Colombia atraviesa una noche oscura. Es un momento difícil. Faltan pocos días para el cambio de Gobierno con un presidente locuaz para hablar de la paz ante la ONU y la Unión Europea, pero silencioso para responder por las revelaciones de las llamadas interceptadas a Roberto Prieto, su gran amigo, el gerente de la campaña a la Presidencia del 2014; e incapaz, de frenar los asesinatos a líderes sociales y comunitarios que están por las nubes.
Negarlo sería defender lo indefensable. Las hectáreas de coca se cuentan por encima de las 209 000. Y para adornar el postre, la ciudadanía. La ciudadanía inmensa perdida en el mar de la ignorancia y la desventura. El dinero como sea, el poder como sea. Sin lectura, sin respeto por las normas, sin identidad y sin civismo.
Y entonces surgen preguntas: ¿por qué han pasado los años, y las décadas enteras sin que algo cambie?, ¿en qué punto fue que se perdió la decencia, la caballerosidad, el cuidado de lo público, la cordialidad y el inquebrantable respeto por el otro?
Definitivamente el narcotráfico tiene una gran parte
en esta historia de nación-no nación
que somos hoy
Yo creo que es reciente. Definitivamente el narcotráfico tiene una gran parte en esta historia de nación-no nación que somos hoy. Nadie se imaginó que Pablo Escobar y sus amigos pudieran causarle tanto daño a un país que quedó sin norte desde entonces. La gran mayoría de ciudadanos viven sus días con el único objetivo de sobrevivir ellos y sus familias. Y sobrevivir significa colarse en la fila, buscar rebaja, un funcionario amigo que nos deje “la vuelta barata”. Un contacto poderoso, alguien influyente, un insulto al volante y no dejar pasar a nadie. El beneficio propio siempre como prioridad. Los demás no importan, es irrelevante. Hay que salvarse, sobrevivir, y mientras tanto, pasarla bien.
La mentalidad traqueta. El sentido del honor y la lealtad ya no existen en estos días. La reverencia a lo público como sucede en Japón con las calles y las graderías de los estadios no funciona en Colombia.
Ese día, el del partido contra Inglaterra, lo entendí. No fue solo el grito de aquel hombre que quería pegarle tres tiros en la cabeza al árbitro. Unos minutos después, cuando Mateus y Baca erraron el gol y se supo de la derrota, una funcionaria del distrito le pidió a los asistentes de la plazoleta de la 96 con 15 que recogieran sus latas de cerveza aplastadas, las botellas de agua tiradas y olvidadas por la emoción, los paquetes de papas y las envolturas de los sánduches y las hamburguesas. Cerca, un grupo de jóvenes le gritaron “¡cállese gorda fea. ¿No ve que perdimos?”.
En Colombia cada quien está pensando en su beneficio. Por eso, al final, lo que hagan los políticos no es noticia ya. Todos somos como ellos, la culpa no es de los funcionarios, no es de los empleados del estado, no hay buenos ni malos. Todos, todos estamos permeados por la corrupción, por el camino fácil, por el mejor atajo y el dinero sin esfuerzo. Y eso es, porque ya no se enseña sobre el honor.
Es el país de los traquetos, The Sun tenía razón. No hay esperanza. Que la coca y la ignorancia gobiernen. Este es el país de los vivos y los borrachos. Del reguetón sobre la literatura, de los negocios sobre la ciencia, de la ostentación y la comodidad sobre el esfuerzo. Y de los amigos. Los amigos y las influencias. Que lo diga Roberto Prieto.
@josiasfiesco