Colombia aporta al pasado reciente y al presente convulso de la historia latinoamericana tres enseñanzas que deben ser reconocidas en la región. Especialmente en el cono sur regional, donde hechos ocurridos hace casi medio siglo siguen siendo motivos de enfrentamiento ciudadano —calificarlo de ideológico es un anacronismo— que, originado en los sesenta, perdura en el hoy con envenenadoras consecuencias para millones de personas que nada tuvieron que ver, ni tienen, con aquellos motivos hoy mantenidos artificialmente con vida.
1) El 4 de agosto el último comandante en jefe de la que fuera la guerrilla más antigua de América Latina —las Fuerzas Armadas Revolucionarías de Colombia (Farc)— Rodrigo Londoño, alias Timochenko, hoy reconvertido en político legal como casi todo aquel grupo guerrillero, confesó ante la Jurisdicción Especial Para la Paz (JEP) una verdad de enorme trascendencia.
No es materia de esta columnaanalizar aquí y ahora las causas de un movimiento armado surgido en 1964, consecuencia directa de la violencia entre conservadores y liberales que dominó el escenario colombiano durante más de la primera mitad del siglo xx —equivalente a los enfrentamientos bélicos del siglo xix entre unitarios y federales argentinos, blancos y colorados uruguayos, o farrapos y conservadores brasileños— lo cierto es que las Farc, desde 1964, mantuvieron un discurso para su lucha armada y de «todas las formas de lucha» —propuesta nefasta que acarreó la represión estatal y paraestatal sobre ciudadanos indefensos— con el argumento de la revolución y la premisa filosófica de que «el fin justifica los medios».
Pues bien. Londoño admitió que el accionar guerrillero se les había ido de las manos: «ahora nos preguntamos: ¿fueron necesarias tantas víctimas? La guerra no tiene lógica y en su momento no nos dejó pensar en el daño que estábamos haciendo (…) Quisiera encontrar las palabras para restituir el dolor de las víctimas. Desafortunadamente no hay palabras (…) Quisiera que me recordaran no por la confrontación» sino por el acuerdo de paz firmado en 2016, agregó. «¿Qué dejó de bueno la guerra? Y uno encuentra dolor, desolación, cuántas escuelas, cuántos colegios, cuantos hospitales, cuántas vidas se tragó la guerra. Yo, en la primera entrevista, dije que hasta la último día de mi existencia seguiría pidiendo perdón y esperando ser perdonado».
2) La segunda contribución transcendental de Colombia fue la promulgación presidencial de la ley que otorgó 16 curules a partir de la próxima legislatura, el 20 de julio de 2022 hasta 2030 —son dos periodos— a las víctimas del conflicto armado, o a sus representantes. Son 9.165.126 de personas, de las cuales 2.365.997 son niños, reconocidas como víctimas por el ente gubernamental Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas Colombianas, que incluyen desplazamiento, homicidio, minas antipersonales, pérdida de muebles o inmuebles, secuestro, tortura o vinculación de niños, niñas y adolescentes a grupos armados al margen de la Ley; así como «a quienes han sufrido abandono o despojo de tierras, actos terroristas, amenazas, delitos contra la integridad sexual, desaparición forzada», según el Registro Único de Víctimas, ente oficial colombiano. Los muertos por la guerra en Colombia sumaron 262.197. De este total de víctimas fatales, 215.005 eran civiles y 46.813 eran combatientes, de acuerdo con el Observatorio de Memoria y Conflicto, del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), que documentó los hechos ocurridos en el conflicto armado colombiano entre 1958 y julio de 2018.
3) La tercera, y no menos importante contribución que se extiende a la región por la luz que arroja para toda la sociedad latinoamericana sumida en el descreimiento y la decepción respecto a los cambios urgentes, es la aportada por Gonzalo Pérez, presidente de la principal aseguradora de Colombia con presencia en otros países de la región: Grupo Sura. En efecto, el 5 de agosto el titular de Grupo Sura participó del ciclo «Una conversación para el futuro: empresa y verdad del conflicto armado-Charla #2» conjuntamente con Francisco de Roux, sacerdote jesuita, presidente de la Comisión de la Verdad de Colombia: «Perdimos el concepto de democracia como debate abierto, un concepto moral en el que caben la crítica, la divergencia, el cuestionamiento. Debemos tener en cuenta: quien piensa distinto a mí no es mi enemigo. No entender esto ha sido uno de los grandes problemas de nuestra violenta historia».
El concepto profundamente humano, nada evangélico, por cierto, —«el que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama» (Mateo12:30)— abre un panorama de entendimiento tolerante y de reconfiguración de la herencia y el tejido social seriamente dañado, cuando no destruido, en Colombia y en otros países latinoamericanos.
¿Por qué importan? A) Lo dicho por Londoño es mucho más contundente y revelador que las innumerables referencias sin sentido dedicadas al pasado reciente por el expresidente uruguayo Pepe Mujica, defensor de la teoría de que solamente cuando hayan muerto todos los protagonistas del enfrentamiento armado de los años sesenta podrá encontrarse la verdad. En realidad, un falso silogismo que coloca tan alto el listón de la verdad como para pasar sin esfuerzo por debajo. Pero lo de Londoño también es una enseñanza histórica para quienes hoy en países latinoamericanos todavía siguen mirando con romanticismo el accionar de una grupo que reclutó miles de niños para la guerra (18.677 menores solo entre 1996 y 2016, según la Justicia Especial para la Paz, JEP); abusó de mujeres convirtiéndolas en esclavas sexuales; obligó a la realización de abortos a las mujeres, incluidas adolescentes, embarazadas por los líderes guerrilleros; mantuvo durante años encadenados o en campos de concentración a sus secuestrados; eligió como víctimas de sus secuestros extorsivos también a integrantes dela sociedad civil; colocó explosivo en lugares públicos, ocasionando muertes indiscriminadas, y sometió al terror a millones de colombianos. Además de haberse convertido en «un actor más en una cadena compleja» del narcotráfico y «tuvieron un papel clave» en el fenómeno, «especialmente en el control territorial y de las ruta del negocio», aunque con poca relevancia en el comercio a escala internacional, en opinión del analista del International Crisis Group, Kyle Johnson.
- B) La asignación de las bancas parlamentarias a las victimas les proporciona voz y acción en el ámbito en el que deben dirimirse aspectos concernientes a la peripecia vivida por millones de colombianos —y a su futuro— que esperan aún la restitución plena de sus derechos, algo que desde voceros oficiales se asegura demorará todavía años.
- C) La afirmación de Gonzalo Pérez es un claro mensaje al sector empresarial colombiano y latinoamericano de que es responsabilidad de ese ramo contribuir al efectivo fortalecimiento de la democracia en la región, seriamente amenazada por populismos corruptos; por dictaduras crueles que se mantienen en el poder a sangre y fuego; o por ataques a la OEA, como el protagonizado por el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, reforzado días después por el pedido de sustitución de Luis Almagro realizado al presidente Joe Biden, elaborado por Jorge Taiana, flamante ministro de Defensa argentino, exterrorista montonero, beneficiario de la vacuna VIP otorgada por el gobierno a sus amigos funcionarios o supuestos defensores de DDHH.