A principios de marzo, catorce obispos de distintas poblaciones de la costa del Pacífico se reunieron en medio de las amenazas que se multiplicaban en Buenaventura para alzar su voz y llamar la atención del país frente a la tragedia que vivía la gente humilde del puerto, acorralada por la violencia. Incluso uno de ellos, Rubén Darío Jaramillo, estaba, él mismo, amenazado.
Hace casi cuatro años llegó a Buenaventura. El 30 de junio de 2017, siendo párroco de San Martín de Porres en Pereira, recibió una noticia del papa Francisco. Había sido nombrado obispo de Buenaventura, para suceder a monseñor Héctor Epalza Quintero, quien fue emérito de esa diócesis hasta su fallecimiento el pasado 2 de febrero. Iría al Pacífico desde Risaralda, a la ciudad portuaria vapuleada por la pobreza y la violencia.
Rubén Darío Jaramillo, la voz del obispo que clama y reclama desde Buenaventura
La pobreza la había conocido mucho antes, en su natal Dosquebradas, corregimiento de Santa Rosa de Cabal hasta 1972, cuando a los 5 años en compañía de su hermano y su madre, Elicenia Montoya, la que ponía las inyecciones, repartía alimentos a los más necesitados, como a doña Herminia, que vivía con sus cinco hijos al lado de la quebrada. Su padre era recolector de café, su madre fue su guía espiritual, con ella asistió al “Camino catecumenal” y ayudó en la parroquia mientras asistía al colegio. Terminó el bachillerato en el Juvenal Cano Moreno de Pereira, y a los 18 años tuvo que decidir entre ejército y sacerdocio. Una visita al seminario borró las dudas. En el María Inmaculada de Pereira estudió Teología y Filosofía y el 4 de octubre de 1992 fue ordenado sacerdote.
Trabajó en Apía (Risaralda), allí dirigió a 150 scouts, y fue párroco de Villasantana un barrio muy pobre y marginal de Pereira donde coexistían 15 pandillas, con microtráfico y prostitución. Durante diez años estuvo al frente del Secretariado diocesano para la Pastoral Social y fue director de Cáritas diocesana con una labor de cercanía a los necesitados, los desplazados, los habitantes de la calle a “quienes recogía, los ´motilaba´ los aseaba y les daba qué comer”, recuerdan quienes le conocen.
Volvió a Dosquebradas para ser párroco de Santa Teresita, y en Bogotá estudió Gerencia de Instituciones de Educación Superior en la Universidad Santo Tomás, ejerció como Ecónomo de la diócesis de Pereira, párroco de San Martín de Porres, y rector encargado de la Universidad Católica de Pereira. Entonces lo llamó Francisco.
El cura que no tiene reparo en reunirse con los jíbaros, en acercarse a la comunidad mientras rasga la guitarra con los “Sacerdotes que cantan”, grupo creado con los padres Julián Cárdenas, Juan Manuel Echeverri y Emiro Romero, jugar fútbol en cualquier cancha y entrar al camerino del Deportivo Pereira para dar la bendición antes de que salten a la cancha, se volvió obispo. Una dignidad que nunca buscó, porque se siente lejos del protocolo y las vestiduras obispales, dicen sus amigos sacerdotes.
El 29 de julio fue su ordenación episcopal en la Catedral de Pereira, apadrinado por monseñor Rigoberto Corredor Bermúdez. El 15 de agosto de 2017 tomó posesión de su sede. En Buenaventura llegó fiel a su convicción de hablar, escuchar, para entender y comprender”. No le ha temblado la voz para increpar a los poderosos, y reclamar la presencia del Estado en el puerto que mueve la mayor carga del país, para que cumpla los compromisos de inversión que genere desarrollo, reduzca la violencia y supere la inequidad.
Monseñor Jaramillo da aliento a la atemorizada población del puerto
Frente al miedo de la población de salir a la calle en medio de una brutal ola de violencia, decidió hacerlo y cambiar la sangre por el agua bendita que esparció desde el carro de bomberos por varias comunas el 13 de julio, día de San Buenaventura. Organizó el 10 de febrero la “gran cadena humana por la paz”, y en la ciudad se reunieron 14 obispos del Pacífico el 3 de marzo para estudiar la gravísima situación a la que le están “poniendo el pecho”. Solo en Buenaventura se han desplazado 650 personas este año, seis murieron en la primera masacre, se han realizado 33 combates urbanos entre bandas criminales en los 33 primeros días, según Semana.com. Y al obispo lo han amenazado con ponerle una bomba.
En otro de los municipios grandes del Pacífico, la capital del departamento del Chocó, está Monseñor Juan Carlos Barreto Barreto, al frente de la diócesis de Quibdó. Lo nombró el papa Benedicto XVI, doce días antes de renunciar a su pontificado, el 30 de enero de 2013. Tenía 44 años, y desde hacía cinco años era el rector del seminario mayor diocesano La Providencia en la diócesis de El Espinal.
Monseñor Barreto, en su labor humanitaria por los municipios de Chocó
El 9 de marzo en la Catedral de Nuestra Señora del Rosario fue la ordenación episcopal, a manos de monseñor Pablo Emiro Salas Anteliz, y co-consagrantes el nuncio apostólico de Malta, Aldo Cavalli y el arzobispo de Ibagué, Flavio Calle Zapata.
