Tregua de treguas
Opinión

Tregua de treguas

El Sí es preferible bajo una premisa que me hace preferir perdonar a seguir odiando, a aferrarme a la frágil esperanza y dejar pasar la brutalidad de las pruebas y los hechos

Por:
septiembre 10, 2016
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Muchos que dicen y profesan estar a favor del Sí realmente apoyan el No. Mentir, menospreciar, condescender, burlar, atacar al contradictor, son en el fondo un voto por el No que la soberbia moral (diría Mockus) disfraza de Sí. Votar el Sí es una renuncia a evitar sentirse superiores, mejores, más lúcidos, más capaces que el otro. Una invitación a celebrar la tregua de treguas.

El Sí es comprender, en esencia, que aunque a todos, por naturaleza, nos habita la capacidad de perdonar (la base estructural de cualquier paz) todos, a la vez, tenemos un tiempo propio, un ritmo íntimo, un gesto distinto para concebir el perdón, para amasarlo, para acostumbrarse a él y llevarlo consigo.

En estos días de división y controversia, he oído a muchas víctimas (mediatas e inmediatas) dispuestas al perdón, con reflexiones y testimonios conmovedores que apelan a evitar que otros, desconocidos y ajenos, pasen por el sufrimiento y la desdicha padecidas. Un acto de amor por el otro, altruista.

No obstante, también he oído víctimas que aún no están listas para perdonar, que aún aprietan los dientes al pensar en el enunciado "cierta paz sacrifica cierta justicia"; que reconocen un profundo malestar al tener que ver criminales vestidos de patria y discurso. Víctimas que aún no terminan de enterrar a sus muertos y se atormentan con facilidad cuando, sin poder evitarlo, miran al pasado y se ven tumbados de dolor, vencidos por la bajeza del otro y de otros, sin poder hallar justificación o explicación. Ese odio que Víctor Hugo llamaba el invierno del corazón. Comprensible.

Dos escenarios no solo distintos sino opuestos. Las fronteras del debate.

 

 

Votar el Sí no encarna la obligación de convencer al otro,
más bien obliga a entenderlo,
ponerse en sus zapatos

 

Por todo eso votar el Sí no encarna la obligación de convencer al otro, más bien obliga a entenderlo, ponerse en sus zapatos, ceñirse sus cadenas invisibles. Tratar de convencer negaría el proceso personal y privado que implica el perdón. Sería casi un atropello, un acto de ligera y dañina altivez.

Para mí, en cualquier caso, el Sí es preferible bajo una premisa que me hace preferir perdonar a seguir odiando y me lleva a aferrarme a la susceptible y frágil esperanza y a dejar pasar la brutalidad de las pruebas y los hechos. Una cierta ingenuidad e inocencia que me quita peso; una fantasía, una paz, que me eleva y no mentiré, a veces también, me confunde.

@CamiloFidel

 

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