Una imagen dice más que mil palabras, expresa un antiguo proverbio chino. En el reciente viaje de Nicolás Maduro a China quedó grabada esa imagen: el presidente de Venezuela ante el mausoleo de Mao Zedong, fundador del régimen comunista, en una visita que ningún mandatario extranjero había hecho desde Raúl Castro en 2005, antes de suceder a Fidel. Un gesto para el aliado más poderoso en busca de un salvavidas para una economía sin nombre.
El tamaño de la crisis venezolana es tal que la inflación está cerca al millón por ciento, la deuda externa de 150 000 millones de dólares está cerca del default y la moneda no encuentra piso. Por eso Maduro afanosamente ha decidido ampararse en China y en los otros dos superpoderosos que encausó Hugo Chávez desde 1999, y que hasta ahora no le han fallado: Rusia e Irán.
Con su esposa Cilia Flores y un numeroso séquito de acompañantes, Maduro se reunió con la élite de Pekín en medio de los honores de un jefe Estado llevando siempre en mente los USD 5000 millones de dinero fresco que necesitaba de los “hermanos comunistas” para poder capotear a los tenedores de bonos a quienes les debe USD 6000 millones, y un periodo de gracia por seis meses para los USD 20 000 millones que no ha podido pagarle a China.
En la última década hasta 2016, con dinero a raudales acumulado en treinta años de crecimiento sostenido, China fue muy generosa con los gobiernos de Chávez y Maduro, con una segunda intención política. Porque el ´dragón dormido´ del que Napoleón dijo “que tiemble el mundo cuando despierte” comienza a aparecer como una potencia mundial que requiere tener influencia política no solo en Europa y Asia.
Por eso, a su aliado estratégico le dio créditos por USD 50 000 millones para mejorar la economía, pero cortó el chorro hace casi tres años cuando se profundizó la crisis y Venezuela empezó a pedir nuevos plazos para pagar mientras el gobierno de Xi Jinping exigía medidas correctivas ante la debacle, que nunca fueron escuchadas. Con un mea culpa y el “paquetazo” del 20 de agosto Maduro llegó a Pekín a “pedir cacao”.
Esto obtuvo, según sus propias palabras cargadas de euforia: Se “intensificaron los lazos” y se acordó “financiamiento para el desarrollo”, pero en ningún momento habló del préstamo de los 5000 millones que Bloomberg había dado por hecho apoyado en anuncios del ministro de Finanzas Simón Zerpa antes de partir. Más tangibles son los 28 acuerdos en los que el presidente venezolano comprometió algunas de las joyas de la corona petrolera y minera. Vendió a los chinos una participación del 9,9% más en la empresa Sinovensa, donde China National Petroleum Corporation ya tiene 40%, y firmó un memorando de cooperación en el bloque 6 de Ayacucho, en la riquísima Faja del Orinoco, donde las empresas chinas perforarán 300 nuevos pozos.
También firmó un memorando de intención sumándose a la ambiciosa Ruta de la Seda que Xi Jinping anunció hace tres años, y que siguiendo el camino de Marco Polo pretende conectar comercialmente a países de Europa, Asia y Oriente Medio. Incluyendo también una ruta marítima paralela, un “cinturón” que enlace todo el mundo, un Belt and Road (Cinturón y Ruta) que uniría 60 países el 75% de las reservas energéticas y el 70% de la población global. Venezuela es la segunda en comprometerse en Sudamérica después de Uruguay de Tabaré Vásquez.
Un buen apoyo a la iniciativa que podría verse en reciprocidad por el reconocimiento de los cuestionados comicios del 20 de mayo, que ni Estados Unidos, ni la Unión Europea, ni la gran mayoría de los países latinoamericanos avalaron. Sí lo hizo Vladimir Putin, quien envió hasta saludo de felicitación a Maduro, por reelegirse seis años más en el poder.
Desde que su antecesor Hugo Chávez asumió el poder en Venezuela en 1999, Rusia se convirtió en un aliado fiel. Comprensible, dada la posición política de ambas naciones con relación a Estados Unidos. Los rusos estratégicamente siempre intentaron fomentar alianzas sólidas con países de América Latina para contrarrestar la influencia norteamericana en la región, pero también para equilibrar el juego geopolítico global. Desde la Guerra Fría apostaron por Cuba y luego por algunos países centroamericanos.
La fidelidad puesta a prueba de Moscú pasa por reestructurar a Venezuela su deuda de USD 3000 millones en noviembre pasado y ofrecer planes de inversión para la maltrecha petrolera estatal Pdvsa, cuando ya era más que evidente el caos económico venezolano.
Pero, como los chinos, los rusos no hacen negocios gratis. A ellos también se le han dado inusuales potestades en la superpetrolera Faja del Orinoco y en el Arco Minero, el emporio aurífero del Amazonas. Por lo demás, Putin parece no inmutarse ante las afugias de Maduro quejándose de Estados Unidos, cuando él ya las ha vivido en carne propia.
Irán también. Los embargos petroleros han sido una buena razón para estar al lado de Venezuela, su socio en la Opep. Maduro siempre ha tratado de mantener los fuertes vínculos con Irán que alcanzaron su apogeo mientras gobernaban en Teherán y Caracas Mahmud Ahmadineyad y Hugo Chávez. Ambos líderes compartieron una amistad personal y, más que una afinidad ideológica, el deseo común de retar a Estados Unidos desde su patio trasero.
Irán puede ser un muy buen aliado, pero la cooperación se ha quedado en las ramas. Le ayudó a Venezuela a desarrollar su primer drón de uso militar, y ha firmado muchos acuerdos de inversión, con muy malos resultados. La ensambladora de autos Venirauto, en Maracay, iba a sacar 16 000 autos al año y los iba a comercializar Peugeot, pero se fue a pique cuando los destinaron para los militares, tanto que en 2014 apenas produjo más de mil. La fábrica de Cemento Cerro Azul, en el oriente del país, de Ehdasse Danat debió estar lista en 2008, pero hasta febrero de 2015 produjo el primer saco de cemento. Otro contrato suscrito en 2012 con Tarazaseh Tabriz para la producción de kits de casas prefabricadas, solo se ha cumplido en 2 %. En materia de créditos, Maduro ha tenido que conformarse con una línea iraní de USD 500 millones que le dio en junio de 2015.
¿Le alcanzará a Maduro el apoyo político de los superpoderosos para salir del atolladero económico? Es la pregunta de los miles de millones de dólares en momentos en que China enfrenta la guerra comercial decretada por Trump e Irán un embargo que desde el 1 de noviembre “no le dejará salir una gota de petróleo”. En Caracas la crisis corre contra el reloj.