Tolimense de pura cepa, el obispo nació el 26 de diciembre de 1968 en el hogar campesino de Abel Barreto y Blanca Aurora Barreto en Guasimito, una vereda del municipio de San Luis, pero fue registrado en el Guamo. En la vereda empezó los estudios, y cuando llegó el bachillerato su tía Leonilde Barreto, que era profesora en Chaparral, lo llevó a su casa para que estudiara en el Instituto Manuel Murillo Toro.
En la adolescencia llegó la vocación temprana. En el Seminario Mayor Misionero de Espíritu Santo de la diócesis de Sonsón-Rionegro estudió Teología y Filosofía y fue ordenado sacerdote el 30 de enero de 1993 en la diócesis de El Espinal por el obispo Abraham Escudero Montoya.
Completó su formación espiritual en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma donde se licenció en Teología Espiritual. A su Tolima regresó como párroco de Nuestra Señora de Chiquinquirá, vicario de la catedral Nuestra Señora del Rosario, párroco de Divino Niño y delegado diocesano para los Grupos de Oración. Fue profesor en el seminario mayor diocesano La Providencia, y desde el 2008 su rector.
El sacerdote que toca guitarra y algo de cuatro, que jugó fútbol hasta que una lesión de columna lo sacó de las canchas de juego y que vibra por igual con su Deportes Tolima y las competencias de ciclismo llegó al Chocó para ejercer una labor pastoral en un territorio con pobreza, promesas incumplidas, y violencia.
Medido en el hablar, ríe con facilidad, decidido a “evangelizar a los pobres, y visualizar sus sufrimientos”, no dudó el 22 de diciembre de 2018 a unirse con el obispo de Istmina-Tadó Mario de Jesús Álvarez Gómez, y el de Apartadó Hugo Alberto Torres Marín, para pedir al Gobierno y al ELN reanudar el diálogo con miras a una “paz total e integral”.
De la mano de organizaciones indígenas y afro, la Oficina de la ONU para los Derechos Humanos, el Consejo Noruego para Refugiados, Swefor y las embajadas de Suecia y Noruega, está buscando soluciones. Con ellos y sus pares de Istmina-Tadó y Apartadó acaba realizar una misión humanitaria en el municipio del Alto Baudó. Al final quedó el comunicado con el horror de los hechos perpetrados por los actores armados, y el abandono por parte del Estado al que conminan a la acción ya cumplir los compromisos. El 3 de marzo fue en Buenaventura el escenario para poner el dedo en la llaga de la violencia y la corrupción del Pacífico.
Al sur del litoral, en Tumaco, un puerto atrapado en la guerra por las rutas del narcotráfico la voz del obispo Orlando Olave Villanova, se hace sentir. Pocos días después de que el papa Francisco anunciara su visita a Colombia, se conoció el nombramiento del barranqueño como obispo de Tumaco.
Monseñor Olave fue reconocido por la comunidad como el "Mejor líder cívico social de Nariño”
Era el 28 de marzo de 2017. Meses después, el 6 de mayo en la catedral La Inmaculada se realizó la ordenación episcopal con monseñor Camilo Castrillón Pizano en medio de una abigarrada multitud de jóvenes en un acontecimiento que algunos recuerdan como “maravilloso” en Barrancabermeja.
Cumplía 18 años de servicio religioso, y nueve de desempeñarse como párroco de la Catedral La Inmaculada cuando, como obispo, se fue a Tumaco a reemplazar a monseñor Gustavo Girón Higuita en la diócesis que abarca nueve municipios del Pacífico colombiano.
En el puerto petrolero había nacido el 28 de enero de 1969 en el hogar muy católico de Ricardo Olave, un trabajador de la construcción y Victoria Villanova, ama de casa, muy activos ambos alrededor de la parroquia. Siendo un adolescente ya quiso ser sacerdote, pero el obispo Juan Francisco Sarasti -después emérito de Cali- lo hizo esperar hasta que madurara en edad. Mientras llegó la hora de ir al seminario trabajó, entre otros oficios, repartiendo periódicos de Vanguardia. En el seminario de San Carlos Borromeo de San Gil estudió Teología, y fue ordenado sacerdote el 5 de diciembre de 1998 en la Catedral de Barrancabermeja.
Con monseñor Jaime Prieto Amaya realizó varios proyectos sociales y una labor decidida con los jóvenes para alejarlos de la droga. Por eso cuando fue a Roma a hacer su Licenciatura en Teología, el énfasis fue en Pastoral Juvenil y Catequesis, en la Pontificia Universidad Salesiana. Ha sido miembro del Consejo de Gobierno de la diócesis y de la junta directiva de la fundación Instituto Cristiano de Promoción Campesina Icproc.
Quienes le conocen no dudan en llamarlo “el obispo de las familias” y destacan su facilidad para acercarse a las personas y su comprensión como guía espiritual. En Tumaco se ha puesto al frente de una comunidad que lo reconoció como el “Mejor líder cívico social del departamento de Nariño” en los premios Gacetas de Colombia del 2019. Un líder que alza la voz frente a la corrupción que considera un cáncer tan grave como la violencia. El 26 de febrero una masacre dejó 11 víctimas, en esa ocasión el rechazo absoluto fue acompañado de una petición al gobierno y a todos: "Ser defensores y garantes de la vida”.