El tiempo que empieza a trascurrir para sellar los dos años de gobierno que faltan, cae sobre el país como nubes grises que se mueven lentas y envolventes oscureciendo el ambiente, paralizando las actividades. Así lo registran las encuestas. Un 62 % de los ciudadanos están pesimistas, reniegan en redes sociales y en medios, se organizan en la oposición o se sustraen del debate escampando en Miami o en Madrid. ¿Cómo deshacer los nubarrones para que los próximos dos años no sean perdidos y se logren cambios palpables para la gente en vez de esperar que sean los vientos electorales del 2026 los que diriman la situación?
Hay algo que no funciona en el mecanismo democrático para que la toma de decisiones sea acertada para el bienestar de la sociedad. Poco se piensa en lo que se debe reformar, corregir y replantear de la estructura de la democracia, que está deformada y que impide escoger a los mejores gobernantes, acordar planes consistentes y administraciones eficientes los apliquen con opción de éxito. Por lo menos se podría pensar en cambiar el sistema electoral que es la fuente de tantos males.
El modelo electoral facilita el auge y el triunfo elección tras elección del clientelismo, en el que poder parlamentario es una forma de enriquecerse para una gran parte de los congresistas, que no representan a los colombianos de esta época. En cambio, permite que lleguen al ejecutivo opciones improvisadas. Los gobiernos populistas, los autoritarios o los de las élites económicas, son la respuesta al desencanto y la desesperanza general.
La continua rotación de sólidas organizaciones del crimen organizado que se apropia del tesoro público, que usurpan riquezas a empresarios, comerciantes, agricultores, mineros y al que se descuide, se reproduce gracias a que el estado clientelista tiene otras prioridades distintas a las de proteger a la ciudadanía y generar el desarrollo que haga tan costoso como innecesario ser delincuente.
En cada cuatrienio se espera el mismo cambio que en el anterior. Y que en el anterior al anterior. Y que en el tras anterior. Los ciudadanos viven de la esperanza, una virtud apropiada para el medioevo, no para la revolución tecnológica. Que mediante el ejercicio electoral en vez de un idiota se escoja un genio para gobernar, es una esperanza sin sustento que ayuda a la decadencia del modelo democrático. Los mecanismos para llevar a dirigir el gobierno deben incluir filtros que aseguren la calidad del gobernante y sus equipos, reglamentos que impidan que llegue gente a improvisar con el bienestar del pueblo.
La inoperancia del sistema de gobierno es el que forma las tormentas sociales, que, como los ríos crecidos, para completar arrasan con lo construido por malo que sea. Una y otra vez se repite la apuesta por el candidato que simboliza la esperanza. Seleccionar buen gobernante, analizar y evaluar planes y programas, no hace parte del modelo. Así se hunden las democracias.
Esperar a que todo cambie votando por candidatos sin credenciales ni equipos para navegar sobre los desastres sociales que dejó el neoliberalismo, es tan insensato como inexplicable. Todo proyecto, y más el de crear la plataforma para que una sociedad sobreviva y progrese, necesita expertos, sumar conocimientos, recolectar información y talento administrativo.
Son necesarios gobiernos que entiendan la geopolítica actual para ver cómo se aprovecha lo mejor de cada polo. Es indispensable reconocer que la globalización de los mercados nos relegó a vender frutas, minerales y cocaína, al tiempo que fomentó la criminalidad organizada y las migraciones masivas y que en consecuencia hay que replantear lo que hacemos para incorporarnos al desarrollo posindustrial.
Se necesita recargar la cultura que le dé sentido al ser colombiano, más allá de brincar por un título de fútbol o una medalla olímpica
Encontrar una oferta de valor como nación implica pensar soluciones y trabajar para construirlas. Se necesita recargar la cultura que le dé sentido al ser colombiano, más allá de brincar por un título de fútbol o una medalla olímpica. Exportamos los mejores talentos después de formarlos, para ponerlos al servicio de centros de investigación de los países de vanguardia. Seguimos pensando que construyendo edificios se educa, cuando se necesita invertir en acceso a las herramientas tecnológicas, al conocimiento, con las debida tutelas y metodologías, para integrar a los jóvenes al mundo productivo digital.
Las identidades nacionales se disuelven poco a poco en modas universales que extraen elementos folclóricos de cada país, para integrarlos en productos comerciales que se consumen todo el mundo. Así hacen que creer que somos parte del universo y nos queda fácil consumir la oferta de entretenciones, creyendo que llenamos el vacío existencial que con tanto esfuerzo artistas e intelectuales buscan explicar.
Para que los principios democráticos resurjan se necesita un replanteamiento de la democracia electorera. Es necesario crear un modelo que incorpore el conocimiento para gobernar y logre la participación de la ciudadanía para vigilar, evaluar y sancionar. Las redes sociales, sin orientación ni canalización bidireccional para que ciudadanos y gobernantes se comuniquen y controlen, son un sofisma de distracción. Sirven como una forma de expresar la frustración y la rabia, pero solo generan odio y polarización.
Es indispensable revocar el modelo de partidos políticos que creó esta clase improductiva, parasitaria y corrupta del clientelismo, que se inventa mil formas de apropiarse recursos públicos. Sus funciones las remplazaron por una oferta de servicios para las élites empresariales y las organizaciones criminales. Es un modelo que estamos obligados a cambiar, antes que cualquier arbitrario populista con ínfulas autoritarias descubra lo fácil que es quedarse en el poder manipulando las formalidades democráticas.
En los dos años que restan, el gobierno prestaría un gran servicio a la sociedad que conserva la esperanza del cambio, promover un modelo institucional bajo principios democráticos para reformular aspectos concretos de las instituciones. Convocar el poder constituyente tiene sentido para lograr este propósito siempre y cuando se haga convocando a expertos y conoceros que ofrezcan su conocimiento y sus experiencias al servicio de la nación. La intervención del “pueblo” solo profundizaría el fracaso de la democracia. Un gobierno del pueblo sin talento es igual que un gobierno de élites sin talento.