Andar en transporte público, una experiencia extrema que sale muy barata

Andar en transporte público, una experiencia extrema que sale muy barata

"Entre codazo y codazo, llega usted insultado, empujado, magullado, oliendo a todo menos a rico y con los zapatos sucios"

Por: Fernando Alexis Jiménez
julio 08, 2019
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Andar en transporte público, una experiencia extrema que sale muy barata
Foto: David Alejandro Rendón - CC BY-SA 3.0

Si desea una experiencia extrema, en la que libere mucha adrenalina, basta que se suba en el transporte masivo. Resulta muy económica. Allí ocurre de todo. Desde el tumulto en el que alguien grita: “Empujen al gordo que está estorbando en la puerta”, y en milésimas de segundo usted está dentro, levantado en vilo, hasta el gallinazo que le echa los perros a la universitaria y continúa el recorrido, convencido de que encontró la futura madre para sus diez hijos.

Está por supuesto el sesentón enamorado que le echa el ojo a la veterana unos años menor. Ella le responde con una sonrisa coqueta, mientras que sus pestañas aletean con la misma delicadeza de una gaviota planeando sobre la playa. Se le acerca. Aprovecha los frenazos del bus para apretujarlo. Él se eriza. Una corriente eléctrica atraviesa su cuerpo. Alcanza a imaginar una escena romántica como de Love Story, del autor Erich Segal. “Esto pinta bien, ojalá termine mejor”, razona.

Es cierto, en casa lo esperan su esposa y sus dos nietos, pero no deja de justificarse: “Pasto tierno para caballo viejo”. Se sonríe. Ella le corresponde. Le da un leve apretoncito en la espalda. Él se siente en la gloria. “En la próxima estación me bajo”, le avisa con tristeza. Se despide con un nuevo apretón. Él siente que se va el amor de su vida. Se acomoda en medio del tumulto y comprueba que, con el amor de su vida, también se fue la billetera con la quincena.

Igualmente se sube el paisano que esgrime una fórmula médica. “Pido por necesidad, porque tengo un familiar en estado terminal en el hospital. No pasa de esta noche y debo pagar una cuenta enorme”, argumenta. Alguien le dice: “Pero con ese mismo cuento anda hace más de un año”. Como si no hubiese escuchado, sigue con la perorata y en la próxima parada, sale presuroso con algunas monedas y billetes en la mano. Su mayor anhelo no es que pueda pagar la factura, que dicho de paso no existe, sino que jamás vuelva a encontrar pasajeros inoportunos como ese.

Entre codazo y codazo, llega usted magullado, oliendo a todo menos a la loción o perfume que se aplicó originalmente, sin la carpeta en la que llevaba papeles importantes, con los zapatos llenos de pisones que le echaron a perder el tiempo que invirtió en lustrarlos, y uno que otro improperio de quien quiso salir rápido y se abrió paso con violencia. También la vecina que se subió con un peinado chusco, pero al salir del padrón, está despelucada, como si hubiera cogido una cuerda primaria con los pies descalzos reposando sobre el agua.

Ah, y qué decir del usuario que se monta en un alimentador del MIO. Intenta infructuosamente pagar el pasaje con la tarjeta. Suena el inoportuno bep, bep. Un nuevo intento, un nuevo pito. Mira a los presentes y con toda la ternura que puede imprimir a su voz, pregunta: “¿Alguien tiene un pasaje que me venda?”. Silencio absoluto. Como si nadie hubiese escuchado. Pero usted que es buena gente, se levanta desde la última silla del bus, corre por el pasillo, le pasa la tarjeta, ingresa el parroquiano y, segundos después, le pasa un billete de cincuenta mil pesos. “Espero tenga devuelta”, le dice con una sonrisa. Y usted con ganas de arrojarlo por una ventanilla. ¿Comprende ahora por qué le dijo que utilizar el transporte masivo es una experiencia extrema y muy económica?

Definitivamente, no se pierda la experiencia extrema y económica de viajar en un bus del sistema masivo. Puedo asegurarle que no se aburrirá.

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