Y llegó el día en el que en Colombia se cumplió el acto final de la dejación de las armas dentro del proceso de paz con las FARC. Ese día, en el que se dejan las armas (al menos una parte de ellas) llega cargado de símbolos para gran parte de la nación, del gobierno y de la comunidad internacional. Estos símbolos son de cambio positivo y de esperanza que, aunque muchos no compartamos en su totalidad la alegría que en muchas esquinas del cuadrilátero nacional se proclama, se deben tomar en serio. No obstante, este contagio de esperanza, superficial por demás, no debe ser miope ante una realidad que el estado no ha querido, voluntariamente o no, sacar de la clandestinidad.
En primer lugar, a pesar del éxito, aparente, con el cronograma (respecto a lo que a las FARC concierne) se debe tener en cuenta que los llamados desde la oposición, y otros sectores no tan cercanos al proceso de paz, en relación a la dejación de las armas, son ciertos; son aún muchas las armas que reposan en las caletas y otras las que no entraron dentro del registro ofrecido al gobierno y las Naciones Unidas, de ahí que el bombo con el que se recibieron las ya en custodia no debe ser triunfal pues hace falta parte del proceso frente a la dejación total de ellas.
Segundo, la dejación de las armas, total o parcial, no significa nada distinto a que el proceso, con sus cualidades y defectos, está en curso y el gobierno nacional está llamado a cumplir con los acuerdos a los que se llegó con Colombia, las FARC y la comunidad internacional. Tercero, la ausencia institucional y no contemplación de los fenómenos colaterales, inmediatos, al desplazamiento a las zonas veredales de los guerrilleros de las FARC han dejado un espacio abierto para que grupos como el ELN y las Bacrim, entre otros, se fortalezcan en ciertos territorios cambiando el actor del conflicto pero no la escena. Esto último deja claro una grave realidad del Estado colombiano que no ha sido capaz de cubrir la totalidad de su territorio y demuestra con ello la debilidad institucional que padece.
Finalmente, con el cumplimiento del acto señalado, la mirada del mundo está puesta sobre Colombia y el curso que correrá la implementación de los acuerdos. Sin embargo, a ratos parece que al gobierno nacional se le olvida que dicha implementación se dará en un contexto con unas condiciones poco favorables, y por tanto tendrá muchos tropiezos. De estos, se debe señalar no solamente el frente (con mano dura) que se les tiene que hacer a los demás grupos armados que están haciendo de las suyas mientras que se llevan a cabo los eventos “protocolarios de la paz”. También, se está lejos de resolver la crisis social que ha caracterizado a Colombia. Ahora, con el ingreso de más ciudadanos a hacer parte de las estadísticas, se enfrenta el Estado colombiano a una realidad de la que se habla mucho pero ante la que poco se hace: no hay condiciones dignas, propias de un estado de bienestar, y no hay recursos para propiciarlas.