Un oficial de alta graduación explicaba al grupo de periodistas reunidos a su alrededor, los motivos por los cuales el Gobierno le había otorgado más de seis condecoraciones ostentadas orgullosamente sobre su pecho expandido, fuelle de acordeón en pleno uso. Hipnotizados con la pormenorizada narración de aventuras de aquel servidor del Estado, los hombres de la Prensa escuchaban las palabras que brotaban sin descanso y, de vez en cuando, con la agilidad característica, hacían una que otra interpelación aclaratoria.
Uno de ellos preguntó de pronto:
-¿Y por qué le concedieron esta mención?, señalando la cinta blanca prendida en la pulcra solapa del uniformado.
-Por haber pertenecido al comando que dio de baja al Cura guerrillero Camilo Torres Restrepo, contestó el uniformado sin tomar resuello, ni cortar por un instante el fluido veloz de su elocuencia.
-¡Oh!- Exclamaron todos sorprendidos y entusiasmados por la circunstancia de tener enfrente, a quien había disparado el cartucho que quitó la vida al revolucionario del fusil y la sotana. Todos… menos uno, que permaneció silencioso y pensativo, analizando la evidencia de aquellas palabras, y la reacción que se había producido.
– Disculpen – dijo entonces –. En el hecho mencionado,-ripostó-, Realmente ¿quién fue el Héroe?
Un sentimiento de desconcierto y confusión que contagió a los presentes, fue el marco de acogida a la pregunta que llevaba intencionalmente una muestra de sensibilidad y de agudeza.
-¿Cómo así?-. Aclaró el periodista que había indagado sobre aquella presea.
-Así como suena-. Respondió el otro secamente, complementando enseguida:
-En la historia que se cuenta, realmente quien fue el héroe: el Padre Camilo Torres o ¿el militar que le quitó la vida?
La respuesta fue inmediata. Brotó tajante y espontánea desde la intimidad del convencimiento, que indicaba con su marca indeleble la personalidad ideológica de aquella montonera de individuos.
-¡Lógicamente el que lo mató-, concluyó el periodista insigne con ademán de naturalidad, agregando displicente:
-Camilo Torres era un pobre imbécil que algún día debía terminar eliminado…
Tras la respuesta, la conversación continuó su habitual curso, entre brindis y gestos renovados de suspenso y alegría, en aquel lujoso salón de convenciones dispuesto ahora para el homenaje a los periodistas en su día, quienes, aletargados por los vinos y la charla, siguieron escuchando sin descanso, las palabras enaltecidas de aquel héroe de la Patria, a quien nunca antes habían conocido...