio climático. Trump insiste en que el carbón debe ser el pilar del desarrollo económico de su país, y el Acuerdo de París es una barrera más que se interponía en su camino. A Trump no le importa el hecho de que la industria del carbón en Estados Unidos venga en franco descenso desde la década de los 80, y a que la industria de las energías renovables genere cada vez más empleos. Recientemente dejó sin efecto una normativa que regulaba los vertimientos de arsénico, mercurio y plomo por parte de plantas de carbón, y próximamente, eliminará el Clean Power Plan, una política de Obama para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero que limitaba a esa industria.
El incumplimiento del Acuerdo de París por parte de Estados Unidos significa que el principal responsable per cápita del cambio climático —el país de los suburbios, los carros grandes, los aires acondicionados y el consumismo salvaje— no hará ningún esfuerzo por reducir sus emisiones y que millones de toneladas adicionales seguirán siendo liberadas a la atmósfera cada año por parte de este país. El incumplimiento también significa que la utópica meta del Acuerdo de París —limitar el aumento de la temperatura por debajo de los 2°C con respecto a niveles preindustriales— es oficialmente inalcanzable. La falta de compromiso de Trump podría extenderse más allá de su país. Entre decepción y rabia, aliados y rivales geopolíticos, tendrán menos recursos e incentivos para cumplir lo prometido.
Entretanto, el mundo afronta tiempos difíciles en materia climática. Inundaciones, sequías y deslizamientos protagonizan los titulares; países insulares están en riesgo de desaparecer, se acidifican los océanos y la seguridad alimentaria de cientos de millones de personas está en riesgo, por nombrar solo unas cuantas problemáticas.
En medio de la coyuntura, Colombia viene adelantando diferentes acciones las cuales serán reportadas en la Tercera Comunicación Nacional de Cambio Climático, cuya entrega final se hará próximamente. Sin embargo, el panorama no parece ser muy alentador. En épocas de vacas flacas y por cuenta de la corrupción, el presupuesto para ciencia, tecnología y medio ambiente se convirtió en la caja menor del gobierno. Eso significa menos capacidad para investigar, diseñar e implementar acciones en materia de educación, mitigación y adaptación al cambio climático. Las movilizaciones para defender la ciencia han sido incipientes; por decir lo menos; la mayoría de científicos prefieren irse del país. Entretanto, existen políticos criollos que han manifestado abiertamente su anhelo por ver las ideas de Trump puestas en práctica en el país.
“Las musculosas capacidades de la política son una ilusión. Con la excepción, por supuesto, de las musculosas capacidades para hacer daño” escribió Alejandro Gaviria en su reciente libro, Alguien tiene que llevar la contraria. Nada más cierto. Lo de Trump es una prueba más. Los grandes progresos de la humanidad, en particular aquellos que son duraderos, se logran gradualmente; con tiempo, esfuerzo y buen juicio. Pero un político de turno puede hacer mucho daño en poco tiempo.
Los tiempos están cambiando: no son pocos los especialistas en geopolítica, desarrollo y economía que creen que el año 2017 representa el inicio de una nueva era. Un incompetente es el presidente del país más poderoso del mundo; pero no podemos quedarnos cruzados de brazos. El cambio social no depende solamente de la caridad internacional o de los políticos de turno. Como dijo Angela Merkel, luego de tener una frustrante reunión con Trump: Tenemos que tomar el destino en nuestras manos.
Hoy muchas personas en el mundo lamentan la estúpida decisión de Trump; una decisión que se sentirá por muchas décadas. Sin embargo, Colombia tiene el potencial, no solo para ser seguidor, sino para convertirse en líder mundial en asuntos de cambio climático. Se necesita de iniciativa privada. Se necesitan más empresarios, más Elon Musk, que estén dispuestos a innovar y arriesgar por el futuro energético del país. Los bosques, manglares y pastos marinos de las costas colombianas son los reservorios y capturadores naturales de carbono más potentes del planeta. Tenemos recurso eólico y solar de sobra. ¿Qué estamos esperando?