Frente a los acontecimientos que se están sucediendo en nuestro país es importante tener en cuenta, para su análisis objetivo, que llegan días que van resumiendo años como producto de la acumulación de fuerzas de muchas luchas sociales. Un terremoto o estallido social es lo que viene aconteciendo en Colombia, como lo han llamado acertadamente los medios de comunicación, tanto nacionales como extranjeros.
Hay que señalar que el pueblo colombiano viene librando luchas prácticamente desde la Guerra de Independencia y aun desde antes, si tomamos en cuenta la Revolución de los Comuneros de 1781, cuyo detonante fue el aumento de los impuestos coloniales. A principios del siglo pasado amplios sectores rechazaron el zarpazo de Panamá en 1903, cuando Colombia quedó bajo la égida de Estados Unidos y así permanece aún, con el Acuerdo de Bretton Woods que nos impuso al FMI y con muchas más ataduras en pleno siglo XXI. Pero lo más aberrante ha ocurrido en los últimos treinta años, cuando nos fue impuesto el llamado Consenso de Washington bajo el gobierno de Virgilio Barco, al finalizar la Guerra Fría y hundirse la Unión Soviética, y con el “Bienvenidos al futuro” de César Gaviria, quien le dio rienda suelta a la neoliberal apertura económica. La resistencia social contra cada atropello no ha cesado hasta nuestros días.
El resumen de las tres décadas pérdidas para las mayorías está a la vista: destrucción del aparato productivo nacional, desindustrialización paulatina, quiebra de amplios sectores agropecuarios, desnacionalización de las más importantes empresas otrora de propiedad de empresarios nacionales, deuda pública cada vez más impagable, bonanza a manos llenas para los pocos potentados del sector financiero y grandes utilidades para los importadores con los ingresos masivos de toda clase de bienes y géneros extranjeros, crónicos déficits comerciales y de la balanza de pagos y privatizaciones del patrimonio público, la salud, buena parte de la educación y los servicios públicos domiciliarios. Y todo con el visto bueno y auspicio de la constitución de 1991, que, aunque con algunos derechos para la población, apuntaló el modelo neoliberal de manera taxativa.
Las secuelas del neoliberalismo y el ímpetu juvenil
Ante tamaño estropicio de la base económica labrada por las generaciones anteriores, la cual todavía era débil y enclenque, sobrevino la debacle. El desempleo se convirtió en estructural, hoy de dos dígitos y para la población joven de 23.5% y para las mujeres de más del 30%. Se disparó también la informalidad laboral, que hoy bordea el 50% nacional. Se incrementaron las tarifas de los servicios públicos privatizados. Las dificultades para llegar a las universidades públicas y aún más a las privadas son cada vez mayores. La corrupción alcanzó ribetes inimaginables, denunciados por un Contralor General de la República, de cincuenta billones de pesos al año. La pobreza monetaria, que había rebajado al 27% con la lotería de los mejores precios de las materias primas a nivel internacional de principios del siglo, viene creciendo desde 2018 y con la pandemia llegó al 42.5%, según el último reporte del Dane.
Líderes estudiantiles señalan que más peligroso que el COVID-19 es “la falta de oportunidades que existe en el país”, “la cuarta parte de los jóvenes del país están siendo excluidos de un proyecto de vida de movilidad social y bienestar económico”, “tenemos la generación de jóvenes más grande en la historia de Colombia, pero también la más desempleada, la más excluida del sistema de educación superior”. Y exclaman en medio de la lucha: “No queremos seguir viviendo en un país que nos excluya del mundo, de una economía estable y unas empresas sólidas. Queremos un trabajo digno, queremos mejores condiciones de vida, estabilidad laboral, acceso a todas las garantías”, como lo señala Hami Gómez, de la organización Acrees de la Universidad Nacional de Colombia, en entrevista con El Tiempo. Por todas estas circunstancias, la generación de los últimos treinta años ha sido la más participativa en el paro nacional actual y merece todos los aplausos y reconocimientos.
Represión oficial el lunar negro
La fuerza pública en Colombia está anclada al pasado, al conflicto interno que se desactivó en buena parte con los acuerdos de La Habana, que deben ser cumplidos cabalmente. Uno de los puntos principales del Comité Nacional de Paro está relacionado con las garantías para la protesta y el cese de la violencia policial contra los participantes en la marejada social, con el fin de pasar a las negociaciones del Pliego de Emergencia presentado en junio de 2020, hace casi un año. La dirección de la protesta también ha estado señalando que ésta se debe llevar a cabo pacíficamente y resolver el asunto de los bloqueos, concretando caravanas humanitarias con medicamentos, alimentación, combustibles, etc. No tiene presentación que el gobierno persista en llevar a cabo partidos de fútbol en medio de semejante conflicto.
Solución negociada
Todo conflicto o contienda siempre termina en una negociación, en este caso del Pliego de Emergencia que contiene los siguientes puntos: retiro del proyecto de ley 010 de salud, renta básica para personas de bajos recursos, defensa de la producción nacional (agro, industria, artesanal, campesina), subsidios a las mipymes (empleo con derecho y defensa de la soberanía y seguridad alimentaria), matrícula cero y no alternancia educativa, no discriminación de género ni por diversidad sexual y étnica, no privatizaciones y derogatoria del decreto 1174 (pensiones por debajo del mínimo) y detener erradicaciones forzadas de cultivos de uso ilícito y aspersión con glifosato. Además, hay otras organizaciones y peticiones que se deben tener en cuenta por la gran diversidad del paro nacional.
Muy buenos augurios para el futuro del país deben surgir de esta portentosa lucha de masas, continuación del paro nacional del 21 de noviembre de 2019, con una mayor amplitud en más de 700 municipios del país, que conducirá a nuevos días que condensen años para abrirle paso a la soberanía nacional y a mejores condiciones de vida y de trabajo a toda la población.