La representante a la Cámara Olga Beatriz González, antioqueña de origen y tolimense por adopción, es mucho más cercana al presidente Gustavo Petro que a su jefe natural, el expresidente César Gaviria, director del liberalismo.
Su confianza se hizo tan estrecha que el hoy presidente la nombró gerente y contadora de su campaña en 2018 y cada vez que sus giras incluían a Ibagué se alojaba en su casa. Se conocen desde 2010 y se refiere a él como a un “hombre grande en cuyas manos están las grandes transformaciones de este país”. No deja dudas que, por encima de la disciplina de bancadas, cree en él, votó por él y lo seguirá respaldando en todos los proyectos de la agenda legislativa originada en la Casa de Nariño.
Sus cuotas en la administración se hacen visibles. Tres meses después de su elección, el presidente llevó a Eleonora Betancur, hija de la congresista, a la dirección de la Agencia Presidencial de Cooperación, quien además contó con el apoyo del alcalde de Medellín Daniel Quintero. Fue una de las pupilas de Quintero, que renunció al cargo de jefe de la oficina de cooperación de la Alcaldía para apoyar la candidatura presidencial de Gustavo Petro. El presidente le ha dado otros cargos intermedios. Esa representación ofende a sus copartidarios liberales e irritó sobre manera a los conservadores mientras hicieron parte de la coalición de gobierno.
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Es indudable que hace parte de un firme trípode de apoyo de Petro en el Tolima, conformado además por Guillermo Alfonso Jaramillo, recién nombrado ministro de Salud, y Marco Emilio Hincapié, quien acaba de asumir como presidente de Coljuegos.
Los movimientos burocráticos protagonizados por ellos han generado dudas y no pocas suspicacias, especialmente relacionadas con las actividades económicas de la congresista que le han permitido forjar un patrimonio importante y afianzarse políticamente, a través de obras sociales, por ejemplo. “Mamá Ibagué”, se hacía llamar cuando aspiró varias veces, sin éxito, a la alcaldía de la ciudad.
La raíz de sus actividades más rentables se encuentra en 1983 cuando incursionó en el negocio del chance. Primero compró unas acciones de la empresa Gana-Gana, cuya base fue la sociedad Seapto S.A. Luego se hizo al control progresivo de los bingos y se convirtió en dueña y señora de las concesiones. Aunque tiene un carácter franco y beligerante, la única vez que se le vio realmente fuera de sí fue cuando oyó que uno de sus contradictores políticos la llamó ‘La Gata del Tolima’. No permite que la comparen con la condenada empresaria del chance Enilce López, de Magangué.
Desde entonces ha buscado dejar en un segundo plano su rol protagónico -y hegemónico, según algunos- en la escena de los juegos de suerte y azar. Por eso en el libro de Registro de Intereses Privados de los Representantes, llenado el 18 de agosto de 2022, describió como sus principales actividades económicas operaciones inmobiliarias, el arrendamiento de bienes inmuebles y la producción agropecuaria, que incluye cultivos de caucho.
Los juegos de suerte y azar y las actividades de juegos virtuales operados por internet los consigna como fuentes de renta de su conyugue y de parientes hasta segundo grado de consanguinidad, primero de afinidad y primero en lo civil.
Ella le asegura a Las2Orillas que hace rato se alejó de la actividad, cosa que ponen en duda todos contradictores y no pocos amigos suyos.
Sus intereses económicos podrían verse favorecidos, según sus críticos, por el hecho de que su buen amigo Marco Emilio Hincapié sea la cabeza de Coljuegos, empresa industrial y comercial del Estado que administra el monopolio rentístico de ese mercado y controla a los operadores.
No ha sido bien visto que en el pasado reciente la representante por el departamento del Tolima haya aparecido en mensajes difundidos en las redes de la entidad como “invitada especial” en sesiones de la junta directiva de Coljuegos. No obstante, ella lo niega y asegura que ni si quiera sabe dónde quedan las oficinas de la entidad.
Coljuegos recauda cerca de un billón de pesos anualmente para la Salud y por eso el hecho de que un buen amigo común sea el ministro de esa cartera, los expone a los tres al riesgo de caer en tráfico de influencias y afectar recursos públicos si trasponen la línea que separa la amistad de los intereses políticos y de la función pública.
Ella no niega sus relaciones con ningún de los dos, pero hace un notorio esfuerzo con marcar un poco de distancia que considera prudente. Al responder las preguntas formuladas por Las2Orillas los caracteriza al presidente de Coljuegos, el hombre que hace la administración y vigilancia en el sector donde ella hizo su fortuna. “Hace más de 30 años conozco al doctor Marco Emilio, que es una persona muy reconocida en el Tolima. En este momento no tengo una relación directa con él porque él milita en la Colombia Humana y yo en el Partido Liberal”.
La congresista niega con vehemencia que Hincapié sea cuota suya o que el ministro sea mentor o padrino político suyo, pues advierte que está en capacidad de acercarse de manera expedita al presidente de la república, sin intermediarios.
Asesores suyos sostienen que hay sectores políticos interesados en promover una campaña de maledicencias en su contra y dirigen su mirada hacia conservadores de la línea de Roger Carrillo, saliente director de Coljuegos y advierten sobre los resentimientos que le produjo la salida del cargo. Esa mirada incluye los feudos del clan Barreto, encabezado por los primos Óscar y Miguel. El primero exgobernador del departamento y el segundo senador.
La congresista responde acusaciones según las cuales integrará un “triangulo perverso de poder y negocios” con los dos tolimenses que ahora manejarán la relación entre el mercado del chance y los casinos y la salud. “¿Cómo son capaces de tejer esa calumnia? El doctor Guillermo Alfonso es un hombre que tiene una vida pública hace muchos años, que responde por sus actos. Lo mismo ocurre con el doctor Marco Emilio. Yo hace muchos años me retiré de la actividad y estoy desvinculada societariamente de las empresas de juegos de suerte de azar y lo que se dice ahora es casi un crimen contra mí”.
El capital político de Olga Beatriz González va más allá de los 19.266 votos con las que fue elegida al Congreso. Tiene que ver con su influencia burocrática, influencia que ha despertado celos en viejos caciques y manzanillos. En febrero pasado fue famosa una pelea suya con Mauricio Jaramillo Martínez, candidato a la gobernación del Tolima por el partido liberal, quien la acusó de estar acaparando cuotas a nombre de la colectividad y de estar cooptando candidatos a alcaldías y concejos que figurarán en las listas liberales, pero servirán los intereses del gobierno ante el debilitamiento del Pacto Histórico.
Ella reclama que, lejos de cuestionamientos de los caudales económicos y políticos, se reconozca el esfuerzo hecho durante más de 40 años. Y se define como una luchadora que salió muy joven de Pueblorrico, su tierra natal del sureste antioqueño, para echar raíces en Líbano, Tolima, y proyectarse de allí a Ibagué.
Nunca ha hablado del capital semilla de sus negocios en los que dice haber hecho valer sus destrezas como mercadotecnista y la vocación de servicio que supo desarrollar en medio de un sino trágico trazado en su vida por el asesinato de su primer esposo, un exsacerdote que colgó sus hábitos y un hermano que empuñó las armas.
Su curul en la Cámara es fruto de la primera elección que ha podido a ganar, pero hoy la acerca más que a cualquiera de sus coterráneos a los confines del poder.