¿Cruda, cocida, en batido o cápsulas? Para todo eso hay recetas. La pregunta interesante es si es bueno o malo para la madre. Pues ni bueno ni malo sino inútil (Comer la placenta no beneficia la salud). Pero, ¿de dónde salió la curiosa moda entre humanos de ingerir la placenta tras el parto?
Debemos considerar primero qué es la placenta. Es un órgano de encuentro inmunológico maternofetal, intercambio sanguíneo y síntesis de hormonas. Pertenece genéticamente al feto pero en los humanos está durante nueve meses en contacto íntimo con la matriz gestante. La madre la besa con su sangre en misterioso, maravilloso secreto. No es otro pedazo de carne. Sin ella no existiríamos.
En nuestra historia personal ha sido el más importante y primer órgano de nuestro metabolismo. Cuando era un joven estudiante de medicina le dediqué el siguiente poemita:
Espejo de sangre, oculta placenta,
oscura y cálida luna profunda,
secreta compañera:
dejas también a gritos expulsada
aquel ajeno, breve, paraíso.
Fue mi sincero homenaje en cinco líneas a esa “hermana” que nos acompaña durante cuarenta felices semanas de gestación y luego es desechada. Pero tampoco creo que el homenaje deba incluir comérsela después del parto.
Con la opción tomada por muchas parejas del parto en casa se han hecho presentes algunos peligros. Esa decisión tiene algunas ventajas indudables, por ejemplo la disminución de cesáreas hospitalarias innecesarias: “es que necesito irme a un congreso” puede sugerir el obstetra, “es que quiero que nazca en el cumpleaños del papá” puede pedir la madre y cosas así. Al mismo tiempo el parto domiciliario tiene otros peligros. Los médicos frecuentemente afirman que nueve de diez partos, en el hospital o donde sea, cursan sin problema pero el que se complica se complica de verdad. Y en la atención domiciliaria del parto concurren unos riesgos significativos. Ojalá la mujer que da a luz en casa esté rodeada de enfermeras obstetras y parteras calificadas. A veces no sucede así.
Recientemente algunas “ayudantes” o acompañantes llamadas doulas (del griego esclava, sirviente) se han hecho presentes en el parto en casa (La polémica moda de las "doulas", El Mundo, 17 de febrero, 2015). No son vecinas, abuelas o amigas voluntarias como ocurría en culturas pre-modernas o en nuestras áreas rurales. El servicio actualmente cuesta unos 1200 euros según el diario español. Algunas doulas han aconsejado de manera folclórica peculiares prácticas como dejar al niño unido a la placenta hasta que ésta se desprenda a los pocos días (“Nacimiento Lotus”) O separar el cordón con fuego porque “sella la comunión de cuatro elementos”. O que la madre se coma la placenta. Todas estas prácticas ceremoniales aumentan la posibilidad de infección del niño y la madre. Ninguna es recomendable médicamente).
Quizás la idea de la placentofagia surgió de la observación que la mayoría de los mamíferos lo hacen en condiciones silvestres. Es otra muestra de la falacia en nuestra cultura contemporánea que califica como bueno y recomendable todo lo “natural”. Yo pensaría que las hembras mamíferas recién paridas intentaban con esa maniobra adaptativa ocultar a los depredadores la presencia en el rebaño de una lenta y sabrosa madre lactante o un tierno cachorrito. Pero ya no estamos rodeados de lobos y chacales (por lo menos del reino animal). La placentofagia era útil y adaptativa en aquellas circunstancias salvajes no en nuestra vida contemporánea. La Naturaleza como la definimos nosotros desde nuestra dudosa “civilización” no es un tesoro milenario de normas morales o saludables. De hecho para un biólogo moderno no hay ninguna ley natural más allá de la teoría de la evolución.
Aquí “hemos dado con la iglesia” como dice el Quijote pues ella acepta la evolución darwiniana pero frecuentemente ha abusado del concepto tradicional de una ley moral natural. De allí surgen los pecados contra natura casi todos contra el sexto mandamiento. Sobre esto yo sigo pensando lo que me enseñaba un progresista cura profesor de ética que estudió en la Gregoriana de Roma: “En realidad no hay pecados contra la castidad, sólo contra la Caridad. Ama y haz lo que quieras”, decía Agustín de Hipona. Quizás nuestro papa Francisco piensa así pero eso es otro problema mucho más complicado. Comer la placenta en todo caso no es un dilema moral a menos que sea considerado una forma moderna (término relacionado etimológicamente con moda) de canibalismo.
Aceptada imprudentemente la placentofagia como “natural y buena” surgen a posteriori razones y recetas para hacerlo. Se dice que tiene opioides, hormonas y sustancias beneficiosas en el post-parto inmediato. Nadie se la come cruda y tibia (¡guácala!) entonces hay recetas para cocerla o deshidratarla y pulverizarla. Quedaría como degradada carne en polvo para una desaconsejable y desagradable bandeja paisa “natural”.
Aclaración: No todas las doulas recomiendan la placentofagia.