He visto Trotsky en Netflix, dirigida por Aleksander Kott y estelarizada por Konstantin Khabensky. No fue de un envión sino mediante dosis de dos capítulos, lo que equivale a decir que el ejercicio se cumplió en cuatro sesiones. Cada episodio ocupó 50 minutos aproximadamente. Los que reescribieron la historia de Rusia y su gran revolución gozan de envidiable salud y muchos bríos para mantener el fraude. Ayer desde la oficialidad stalinista y partidaria y hoy desde el cine independiente. Pero la versión de este último en torno al personaje que escogió parece superar con creces, al menos en el terreno del arte, lo que el régimen del georgiano había edificado. La vida nos depara sorpresas en cada esquina de su recorrido. Y, ¡vaya, qué sorpresa!
El Trotsky difuminado, empequeñecido y, aún más, borrado de las fuentes documentales que testimoniaban grandes momentos del histórico acontecimiento por los nuevos gobernantes entronizados desde mediados de los veinte, nos es entregado en bandeja por Kott como alguien que instrumentalizó no sólo a quienes le colaboraban en su entorno más cercano y a millones de rusos y de vecinos del mundo que sucumbieron a su verbo cautivador, sino como el gran jefe de Lenin. Este es poco menos que un guiñapo a merced del gran manipulador. Las medidas de excepción aprobadas por los bolcheviques para contrarrestar las arremetidas internas y exteriores que pretendían derrocar el nuevo régimen, obtuvieron esta gracia en virtud del ascendiente de Lenin en el partido solo superado por el de Trotsky en Illich.
A fin de cuentas Stalin ejecutó lo que Trotsky había iniciado con la anuencia y asertividad manifiesta pero sobre todo obsecuente de Lenin. Las ineluctables e inexorables leyes de hierro de la historia hacen de los individuos leves briznas sometidas a la voluntad del vórtice social. Por eso, las colectivizaciones forzosas, los procesos de Moscú, Gulag y la supresión definitiva de partidos distintos al gobernante se producirían con cualquiera de los tres protagonistas en el ejercicio del poder. Es la tara ocasionada en Marx. Esa la que hace inútiles las revoluciones sociales radicales. El socialismo conduce al totalitarismo.
El megalómano y mesiánico que es Trotsky no soporta que la mediocridad más notable del partido lo haya vencido en la lucha de vanidades que se inició a la muerte de Lenin, le reprocha Frank (Mercader) un personaje del que el dirigente revolucionario no pudo sospechar y que convino en aceptar a su alrededor no obstante su confeso stalinismo. La fértil imaginación de Kott nos regala un Liova desprevenido y poco interesado en su seguridad a pesar del atentado de mayo. No sería la primera vez que éste fuera abatido por Stalin por ese mismo desdén hacia él.
La historiografía conservadora se nos muestra rediviva de la mano de Trotsky esta serie televisiva que ha recibido toda clase de comentarios y que según algunos reportes de prensa ha superado en Rusia en número de espectadores a una sobre Lenin. El alemán portador de grandes sumas de dinero para comprar dirigentes bolcheviques que ayudaran a Alemania a derrotar a Rusia y a que esta se retirara de la Gran Guerra aparece de la mano del inefable Parvus. El caso puntual del tren precintado que trasladó a Lenin desde Suiza hasta territorio ruso es recreado con elocuentes imágenes precedentes. Los bolcheviques fueron agentes al servicio de Alemania.
Trotsky merece verse no tanto por lo que dice (a mi modo de ver su lado más fuerte es la osadía que tiene de mostrar a Lenin como un cuasi ventrílocuo de Trotsky), sino porque no obstante la ninguna gracia que le hace a los actuales gobernantes el personaje hay directores de cine que se atreven a hablar de tabúes.