Me he visto los tres debates de Trump y Hillary con gran interés y mucho morbo. El interés derivado de la conciencia de que quien Estados Unidos elija como presidente le interesa al mundo entero y muy especialmente a Colombia por el apoyo al proceso de paz y los recursos prometidos por Obama para el posconflicto, llamados Paz Colombia.
También me ha acompañado el morbo porque en la cultura política americana el lenguaje es franco y directo, tanto que a veces raya con la grosería, en especial si el que habla es Donald Trump. De su boca han salido todo tipo de ataques personales contra su opositora, contra los latinos, contra los musulmanes, contra las mujeres, contra los afroamericanos. Es decir, contra todas las minorías sean étnicas, sexuales o religiosas.
Resulta casi divertido, si no fuera por los impactos patéticos sobre el planeta, escuchar a un orate del tamaño de Trump. Su discurso es elemental e incoherente, sin embargo mantiene un importante nivel de seguidores en esta carrera presidencial.
Pero aparte del morbo que genera ver dos personas en un ring de boxeo, dándose golpes así sean bajos, es importante también notar las posiciones que cada uno refleja. Trump la derecha dura y elemental, esa basada en dos principios: odio y miedo. No tiene más argumento que estos dos, que son caras de una misma moneda.
Si tenemos miedo a perder el empleo, debemos odiar a alguien que sí pudiera conseguirlo. Si tenemos miedo de que la economía no crezca, debe haber alguien culpable, si el mundo está enfrentado al terrorismo y eso da miedo, debemos odiar la cultura, la religión y el país de donde salen los terroristas. Si tenemos miedo de ser asaltados, debemos tener rabia por quien nos impide armarnos.
Trump maneja una sobrevaloración de las picardías que ha cometido
y un ataque personal a su opositora de la que dice que tiene mal criterio,
no hace más que hablar y está mal casada
Esos son los sentimientos que maneja Trump, acompañados de una sobrevaloración de las picardías que ha cometido tanto en el campo sexual, como en el económico; y un ataque personal a su opositora de la que dice que tiene mal criterio, no hace más que hablar y está mal casada.
Nos guste o no, Donald Trump es una parte de Estados Unidos y refleja el imperialismo más elemental, el del poder de las armas y el dinero, el de la supremacía Americana que usa a otras naciones pero no está lista a dar nada. De ese imperialismo ya se ha tenido bastante en el mundo y sus resultados no han hecho “más grande a América” como promete Trump.
Afortunadamente hay otra cara del mismo país, la de un imperio moderno, que aun guardando la actitud de superioridad, está listo a negociar, a llegar a acuerdos, a entender otras lógicas y a construir antes que destruir. Es el imperialismo de Obama y podría ser el de Hillary y sería mucho menos complicado que el de Trump.
Trump está tan a la derecha que resulta difícil de aceptar hasta para los de su mismo partido. Ya se había tenido un ejemplo de esa posición con la señora Sara Palin, del Tea Party, una expresión utraconservadora del partido Republicano. En ese momento sus posiciones y la precariedad intelectual de la candidata no lograron prosperar, pero ahora sí y Trump ha llegado muy lejos, tal vez demasiado para la tranquilidad del planeta.
Finalmente se vieron claras las posiciones sobre la mujer, el aborto y la diversidad sexual. No solo porque Hillary es mujer, porque ya hubo una precandidata mujer que como la señora Palin que estaba en el otro extremo ideológico, sino porque el candidato Trump es el ejemplo vivo del machismo más rampante.
Confiemos en esa América que eligió a Obama, esa que apoya la paz en Colombia, esa que está lista a firmar los acuerdos para disminuir efectos sobre el planeta. Confiemos que esa sociedad permita tener un imperio regido por una mujer inteligente y sensata y no por un orate que podría en cualquier momento iniciar la tercera y última guerra mundial.
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