No recuerdo si lo que decía nuestro nobel era que las mujeres acabarían dominando el mundo o si solo que así desearía que fuera… pero en todo caso ya estamos en ese camino.
No necesariamente porque se estén haciendo promociones algo forzadas o artificiales, enmarcadas dentro de un propósito demagógico o populista como la de nombrarlas como la mitad del gabinete.
Cuando no existía el control de la natalidad y los sistemas de producción eran más primitivas, la división del trabajo exigía más capacidades masculinas para satisfacer las necesidades básicas de supervivencia y más atención en el hogar a la crianza de la numerosa prole para garantizar la multiplicación de la especie. La realidad es que si en otros tiempos las mujeres no ascendían a los altos puestos era simplemente porque dentro de los roles de entonces las condiciones exigían dedicarse más al hogar y a la familia y menos a proveer para ello, lo cual era la función de los hombres.
Pero hoy las mismas características que las hacían funcional para adelantar las responsabilidades de la casa se pueden aplicar a su nuevo rol en la sociedad: concretamente la mayor capacidad de concentración en lo que asumen como compromiso; una cierta tendencia a ser psicorrígidas, no en el mal sentido sino en el de ser menos flexibles, menos dadas a caer en la facilidad de la corrupción; una mayor claridad en los objetivos que se fijan y en la dedicación para atender lo que asumen en sus manos.
La modernidad con las evoluciones en el modo de producción y las nuevas relaciones de género no concentradas en las funciones reproductivas han permitido que poco a poco cada generación vaya teniendo más acceso a la formación y la educación necesarias para un rol equivalente al masculino.
No necesitan cuotas especiales sino oportunidades pues no tienen por qué ser tratadas como minorías vulnerables, excepto tal vez en su papel justamente de madres.
Por el contrario, el sistema de nombrarlas discriminando por género es contrario no solo al propósito que supuestamente se busca sino a la realidad actual. Solo en los estratos más bajos, y justamente porque la pobreza está acompañada y asociada a dificultades de acceso a la educación, existen aún no solo los rezagos fuertes de una sociedad machista sino fenómenos como mayores tasas de nacimientos. El problema es de pobreza y lo que queda como tema de género es solo una manifestación de eso.
Las mujeres no necesitan cuotas especiales
sino oportunidades
pues no tienen por qué ser tratadas como minorías vulnerables
La práctica desaparición de la familia como núcleo social -por lo menos según lo dicen las encuestas- y la aceptación de la multiplicidad de caracterizaciones sexuales -ya no solo LGBT- corresponden a la evolución de las relaciones y las condiciones de la economía más que a los logros de las luchas reivindicativas.
La pirámide generacional tiene una correlación evidente con la inserción del género femenino en la vida pública y en el sector productivo.
Por supuesto siempre existirá la discusión sobre que fue primero si la gallina o el huevo, si fueron las luchas las que permitieron los cambios o si los cambios propiciaron la proliferación de luchadores.
A nosotros sucede lo mismo que al resto de la humanidad. Sea en el sector privado donde ya en las universidades asisten más mujeres que hombres y con mejores resultados; o en el sector privado donde su participación en cuadros medios es ya más numerosa que la masculina, y cada vez más presente en los altos cargos como CEO de grandes empresas; o en el sector público donde vemos grandes protagonistas en todos los frentes como en política Claudia López y Angélica Lozano o las de la guardia pretoriana de Álvaro Uribe, o en el periodismo donde María Jimena, María Isabel, la Gurisatti , Salud Hernández o Vicky Dávila llenan más espacio que sus colegas varones.
Simpatice uno o no con sus líneas de acción o de pensamiento, el hecho es que el género femenino se ha ‘empoderado’ como dicen hoy, y que parecen cumplir mejor la función que asumen.
Lamentable que se haya caído la reforma que obligaba las listas cerradas de los partidos pues acababa con una de las mayores causas de desorganización del sistema político de partidos. Pero ofensivo y negativo hubiera sido el sistema que lo acompañaba de cremallera, o sea la obligación de poner en las listas alternando uno a uno mujer y hombre, institucionalizando así lo que se conoce como discriminación negativa, o sea imponer eventualmente a alguien con menos capacidades que alguno que más lo merece y mejor serviría, solo por llenar un requisito que hoy no responde a una necesidad. Las mujeres hoy están en capacidad de competir por cualquier puesto no solo en igualdad de condiciones sino probablemente con ventajas y virtudes mayores que las del ‘sexo fuerte’.
Publicada originalmente el 19 de diciembre de 2018