Mientras el país entero está en vilo por la rodilla de Falcao, la campaña presidencial plantea un escenario inédito en la política colombiana que nadie ha querido tomar en serio: hay tres mujeres de renombre entre los candidatos.
Es la primera vez en la historia de Colombia en que tres mujeres, y no tres mujeres cualquiera, están en la carrera por la Presidencia de la República. Hay que resaltar ese hecho pues demuestra que en el país sí hay mujeres que son verdaderas opciones de poder.
Noemí Sanín, la única que en su momento hizo tambalear la tradición machista de la política colombiana, nunca quiso pasarle la antorcha a otra mujer. Luego de su derrota en 1998, donde obtuvo una votación más que sorprendente, prefirió insistir otras dos veces en lugar de ayudar a fortalecer un nuevo liderazgo femenino. Y así las cosas, fuera de ella, nunca ha habido, hasta ahora, mujeres que cautiven al elector y se muestren capaces de echarse encima el peso de gobernar.
La oportunidad de la mujer colombiana está servida. El problema es que las tres candidatas, tristemente, están aferradas a conceptos ideológicos que desdibujan su papel como líderes femeninas. Haciendo eso a un lado, al menos dos de ellas tienen credenciales más que suficientes que muestran su capacidad de gestión. La tercera tiene menos experiencia en ese campo, pero desde su orilla política podría capitalizar un eventual triunfo del proceso de paz mostrándose como una líder de la reconciliación para ser la primera presidenta del país posconflicto.
Pero vuelvo a lo del primer párrafo: Este escenario no ha querido ser tomado en serio. Tal vez, precisamente, porque las convicciones políticas de estas tres mujeres nublan su potencial de liderazgo femenino. O tal vez porque a Colombia el machismo no la deja imaginarse llamando a alguien “Señora Presidenta”.