'Tras los hilos de Ariadna', la nueva novela de Winston Morales Chavarro

'Tras los hilos de Ariadna', la nueva novela de Winston Morales Chavarro

Ariadna le da a Teseo un hilo para ayudarlo a salir del laberinto donde está el temible Minotauro. Simboliza el poder de la inteligencia femenina...

Por: Juan Carlos Guardela Vásquez
mayo 06, 2024
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'Tras los hilos de Ariadna', la nueva novela de Winston Morales Chavarro

Ariadna, hija del rey Minos, le da a Teseo un hilo para ayudarlo a salir del laberinto donde está el temible Minotauro. Eso no solo asegura la salvación de Teseo, sino que simboliza el poder de la astucia y la inteligencia femenina.

¿Cuántas Ariadnas nos encuentran en nuestras infecundas vidas? ¿Cuántas de ellas entregaron un hilo cierto? ¿Cuántas nos entregaron uno traicionero y nefasto? De una forma u otra Ariadna ofrece una amplia exploración de temas como la lealtad, la manipulación y la redención en la mitología griega.

Este personaje le sirvió a Winston Morales Chavarro para que una queja entera se convirtiera en arte. Una larga conversación entre el narrador protagonista y su amante sirve para devanar dialógicamente el amor, la sexualidad, la vida y la muerte, temas universales de la literatura.

Se trata de una novela de profunda indagación psicológica. Aborda el tema femenino sin quedarse en la quebradiza defensa del feminismo, rompe ese libelo usual para convertirse en una potente metáfora de las vicisitudes que tiene que afrontar hoy la mujer.

La delicadeza narrativa del autor nos trae una ventana única hacia la complejidad del ser humano y sus experiencias internas. Al momento de explorar las motivaciones, emociones y conflictos de estos personajes, la narrativa psicológica permite una conexión más profunda entre el lector y la obra, ofreciendo una experiencia íntima y reflexiva.

El tema fue suficiente para alimentar esta obra. Al final, se percibe que por lo que luchan estos personajes es por su permanencia en un mundo trazado de condicionamientos y prejuicios; un mundo en donde todas las pautas están dadas, un mundo que, a la larga, es una gran prisión llena de fingimientos.

Hay un elemento que destaco en la inventiva de Winston Morales Chavarro y es el cuaderno en el cual están los apuntes eróticos de la narradora. Apuntes de sus desafueros y experiencias. Dichos apuntes no se tratan de un mea culpa, sino de una especie de paz y salvo con lo vivido y aprendido; prácticas de la sexualidad que tienen el sello que encarnó cada pareja. Surge así en su interior una profunda comprensión de su ser y de sus motivaciones. Cierta vez dijo el marqués de Sade: “No hay placer más grande que el que se obtiene de una repugnancia conquistada”.

Así, el eterno femenino nos guía por los distintos pabellones de este buen relato: algunos oscuros otros iluminados hasta cegarnos. No hay que dudarlo, este relato tiene (como toda buena obra, como toda sensata escritura), un empalme suntuoso y profundo de su autor con su tiempo.

Fragmento:

"Muchas veces sucede que vas por la calle de una ciudad cualquiera, y esa calle te recuerda otra, lejana, como si no caminaras por calles sino por recuerdos. En otros momentos, caminas por esas calles y te encuentras con una mujer, y ocurre también que esta mujer te recuerda a otra, y a otra, y a otra. Y la primera tiene los ojos de la segunda, la segunda el cabello de la tercera, la tercera, las curvaturas de la primera. Hay ciudades que se parecen, se repiten en ciertas autopistas. Y hay mujeres que se prolongan en el eterno femenino como si todas las mujeres estuvieran en una. Entonces descubro ese misterio del que me hablaba mi padre. Pero a diferencia de él, no tengo la voluntad de acercarme a eso que llaman eterno femenino, tocarlo con mis propias manos, besarlo, beberlo, consumirlo. Te lo dije hace unas horas, mientras bebías esa copa de tequila y escuchábamos a Zoé, esa excelente banda mexicana: todas las mujeres están en una, se prolongan en ese eterno femenino que las constituye. Lo que no entiendo es por qué Ariadna se esconde, se difumina en el paisaje que busco, se hace invisible, se vuelve una curvatura sin sonoridad, sin música, sorda a mis requerimientos silenciosos y a mis súplicas más escandalosas. Porque también hay ruegos y deseos silenciosos, señales que llaman, signos, de esos de los que te he hablado hace un par de horas. Mi única opción de verla, de encontrarme con ella, era coincidir en ese espacio que elegimos para los dos, a pesar de que nos separaba un abismo, fronteras infranqueables, intransitables, irreconciliables. Todo esto ocurrió hasta que ella decidió levantar el veto que le imponía a mi geografía habitacional, a mi pequeño universo de 62 m².  Y eso sucedió una noche de octubre. Ariadna, para sorpresa mía, comenzó a caminar por el apartamento con un pijama nuevo. Era una pieza de color rosado, casi transparente. Debajo no llevaba ropa interior. Yo alcanzaba a ver su triángulo oscuro que sobresalía a un costado de sus hermosos muslos. También veía su trasero, sus sugestivas nalgas. Te juro que era como si la contemplara por primera vez; era como si Ariadna estuviera expuesta para mí como una pintura de Amadeo Modigliani o de Otto Müller. Eso era Ariadna para mí: una pintura, el mejor de los frescos, la pieza más fina del arte contemporáneo. Toda la belleza aspirada en los pinceles de Modigliani, de Müller, de Klimt, de Munch, estaba allí, en el misterio de Ariadna, en el eterno femenino que la contenía. Y ella caminaba sin comprender, se ondeaba lentamente, como en cámara lenta, sin lograr adivinar que su desnudez no era comparable a la desnudez soñada por cientos de pintores. Ariadna era como el santo grial, la piedra filosofal, el alambique en donde se cocinaba el concepto más profundo de belleza. Y de ella manaban todas las derivaciones, todas las significaciones, todas las connotaciones, esos imaginarios mentales, esas consideraciones mundanas y metafísicas. Era sencillamente milagrosa. Y allí estaba yo, en esa noche de octubre, viendo esa pasarela gratuita, que muchas veces había contemplado desnuda. Pero ahora, esta noche, ella estaba con un diminuto vestido, lo cual hacía que el paisaje recobrara una connotación casi milagrosa. Ariadna me llevó a su cama -y fueron pocas las veces que estuve en ella- me desnudó con sus manos, con sus dedos tibios y húmedos. Cuando menos lo pensaba, allí estaba yo en la cama de ella, totalmente desnudo, con una palpitación que amenazaba con salírseme del pecho. La taquicardia, a la que no le presté ninguna importancia, se fue haciendo más evidente. Ariadna tomó en sus manos unos aceites -cierta noche me hizo el amor con unos globos repletos de líquidos de varios colores- y comenzó a expandirlos por mi cuerpo. La excitación no podía ser mayor. Qué digo, la excitación y el deseo..."

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