“No hay mujeres feas sino mal arregladas”, dice la mamá de una amiga.
Para mí que las ciudades son casi todas mujeres (los países, en cambios, si me los imagino más hombres. Puede ser una pura construcción en mi mente que viene del lenguaje: la ciudad y el país).
París, por ejemplo, es una señora ya mayor pero elegante, calmada pero jovial, contra todos los estereotipos de las francesas, algo robusta pero no por eso deja de ser muy atractiva, estricta y a primera vista seriota (aunque cuando se ríe, se ríe duro y con ganas). Nueva York es más joven, en cambio, pero también adulta. Esa si es flaca y alta como ella sola y va casi siempre vestida de sastre o de noche. A primera vista intimida pero es buena persona. Berlín… Berlín podría ser un muchacho en realidad, pero a lo mejor es porque es queer, va siempre de converse y pantalón holgado, el pelo cortico y pintado de rosado o rojo, siempre juvenil.
Bogotá es, sin embargo, una de esas mujeres que no es que sea fea sino que está mal arreglada. Y en estas épocas de campaña electoral a mí me da por inventarme programas de qué haría si fuera presidenta, o alcaldesa o senadora, a pesar de la casi certeza de que no quiero ser ninguna de las anteriores. Pero arreglaría a Bogotá, porque ni siquiera es que necesite cirugía plástica (porque muchas veces los rasgos fuertes, como una nariz grande o las calles estrechas son las que le dan personalidad a la apariencia). A Bogotá le falta cuidarse.
Nos falta, por ejemplo, limpiar las fachadas. En el centro hay unos edificios preciosos, que poco tienen que envidiarle a los edificios de las ciudades viejas europeas (claro, allá hay de a 500 y acá habrá 20) pero que están todos llenos de grafitis feos y están tan sucios y parece que desde la época de la colonia no les hubieran limpiado la fachada. Está la Estación de la Sabana (que conocí recientemente), la Academia Superior de Artes, el Ministerio de Justicia… Aunque no se trata ni siquiera de limpiar solo las fachadas de esos edificios sino de las casas en general, si Chapinero abajo estuviera recién pintadito sería mucho más bonito y agradable, así como la Candelaria que en estos días anda toda rayada y los monumentos que tratamos de tener pero que nadie ve (como los de la Calle 26 o el que hay —que no sé qué es— en la 100 con 7ª).
También nos falta —pero es un lugar común— pavimentar las calles y los andenes y señalizarlos. Bogotá parece víctima de una lluvia de balines y las calles levantan polvo porque parecen despavimentadas. Otra cosa que habría que hacer, después de pavimentar, es señalizar los carriles. Con líneas no continuas para poder adelantar pero marcaditos, para simular algo de orden.
Por último limpiaría mucho. Porque eso sí, Bogotá está bien, bien sucia. Hay polvo por todos lados y eso contribuye a ensuciar las paredes y los andenes y las calles. Armaría un ejército de limpiadores e incentivaría a que todo el mundo cuidara su cuadra y la mantuviera bonita.
Y sí, son arreglos superficiales, también están el tráfico y la seguridad. Pero por algún lado se empieza. Hay teorías de seguridad que dicen que los lugares descuidados son más propensos a la delincuencia. Señalan que un edificio que tiene las ventanas rotas es más propenso a que se le entren los ladrones a un edificio que se ve bien cuidado. Lo anterior, puesto que el edificio con las ventanas da la impresión de estar descuidado y de ser, por lo tanto, fácil de robar.
Así que yo arreglaría Bogotá, para que inspirara más respeto. Porque de verdad que no es una ciudad fea, solo está muy descuidada.