María Isabel Rueda merece toda nuestra admiración: ¡leer a Humberto De la Calle! Y leerlo quejándose de sus amigos de La Habana, porque estén faltando a la verdad y pongan en peligro su Acuerdo de Paz.
No porque nos inquiete lo que diga De la Calle, sino porque la verdad merece su sitio y hay mentiras que mil veces repetidas se convierten en verdades, como lo recomendaba Lenin, valen la pena algunas reflexiones.
Para que la paz de Santos y De la Calle fuera posible, le dieron a las Farc algunas gabelas anteriores a la firma del papelucho, que no podemos olvidar. Las fundamentales, que se suspendían los bombardeos aéreos en su contra y la fumigación sobre sus cultivos ilícitos.
Cualquiera sabe en Colombia que nuestra tragedia se llama cocaína. Favorecerla, como lo hicieron Santos y De la Calle, fue un crimen de Estado. El Acuerdo de Paz es hijo de ese crimen y del crimen no nace nada bueno. Solo por eso debiéramos hacerlo trizas.
Pues nos llenamos de cocaína y las Farc y sus amigos los bolsillos de dólares. Hablamos de miles de millones, que los convirtieron en los más ricos del Continente. Eso, claro está, no inquieta la laxa conciencia de De la Calle.
Como no podía ser de otro modo, el Acuerdo garantiza el negocio de las Farc. Quien haya leído ese esperpento, habrá comprobado con asombro que los mayores cocaleros del mundo quedaron al mando del negocio. Pues, sí, amigos. Para erradicar cultivos hay que contar con las Farc, las que se comprometen a sustituirlos por otros más rentables. De la Calle no se ha quejado de semejante estupidez.
Todo el Derecho de Occidente, desde Beccaría, cuando menos, está basado en que el delito merece penas y con penas se amenaza la conducta delictiva. Pues en el Acuerdo de Santos y De la Calle se prometió impunidad para los delitos peores que se cometieron en América. Y no solo eso: se los premió con dinero, olvido, perdón y curules en el Congreso. Inaudito. Increíble. Absurdo, pero es verdad.
En debate televisado que repasamos una y otra vez, Óscar Iván Zuluaga le decía a Santos, el socio de De la Calle, que su Acuerdo significaba impunidad y Congreso para Timochenko. ¡Cómo protestaba Santos contra semejantes calumnias! Los delincuentes sorprendidos son así.
De la Calle nunca protestó por semejante absurdo. Le pareció muy bien. Como le pareció muy bien que se creara una Justicia Especial que garantizara esa impunidad y premiara el delito. Y para que no quedara duda, ese Tribunal quedaba escogido por un quinteto de artistas: tres extranjeros comunistas y terroristas, —uno de la ETA, otro de Sendero Luminoso y el tercero de los Montoneros—. Los otros dos, esos sí colombianos, fueron una farmaceuta comunista y un magistrado comunista de la Corte Suprema de Justicia.
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A De la Calle le pareció muy bien establecer en su Acuerdo el principio de que los delitos, mientras más graves mejor, también dan curules
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No pararon aquí las cosas. Toda la democracia universal está montada en el principio de que el pueblo elige con votos sus representantes. A De la Calle le pareció muy bien establecer en su Acuerdo el principio de que los delitos, mientras más graves mejor, también dan curules. Pequeño detalle. Por eso, cuando el ELN y los Caparros y sus socios, los que se llaman residuales de las Farc matan, secuestran, violan, trafican, ponen bombas, se enriquecen, no cometen delitos: hacen proselitismo político. ¿Si a las Farc les dieron de premios diez curules, cuántas serán las de estos bandidos? Tal vez De la Calle lo sepa.
El principio de que es preciso trabajar para vivir decentemente, quedó derogado en el Acuerdo que se hace trizas. El Estado mantiene los criminales en lugares muy confortables, con sueldo para gastos de bolsillo, porque la salud, la educación, la alimentación, el techo, la seguridad de ellos y sus familiares y amigos, corren por cuenta del erario público. Llevamos cuatro años cumpliendo esa maravilla.
En medio de la campaña política más grotesca de la Historia de Colombia, se pusieron tantas bellezas a la consideración del pueblo colombiano. Nunca se gastó tanto dinero, se compraron tantas conciencias, se engañaron desde las rectorías universitarias tantos jóvenes. De la Calle, dijo que si el pueblo decía NO era el fin de sus Acuerdos. Y el pueblo dijo NO. Y a De la Calle le pareció muy bien cuanto se hizo para robarse el fallo de las urnas. Ese sí había que hacerlo trizas.
Ahora preocupa que los malditos delincuentes no digan más que mentiras sobre los secuestros que cometieron, los miles de desgraciados que desaparecieron para siempre, las niñas que violaron y fueron condenadas a los abortos más horrendos, los fusilamientos de los niños desertores. Y no les han preguntado por las bombas que nos pusieron, ni por sus fortunas fabulosas. Pero De la Calle está preocupado. Esas mentiras le pueden dañar su Acuerdo. ¿Cómo consolarlo?